Lo primero que llama la atención de Rodrigo Vivar es que su pintura, vital, colorista y que evidencia una enorme destreza artística, es como su persona.

Este malagueño, que irradia simpatía natural, nació en la calle Álamos en 1934 y es hijo del fundador en Málaga del Banco Rural y Mediterráneo, que tenía su sede en la calle Martínez. No le quedan recuerdos de la Guerra Civil, pero sí referencias familiares «de que cuando pasaban los aviones por Málaga me agarraba mucho a mi madre». Su familia, como tantas otras entonces, vivió el conflicto de la Guerra Civil dividido entre personas «muy de derechas» y republicanos. «Mi madre era Consuelo Aguirre Alcalá-Zamora, sobrina o prima de Niceto Alcalá-Zamora», cuenta.

Alumno del colegio de San Agustín, tuvo como director al padre Andrés Llordén, con quien luego coincidió muchos años después, en la Academia de San Telmo. Su vocación artística le llegó cuando un compañero de su hermano Fernando en el colegio del Palo le pidió un día si podía pintar a su hermana Consuelo Vivar. El compañero era Félix Revello de Toro. «Sería el año 52 ó 53 y recuerdo que tenía una soltura que era una maravilla lo que estaba haciendo con el retrato. A partir de ahí empezó mi afición por la pintura».

Una afición que le llevó a formase de manera muy sólida, primero en la Escuela de Bellas Artes, luego tres años en el Ateneo de Madrid y otros tres más en Córdoba. De sus años en el Ateneo le vienen, cuenta, su buenas maneras con el dibujo. «Tengo un garrocheo de dibujo que lo aprendí allí, sin profesores. Las figuras de desnudos iban cambiando cada 15 minutos y en ese momento tenía que terminar uno el dibujo».

Pero con respecto a la formación, Rodrigo Vivar tiene las cosas claras: «En realidad la vida de un pintor desde el principio es una formación artística y yo todavía sigo formándome. No estoy contento con lo que hago, sigo buscando y creo que uno se muere buscando algo».

Esas constantes ganas de aprender llevaron al artista malagueño a formar parte de algunos de los principales movimientos artísticos de vanguardia de la capital, como la famosa Peña Montmartre de los años 50, que se reunía en El Pimpi y que, luego, tras visitar algunos de sus miembros a Picasso a Francia en un famoso viaje, pasó a llamarse Grupo Picasso. «Yo no pude ir a ver a Picasso porque murió mi madre por aquella época, pero se portó estupendamente con quienes fueron a verle porque sacó sus cuadros a su jardín para compararlos con los de los pintores malagueños».

De esas reuniones recuerda haber impartido charlas sobre dibujo y las ganas de todos sus integrantes por conocer qué se pintaba fuera de España. «La vida artística en Málaga era muy pequeña, nosotros comprábamos los libros a través de alguien que los traía de Argentina, eran libros de arte pero incluso poemas, como los de Tagore», rememora.

En esos tiempos difíciles, señala, «no se vendía un cuadro», así que entró a trabajar en su etapa cordobesa en el Banco Exterior de España, pensando en una estabilidad que le permitiera casarse con su futura mujer, Isabel del Río Ravassa, de la que dice seguir muy enamorado y con la que ha tenido cinco hijos. «Todos los pintores somos algo difíciles y ella ha sabido tratarme», reconoce con una sonrisa.

El trabajo en el Banco Exterior de España le permitía «salir a las 3 de la tarde para salir volando y tener toda la tarde para pintar, y siempre relacionado con el mundillo artístico malagueño». Un mundillo en el que continuó al ingresar en el colectivo Nueve Pintores, nacido en 1973 y que duraría 20 años.

La pintura de Rodrigo Vivar ha pasado por muchas etapas, «al principio casi pintaba abstracto y usaba mucho la acuarela cuando no había aparecido el acrílico», recuerda. Pero a la hora de definir su pintura actual, reconoce que «cuando estoy pintando un cuadro no me preocupo por la técnica o forma de ser, hay cosas que mejoro de un cuadro a otro y hay una diferencia de estilos». Entre sus últimas obras, un cuadro del general Bernardo Gálvez en tierras americanas que está en el Museo de Bellas Artes –que espera ver abierto lo más pronto posible–. En el boceto que guarda en su casa –y que como muchos pintores, prefiere al cuadro terminado– se aprecian el color, la agilidad y una luz intensa. Como en su persona. En 2010 el Ayuntamiento le dedicó la avenida Pintor Rodrigo Vivar, que está junto a la de una compañera de San Telmo, la avenida de María Victoria Atencia.