Primavera de 1979. En un compartimento privado de Barajas, John Amos oculta sus maletas y se dispone a afeitarse. Mientras prepara la espuma, le llega el murmullo de su propia voz, reproducido por los televisores del aeropuerto. Los trabajadores guardan su cara en cromos que repartirán a sus hijos al final del día. Kunta Kinte camina en silencio, resguardado en el trajín de su corbata. Ha cambiado sorpresivamente de itinerario. Regresa, quiere pensar que de incógnito, a la Costa del Sol.

Le acompaña Madge Sinclair, ambos con paso enérgico y secretamente divertido, sabedores de la inutilidad de pretender no ser reconocidos; en esa época, en la provincia, era más fácil que Maradona pasara por espía con unas gafas de sol. La serie se había apoderado del fondo del salón, Kunta Kinte y sus cadenas sonaban debajo de la gitana, de la cabeza de perdiz. El país estaba conmovido, casi obsesionado, pendiente del protagonista con un celo que hoy recibiría el título de fenómeno, pero que entonces funcionaba de un modo mucho más ingenuo, la serie, como el hombre del tiempo, como los goles de Gárate, simplemente era de la familia, formaba parte del hogar.

El asedio a la estrella

Cuando John Amos, el protagonista, llegó por primera vez a España percibió toda esa locura, esa familiaridad. Más tarde diría que jamás había firmado tantos autógrafos. Kunta Kinte con el boli, con el rotulador, escribiendo de escorzo, de perfil, en cuadernos, en camisas, en escayolas, en servilletas de papel, contemplando las playas entre una nube de cabezas sonrientes. Sin duda, algo debió de ver. Quizá se coló un horizonte entre la muchedumbre, una barca bajo el sol. Su viaje, en principio promocional, se convirtió sólo en el inicio de una nueva travesía, esta vez con Málaga como único destino, rigurosamente de placer.

Eran los primeros días del mes de abril. El actor había visitado Madrid y las playas de Cabopino. Buscaba localizaciones para una futura producción. Después se olvidó del cine y se interesó más por la arena, justamente cuando el viaje finalizaba, Kunta Kinte, pura rebeldía, decidió volver para pasar unos días despojado de bigote, viviendo intensamente la ruta de lujo de la Costa del Sol.

El paladín del baile

De poco sirvió, sin embargo, su afeitado, a buen seguro impecable. Amos no quería ser molestado en esta nueva etapa de sus vacaciones, aunque tampoco dedicaba demasiado esfuerzo al asunto de la invisibilidad. Cuando todo el mundo le creía de regreso a los paneles de Hollywood, la estrella se dejaba ver como un titán de discoteca, ensimismado en los placeres de la noche mediterránea. Sus bailes se hicieron famosos en la discoteca Joy de Marbella, donde fue todo menos discreto, incluso con movimientos que hoy habrían sobreexcitado a la prensa del corazón. Se le veía de paseo con señoritas, risotada con risotada, en las playas, en el restaurante tailandés. Kunta Kinte convertido en un galán, suscitando la simpatía de los hombres y el revuelo de las señoras, de una cercanía casi irreal.

El caballero americano

Era como si Superman se hubiera apoyado en el alféizar. Como si Blancanieves fuese vista por los pescadores mojándose los pies. Los héroes que saltan de la televisión al merendero, de la pintura de los cromos al agua de mar. En el caso de Kunta Kinte, no precisamente con los bolsillos llenos de paja, el actor quiso hospedarse a lo grande, en el Marbella Club. Ocupó la misma villa que semanas antes había recibido a la exemperatriz Soraya. Una nueva casta, la del cine, dispuesta a remover los cimientos de la Costa del Sol, pero, con clase, incluso, a la hora de alborotar. John Amos cerraba las discotecas, pero también hacía de caballero donoso y aristocrático, con costumbres cien por cien de anglosajón. Por las mañanas,se acercaba a Los Monteros para desafiar al tenis a Lew Hoad y Teo Barrios; un atleta en la pista y en la cancha, incansable, incluso, de vacaciones. Quién sabe si el artista no decidió volver otra vez. Acaso con un disfraz más elaborado, con un afeitado más puro; miren bien a su alrededor. Puede que haya un héroe tras una gorra, una gabardina; enérgico Kunta Kinte, figura de la Costa del Sol.