Cristóbal Colón se entrevistó por primera vez con los Reyes Católicos, en Alcalá de Henares, un 20 de enero del año 1486. Un año después a finales del verano de 1487 lo hizo de nuevo en Málaga. Los monarcas, antes de la primera entrevista, habían consentido la creación de una Junta que examinase la «empresa de las Indias», pues el miedo a enemistarse con Portugal violando los términos del tratado de Alcaçovas y el interés en derrotar a los últimos árabes de la península y conquistar el Reino de Granada, hicieron que ésta desaconsejase la empresa. Con estas perspectivas, la entrevista terminó en desacuerdo. Año y medio después, prácticamente desesperado, acude Colón a Málaga acompañado de su hijo Diego. Su entrevista con los reyes tuvo el mismo resultado negativo que la celebrada en Alcalá de Henares, razón por la que el Almirante, pese a conseguir esporádicas ayudas económicas, conoció los peores años de su vida; 1487 y 1488 fueron especialmente duros para él. Reconvertido en vendedor de libros y mapas que él mismo dibujaba, envió a su hermano Bartolomé a entrevistarse con los reyes de Francia y de Inglaterra en busca de una solución financiera. Incluso se cree que en 1488 regresó a Portugal para volver a pedir el apoyo a su proyecto; sin embargo, nadie quiso saber nada de lo que proponía y todas las negociaciones que se intentaron, acabaron en estrepitosos y rotundos fracasos.

Entonces pensó que jamás partiría hacia las Indias… Desanimado y con la creciente idea de abandonar España, regresó a La Rábida, un monasterio cercano a Palos de la Frontera y a donde en compañía de su hijo Diego, después de enviudar y en busca del consuelo de sus cuñados, visitó en 1485. Ahora volvía para buscar el apoyo de aquellos frailes que un día animaron su alma, le escucharon y fueron los únicos que una vez creyeron en él. Fray Juan Pérez había sido confesor de la reina Isabel. Conmovido por el lamentable estado de Colón y convencido de la verosimilitud de la empresa, escribió a la reina solicitándole una nueva entrevista. Concedido el favor real, el lugar elegido fue Santa Fe, donde los reyes se encontraban preparando la toma de Granada.

En esta localidad, Colón encontró importantes valedores, sobre todo entre los personajes más cercanos al rey Fernando, el autollamado clan de los aragoneses. Sin embargo, por parte de los castellanos, las cosas tenían un muy distinto cariz, una nueva Junta creada al respecto de las propuestas del marino, había llegado a la conclusión de que lo mejor que se podía hacer con Colón era «dejarlo marchar en buena hora», lo que recomendaron a los reyes con el desanimo absoluto para el Almirante. Colón decidió marchar a Francia, sin saber que Luis de Santangel negociaba directamente por él ante los reyes. Había andado Colón sólo seis kilómetros, cuando encontrándose en la aldea de Pinos Puente es mandado a volver. La decisión política había sido tomada y tras tres meses de negociaciones, un 17 de abril de 1492, se firman las Capitulaciones de Santa Fe entre Juan Coloma, secretario de los Reyes Católicos y Fray Juan Pérez, representante de Cristóbal Colón.

Los Reyes expidieron el 30 de abril una serie de documentos que obligaban a los vecinos de Palos de la Frontera a servir con dos carabelas a Colón. Esta provisión fue leída y expuesta en la Iglesia de Palos el 23 de mayo de ese mismo año. Ese día comenzó realmente la aventura del descubrimiento de América. El coste de la expedición se estimó en 2.000.000 de maravedíes, dinero que popularmente se dice que fue sufragado por la venta de las joyas de la reina Isabel, nada mas lejano a la realidad, ya que la mitad del dinero fue prestado por Luis de Santangel con fondos de la Santa Hermandad, la otra mitad fue pagada en parte entre el mismo Colón que pagó una cuarta parte con dinero procedente de un préstamo y la otra cuarta parte fue pagada por banqueros y comerciantes italianos de Andalucía.

Visitas a Málaga

Colón estuvo varias veces en Málaga, él afirmaba, seguramente sin serlo, ser genovés y muy probablemente estableció relaciones con los ligures que vivían en nuestra ciudad. No se sabe quiénes fueron los comerciantes italianos que financiaron la cuarta parte del viaje de Colón, quizás no sea muy descabellado pensar que bien pudieran haber sido los muchos que comerciaban entre Málaga y Canarias, curiosamente la última tierra española que visitó antes de llegar a América, y ¿por qué no pensar que en aquellos años, cuando Colón se entrevistó con los Reyes en Málaga, bien pudo el almirante hablar con los genoveses de la ciudad? En Palos conoció a los hermanos Pinzón. Con uno de ellos, Martín Alonso, Colón estableció el acuerdo de compartir a partes iguales los beneficios de su expedición. Con una flota similar a la que llevaba Bartolomé Díaz, cuando dobló el cabo de Buena Esperanza en 1488, la expedición partió hacia San Sebastián de la Gomera un 3 de agosto de 1492. A bordo tan solo 87 tripulantes y nueve marinos en su mayoría andaluces, salvo algunos vascos y de otros lugares, dieron el salto hacia el Nuevo Mundo.

Sin embargo, hay otras historias que dicen que él no fue el primero… Dicen que Colón conoció al piloto Alonso Sánchez de Huelva, un marino como él que tuvo la mala suerte, también como él de naufragar. Hay quien sostiene que la figura de tan peculiar marino es solo un invento de los envidiosos de Colón, hay historiadores que lo afirman ahora. Pero en el siglo XVI, Garcilaso de la Vega no pensaba lo mismo y tildaba a Alonso Sánchez como un hombre muy real, lo que se puede leer en su obra Comentarios reales de los Incas, donde parece ser que este marino tras naufragar fue empujado por los alisios hasta una gran isla mucho más lejana que las Azores. Consiguió regresar y buscó cobijo en el buen hacer de Colón que por entonces vivía en Porto Santo, en el archipiélago de las Azores, donde poco después murió «dexándole en herencia los trabajos que les causaron la muerte, los cuales aceptó el gran Colón con tanto ánimo y esfuerço, que, haviendo sufrido otros tan grandes y aun mayores (pues duraron más tiempo), salió con la empresa de dar el Nuevo Mundo y sus riquezas a España, como lo puso por blasón en sus armas, diziendo: A Castilla y a León Nuevo Mundo dio Colón».

Colón fue un hombre misterioso, de pasado turbulentoque sin embargo contó con el favor de la Nobleza, la Banca y la Iglesia, sin saberse a ciencia cierta que motivo a suscitar tan tremendos apoyos. Como el del valenciano y converso Luis de Santangel, que era quien manejaba los intereses económicos del Reino de Aragón y poseía notoria influencia sobre su rey. No era Colón un hombre paciente, pero parece ser que mantuvo paciencia hasta las Capitulaciones de Santa Fe. Tan misterioso era Colón que supo mantener a posta y sin que ningún historiador hasta la fecha haya conseguido desentramar su secreto, su verdadera identidad. Pero… ¿por qué tanto misterio? ¿Qué se oculta de verdad detrás del personaje que Colón auto-creó?

Nos enseñaron que era un hombre amable, gran católico, un hombre cabal, enjuto y serio. Si leemos a quienes le conocieron, caeremos en la suerte de reconocer a un mujeriego empedernido, bravucón y pendenciero. Nadie sabe ni sabrá su verdadero nombre, nadie conocerá la fecha de su nacimiento ni el lugar donde se produjo, nadie averiguará quién fue realmente. Con toda seguridad no se apellidaba Colón y hay quien lo sitúa a los veintitantos años ejerciendo el corso contra los barcos castellanos. Sus coetáneos se refieren a él con el apellido de Salvago o Salgado y no falta quien asegura ser un íntimo de Enrique el Navegante y que en realidad era un bretón llamado Peter Scott. Protegido de los judíos Joseph Vizinho y el español y cosmógrafo Abraham Zacuto, no falta quien afirma, como Salvador de Madariaga, que fue un judío converso.

Aunque socialmente estaba muy bien situado, su nombre, hasta su aparición súbita en España, no aparece en ningún legajo de su época. Sin embargo, escritos están rumores de su paso en tempranas pendencias de juventud y actividades poco recomendables en Guinea, el Golfo de León, Lisboa, Gascuña, Galway y el no menos sorprendente lugar de las Costas de la Malagueta, es decir, aquí, en la trastienda de nuestra casa…