Pocos conocen que el nombre oficial del puente de la Aurora es el de Alfonso XIII. También podría llamarse el puente del retraso, porque entre la colocación de la primera piedra y la finalización de las obras pasaron nada menos que nueve años, para desesperación de los trinitarios, que durante buena parte de esa década, al quedar el puente anterior inservible, debían dar un rodeo por los puentes de Armiñán o Santo Domingo para ir al Centro.

Otra opción era arriesgarse a ser cruzados a hombros de chaveas o, como mal menor, pasar por unos inestables tablones de madera colocados sobre las aguas.

Lo cierto es que a lo largo del siglo XVII, las riadas del Guadalmedina ya se llevaron varios puentes que unían la actual zona de Puerta Nueva con la Trinidad, donde, a mediados del XVIII se levantó la iglesia de la Aurora.

Si observamos las viejas postales que acompañan a este reportaje, veremos cómo a finales del XIX o primeros años del XX, en ese lugar de paso se instaló una precaria pasarela de madera para peatones que se llevó la riada de 1907.

Los carros debían apañarse con cruzar el cauce gracias a unas salidas abiertas en los muros del río. Tras la riada, se construyó un nuevo puente, que aparece en dos de las fotos, aunque como se aprecia no era nada del otro mundo.

En mayo de 1921, el rey Alfonso XIII visitó la capital tras colocar la última piedra del pantano del Chorro y después de recibir por parte de las autoridades de Málaga un almuerzo en el Ayuntamiento y de tomar café en el palacio de los Larios –donde hoy se levanta el edificio de La Equitativa– acudió en coche a las inmediaciones del viejo puente de la Aurora, donde le esperaban con sus mantones de Manila las reinas de la belleza de la Trinidad, El Perchel, Capuchinos y la Victoria, así como el alcalde, Francisco García Almendro y los concejales.

El rey cruzó el seco cauce y entre los vítores de cientos de personas, tuvo lugar el acto de colocación de la primera piedra, con la bendición de las obras por parte del obispo y la firma del acta.

Además, el monarca pudo contemplar el proyecto del futuro puente, obra del prestigioso ingeniero Manuel Giménez Lombardo. Al regresar al coche, las reinas de la belleza le lanzaron sus mantones de manilas. «¿Y ahora?, ¿quién os lo lleva?», cuenta La Unión Mercantil que comentó. En ese acto, el alcalde le entregó la petición del barrio de la Trinidad de que el puente llevara el nombre de Alfonso XIII, algo que el rey aceptó satisfecho.

Hasta aquí, una bonita historia sobre un elegante puente metálico que iba a costar 556.323 pesetas. Lástima que pronto surgieran las complicaciones. Como recuerda el ingeniero Antonio Molina Cobos en un estupendo libro sobre seis puentes de Málaga del año 87, pronto se detectó una capa de arcilla blanda en la margen derecha que aconsejaba hacer sondeos y cimentar a más profundidad. También había que expropiar fincas vecinas para construir las rampas del puente. Pero lo que más retrasó la obra fue la adjudicación por concurso del tramo metálico a la empresa malagueña La Metalúrgica S.A., del Paseo de los Tilos. Se adjudicó en 1925 y tres años después todavía no habían empezado las obras porque los planos de detalle que presentó no fueron aprobados.

Al final, se nombró a un ingeniero de Madrid, José Roibal, director de las obras; de paso reformó algo el proyecto y no fue hasta 1930 que el puente de la Aurora fue una realidad. Como detalle, las pruebas de resistencia hechas en la primavera de ese año: primero se colocaron sacos de arena y luego, se hizo una prueba en movimiento, con la llegada de tres filas de vehículos compuestas de camiones, tanques y apisonadoras. Superó el examen y pudo, al fin, abrirse a coches y peatones.