Parecía una ardilla gigante. Una barcaza bailoteando graciosamente por la avenida, una pelota de playa. La sonrisa de pícaro, las manos en forma de pinza, ávidas de cucharones de lascivia, de pellizcos y de bailes. En 1987, cuando Benny Hill correteaba por Puerto Banús, flanqueado de cámaras, algunos pensaron en una persecución, en el uso extremo del veraneo de un turista razonablemente sonrosado y aficionado a la cerveza. Otros, más avisados, salieron disparados a sus casas para volver con todo tipo de utillaje, bolígrafos para el autógrafo, regalos.

El cómico, pese a su caparazón escrupulosamente británico, era una estrella en España. Sus carreras, a menudo animadas por seres bufonescos, conectaban con una audiencia acostumbrada a estallar en carcajadas con los números de Alfredo Landa. El artista se había vuelto universal, batía récords de seguimiento, aunque casi siempre bajo la suspicacia de las autoridades. De nada servía su filiación con figuras como Buster Keaton, o la admiración confesa de Charles Chaplin, Benny Hill tenía el sambenito de chusco, de sexista. Fue, incluso, la primera víctima de Pilar Miró en su regeneración de la televisión pública, que condenó igualmente al boxeo, casi como medida prioritaria.

Afinidades fonéticas

Meses antes de la purga, el actor se paseaba por Marbella sin mostrarse esquivo, terciando, incluso, frente a la cólera de sus productores, que llevaban muy mal las fotografías de los aficionados. Benny Hill había prometido rodar parte de su espectáculo en la Costa del Sol. Fue uno de los pocos capítulos dobles de su serie, que llevaba en la parrilla desde 1955, y que para ese año, inventó una trama bien conocida por sus compatriotas: las vacaciones en España, con todo tipo de situaciones mordaces, las discotecas, las playas.

La provincia necesitaba su parodia y Benny Hill supo sonsacarle el lado británico. El rey de la comedia, por entonces, ya empezaba a fundir en oro su corona, con un patrimonio que, al final de su vida, se tasó en algo más de diez millones de libras. Eso, sí, sentía apego por pocas cosas; en Inglaterra, vivía junto a su madre. Nadie pudo verlo jamás conduciendo un deportivo, pero sí en las dos caras de un paraíso cacofónico, que consideraba intercambiable; Marsella y Marbella, donde pasó largas temporadas.

El descubrimiento de Málaga

El artista tenía casa en la Costa del Sol desde los años setenta, antes, incluso, de que sus carreras se hicieran populares en España. En 1969, había coincidido en el rodaje de The Italian Job con otro enamorado de la provincia, Stanley Baker, que, quizá, le puso al día sobre rincones paradisiacos. La frente de Benny Hill cuajada de ensoñaciones, enfebrecida por un lugar extraño, con sardinas recostadas en carbón y suecas languideciendo cerca del agua; justo lo que precisaba para echar a correr de esa forma que tanto entusiasmaba a Charlot o a escritores como Anthony Burgess, autor de La Naranja Mecánica.

La fidelidad al destino

El artista disfrutaba en la provincia, pero echaba de menos la posibilidad de conciliar trabajo y placer en un mismo metraje. Fue por eso por lo que quiso grabar su propio programa en Marbella y por lo que aceptó el que se convertiría en el más extraño de todos los trabajos de su igualmente rarísima trayectoria; el programa de Jesús Gil y Gil, Las noches de tal y tal, en el que participó apenas unos meses antes de morir en Londres.

No es que el cómico se hubiera apuntado a la cultura del pelotazo. Tampoco que sintiera una especial simpatía por el exalcalde y sus modales. Simplemente le entusiasmaba la posibilidad de salir en antena desde España, con la oficina a pocos metros de su residencia de verano. En el show, compartía reparto con el caballo Imperioso y las odaliscas que acompañaban al gran tiburón rojiblanco. Con Gil, llegó, incluso, a fingir una pelea a golpes a lo Bud Spencer. La vida marciana de Marbella, con un pie en el abismo, todavía enorme. Benny Hill murió mucho antes de conocer el legado municipal y deportivo de su camarada de programa. En una butaca frente al televisor. Ninguneado por la crítica, reverenciado por los grandes. Con sal todavía de Málaga.