Hace ya algunos meses que mis problemas de salud apenas me permiten salir de casa. De repente me he hecho vieja y aunque mi amado esposo pasa todo el tiempo que puede junto a mí, sus muchos quehaceres, obligaciones y trabajos, me obligan a quedarme mucho tiempo en la soledad de mi casa.

Cada día, mirando tras la ventana, veo pasar un sinfín de presbíteros y estudiantes que no reparan en esta mujer que está mirando tras el visillo. La casualidad quiso que ayer, acertara a pasar una señorita, que de bien vestida y bonita como iba, me recordó a mi cuñada María que en paz descanse y aquella mujer que fui y que recorría Málaga con ella.

Ya casi todos los que eran amigos de mi esposo se han ido muriendo y con ellos también sus esposas y por eso, apenas viene gente a visitarme, quizás también porque era yo quien visitaba a todos, y por eso no tienen la costumbre de venir a mi casa. Mi familia sigue en Cuenca o en Teruel y aunque aquí quedan los Marco, viven lejos y tampoco gozan de buena salud… Todos nos hemos hecho viejos. Queda el hijo de mi esposo, Antonio, pero nunca fui santo de su devoción y además anda por Teruel medio huyendo…

Como mi esposo no puede cuidarme viene a hacerlo una vecina. ¡Me recuerda tanto a mí!, es una mujer joven, casada con un militar que anda por Melilla y que por eso, como yo, también pasa las horas solas.

Nos hemos hecho amigas, así, mientras ella me ayuda en mi aseo y me sirve de sostén para algún que otro paseo, yo la regalo siempre mi conseja, que ella escucha con atención, pues esta vieja ha vivido mucho y aunque los ratos fueron más buenos que malos, la muerte de mis cinco hijos y la de tres más que tenía mi esposo con su anterior mujer, han sido dentelladas de lobo muy furiosas y por eso, la pena me ha consumido el alma como el fuego consume los leños del hogar de mi casa.

Ayer hicimos testamento y hoy ha venido un cura para confesarme. Sé que el final de mis días está muy cercano y ando ansiosa por que llegue el último suspiro, pues no hallaré mas consuelo que el de reunirme con mi Dios y poder besar de nuevo a todos mis seres queridos que se fueron primero.

A veces, me entretengo pensando sobre como será el Cielo. Se me antoja que tiene que ser un lugar con la luz y el calor de esta Málaga donde vivo, pero sin penas, sin disgustos y sin la negra parca rondándonos siempre y llevándose a nuestros hijos.

Ahora parece que yo también vuelvo a tener pestilencia. Dicen que eso será lo que me mate. ¿Qué mas da?, total, al final de algún modo tenemos que morirnos. Pero esta pestilencia no es como la que se llevo a mi hija. Aquella dejaba la boca negra y llenaba de bubas el cuello de quienes la padecían, esta de ahora solo da toses y ahogos y te mueres de debilidad, consumida por las fiebres y los escalofríos.

Quiero morirme en martes, así darán misa por mí el domingo y quiero que me entierren en el cementerio que hay en el Convento de San Pedro de Alcántara, junto a mis hijos y los hijos de mi marido. Quiero recibir cien misas y quiero que la vecina que ahora me atiende pase a atender a mi marido, porque el ya está también muy viejo y más pronto que tarde sé que se reunirá en el Cielo conmigo.

Este hombre mío, de tan callado que es y tan trabajador y tan tozudo… quizás porque todos somos hijos de Teruel, que allí todos son toscos y duros. No hay cosas que no se nos pongan en la cabeza que no acabemos realizando. Me hubiera gustado estar el día en que mi esposo, el obispo Molina Lario, su secretario y sobrino Joseph y el bueno del deán, don Vicente, se reunieron ante una mesa y se propusieron traer el agua a Málaga…

O cuando le dijeron a mi marido que reconstruyera San Felipe Neri que se caía por todos los lados y vino Ventura Rodríguez de Madrid e hizo unos planos que habrían acabado de Hundir la Iglesia. Pero mi esposo, tan callando, sin hablar, pero con trabajo y haciendo las cosas bien, en contra de la opinión de todos, que había hasta quien quería tirarla abajo, acabó terminando esaiglesia que es el símbolo de todo el barrio.

O cuando se hundió un puente que hay en Ronda y que yo nunca he visto y el dijo de hacerlo de nuevo y que sabía el modo de que aguantara toda la vida…

Son tantos los recuerdos… A veces me pregunto que qué es lo que pasa con ellos cuando nos morimos. Mi esposo me dice que para eso se inventaron las escribanías y los notarios, para que el tiempo no se olvide de todos nosotros…

Le queda a mi esposo un hijo. Un hijo que tiene un hijo olvidado por su egoísmo de llegar a obispo. Sé que este hijo tendrá hijos. Entonces quizás los hijos de sus hijos y todos los demás que vengan después, lleven consigo el recuerdo de estos turolenses que un día llenos de ilusión llegaron a esta ciudad inmortal que se llama Málaga.

Puede que hasta uno de ellos, investigue en las memorias del tiempo y hasta se acuerde de nosotros y puede que hasta sin llevar mi sangre corriendo por sus venas, me sienta como algo suyo. Y puente que sepa contarle a todos que una vez una mujer llamada María Antonia Conejos, llegó de su pueblo cargada de futuro y con apenas lo que llevaba puesto.

Puede que cuente que existí, que he vivido y que un día, hace ya muchos años, en compañía de la hermana de mi marido, cuando éramos dos jovenzuelas, corrimos las calles que separan ña Catedral del mar hasta conseguirlo. Y allí, con los ojos clavados en el lugar donde mi cuñada me decía que estaba África, solté las primeras lágrimas de las muchas que mis ojos derramaron sobre este bendito suelo que piso.

Y un día, desde la casa del vigía del puerto, en lo más alto del monte que llaman de Gibralfaro, con toda la ciudad a mis pies, un vino dulce en mi mano y mientras a lo lejos alguien estaba cantando, me enamoré de esta ciudad, de la que nunca he querido marcharme y que recogerá mi cuerpo, el cercano día en que exhale mi último aliento y que por fin, vuelva a ver las caras de mis hijos.

Quiera Dios que exista aquel que un día lo cuente, pues a tanto amor nunca le cabrá el olvido…