Marbella, hora de la sobremesa. Los jeques encienden puros y se recuestan a la sombra. En el jardín, sus hijos juegan; una pelota, quizá con la estampa de Naranjito, se balancea lentamente en la piscina, quizá de un modo premonitorio. 1983. La aristocracia árabe que frecuenta la Costa del Sol no entiende de más circunferencias que la medialuna de sus turbantes, de sus cornucopias, el fairplay lo dejan para los negocios. Aún no ha nacido el fútbol petrolero, pero la provincia reúne a la mayor selección de estrellas del momento. Únicamente falta Maradona y su puro, dejándose merendar por el abismo de la tumbona.

Podía haber sido la oportunidad para hacer el primer superequipo de la ciudad, pero eran otros tiempos. El Málaga se trastabillaba por la categoría y en sus calles se apilaban los mejores jugadores de Europa. Una tierra de contrastes, un verano con melenas de cromo, deportivo, extraterrestre.

Apenas unos meses antes, la Costa del Sol, con el estadio de La Rosaleda a la cabeza, había sido sede del Mundial. Puede que muchos futbolistas aprovecharan la competición, rácana con el equipo español, para quedarse con la copla del turismo. La provincia empezaba a consolidarse como destino predilecto para los futbolistas de élite; era la época en la que se acuñó aquello de que Málaga tenía mucho mejor equipo en agosto que durante el resto del año. Los tiempos que precedieron el veraneo de Best, de Lineker, pero con una acumulación insólita, la de ese año,1983, con toda la primera plana del deporte centelleado al sol de la costa.

La armada azarosa

Mientras julio se empinaba entre las palmeras, los futbolistas cruzaban los vestíbulos de los hoteles. Hasta 22 estrellas. Toda una plantilla. En la misma fecha. Agustín, San José, Ruud Krol, Okudera, Woeller, Reinders, Santi, Bonhoff, Julio, Pedraza, D’Alessandro, Juan Lozano, Pineda, Esteban, Camacho, Dani, López Ufarte, Hrubesch, Rep, Juanito, Kevin Keegan y Kennye Dalglish. Ingleses, alemanes, holandeses, españoles, argentinos. Cada uno con su familia. Soñando el gol perfecto, la parada aerodinámica, con una bebida espolvoreada de azúcar.

Los atacantes del Liverpool

La sombra de las estrellas se extendía por todo el litoral de la provincia. En los días en los que el Málaga mendigaba en Bélgica en busca de un delantero centro, Kevin Keegan, el superratón, ganador, dos veces, del Balón de Oro, se encerraba en el hotel Los Monteros para olvidarse de los malos centros y los puntapiés en las espinillas. Su compañero de delantera, Dalglish, entrenador actual del Liverpool, estaba casi a menos de un silbido, en el Andalucía Plaza.

Coincidencias extraordinarias

Los rellanos de las escaleras tuvieron que vivir un verano olímpico. Con tanto futbolista, las coincidencias no necesitaban de la entropía. No se sabe si Juanito se cruzó en alguna gasolinera con el trío del Werder Bremen, Okudera, Woeller y Reinders, que danzaban esa semana en Benalmádena, quién sabe si en habitaciones contiguas. Donde sí hubo animación fue en el Meliá Don Pepe, que alojó simultáneamente a Hrubesch, la bestia de los cabezazos y los jugadores del Salamanca Julio, Pedraza y D’Alessandro. En el Don Carlos estaba Juan Lozano, jugador del Real Madrid y del Anderletch, Camacho en Benalmádena, López Ufarte en Fuengirola, Bonhoff en una urbanización de apartamentos. Media baraja de cromos, con su aristocracia y sus defensores más inconmovibles, incluido Ruud Krol, el camarada de Johan Cruyff.

Del contraste a la mejora

Sin duda, ese verano, por acumulación, la provincia se superó en extravagancia. Más que un lugar de vacaciones, sonaba a convención, a escaparate de figuras. Johnny Rep, el goleador del Ajax, comiendo chipirones, Keegan chapoteando como un portero de segunda. Y el Málaga, a apenas unos kilómetros, deshaciéndose amargamente y sin el consuelo de ningún magnate. Otros tiempos, otras referencias. Quizás misteriosos y tranquilos, pero menos regulares en la Liga. La Costa del Sol tiene añoranza, pero no del fútbol.