Doctor en Filosofía, licenciado por partida doble, director de la Fundación Juan March, número uno, en 1993, en las oposiciones al cuerpo de Letrados del Consejo de Estado. La plana de méritos de Javier Gomá, Premio Nacional de Ensayo, es amplia y apabullante, pero en las letras no basta con los blasones. En sus libros, el filósofo deja atrás la autoridad y afronta el cuerpo al cuerpo con el lector, al que ofrece un pensamiento omnívoro, de vocación universal y ética. Esta semana estuvo en Málaga para participar en el ciclo Encuentros sobre Ciencia y Pensamiento, organizado por la Diputación.

Los políticos, según el CIS, nunca han tenido peor consideración pública. ¿Escupimos todos en nuestro reflejo como Narciso?

Los políticos constituyen un ejemplo y en ese caso, el de la crítica, un contraejemplo. Los ejemplos negativos generalmente tranquilizan, tiene un efecto sedante sobre nosotros porque muestran una posibilidad mala y cercana que por virtud no realizamos y eso produce siempre un sentimiento de buena conciencia. ¿Por qué tienen tanto éxito los reality show? Sencillamente porque cuando se apaga el televisor se experimenta una sensación de superioridad. Con los políticos ocurre lo mismo, es una especie de revancha moral que tenemos hacia los que regulan nuestra vida. Nos regodeamos en el mal ejemplo porque el mal ejemplo dignifica; en cambio el bueno genera muchos problemas.

Corrupción, empobrecimiento, puerilización. ¿A qué achaca la caída en desgracia del colectivo?

En esa proyección no todo es negativo. Hay también un efecto del igualitarismo y eso es bueno. Hubo un tiempo en que la sociedad era jerárquica, autoritaria, piramidal; los que estaban arriba ejercían la autoridad, pero también tenían el poder coactivo, se imponían a sí mismos como modelos a la sociedad y ésta tenía que obedecer. Todo eso se ha desmontado. Ahora la autoridad no se autoproclama, sino que es concedida por los demás. Esto tiene como defecto que a veces se pueda vulgarizar el mundo, pero me parece positivo que los políticos no tengan esa suerte de aura mayestática simplemente por ocupar unas posiciones de dominio.

Operación Malaya, Gürtel, Filesa, manda huevos. Supongo que ellos también han contribuido a su descrédito...

En cierto modo no es fácil saber si ahora hay más corrupción que, por ejemplo, en la época del caciquismo español. Posiblemente exista más transparencia y más igualitarismo. Lo que sí está claro es que en la medida que la sociedad conserve la capacidad de escandalizarse contra la corrupción estará salvada. Lo peor para una comunidad es alcanzar un punto de letargo en el que ni siquiera se perciba la diferencia entre lo que es y lo que debería ser; ahora se mantiene el escándalo y, por lo tanto, la visión del ideal.

La globalización ha supuesto, paradójicamente, un nuevo apogeo para las banderas, los nacionalismos y los chauvinismos identitarios. ¿Cómo lo explica un filósofo?

Eso proviene, quizá, de la crisis de los estados. En la Edad Media había dos alturas fundamentales, el imperio y los feudos. La modernidad trajo un nivel intermedio, el estado, que se se sacudió, por arriba, la tutela del imperio y logró monopolizar por abajo los pequeños derechos de entidades territoriales como los condados o los municipios. Con el deterioro del Estado asistimos a una recuperación de los otros dos niveles. Por un lado, el imperio, la globalización, con instituciones como la Unión Europea, y por otro los nacionalismos. A la hora de buscar un horizonte identitario, una estructura de pertenencia, al hombre le es muy fácil perderse en el cosmopolitismo universal, por lo que recurre a identidades alternativas. Los nacionalismos, pero también las tribus urbanas o el fanatismo deportivo.

¿En qué falla la sociedad? ¿Nuestros patrones de conducta están equivocados?

Más que equivocados, lo que sí reflejan es la dificultad de ser realmente contemporáneo; contemporáneo no es sólo vivir en la época sino estar a la altura de los problemas que esa época te plantea. Existe hoy en día una demanda permanente, tanto en filosofía como en política, de reglas públicas de comportamiento, pero siempre con la cautela de de que nadie puede pretender regular tu vida privada. En esa esfera no hay ética generalizable, compartida, puedes hacer lo que quieras salvo perjudicar a los demás. Eso es difícil, porque siempre se ejerce una influencia y un modelo en un tercero. La distinción entre moral pública y privada tan vigente en los últimos años es algo que se debe superar.

¿Y qué me dice de las religiones?

Lo primero sería distinguir entre la religión como factor cohesionador y la fe que cada uno tiene, que es una decisión personal. La religión en cuanto a elemento integrador ha tenido una importancia decisiva en la civilización occidental, como reconocieron pensadores no precisamente sospechosos de devoción. Maquiavelo, el propio Tocqueville. Se trata, junto al patriotismo, de la creencia colectiva más fuerte para integrar a la sociedad. De hecho, uno de los problemas éticos que se plantea actualmente es qué instrumentos utilizar para integrar socialmente a los ciudadanos una vez que la religión y el patriotismo han perdido esa capacidad cohesionadora.

¿Cuáles son las alternativas?

Sin duda, tiene mucha importancia generar nuevas costumbres colectivas cohesionadoras, costumbres democráticas, no necesariamente tradicionalistas, costumbristas o folclóricas, pero que se puedan adoptar como modelo y consigan conducir al ciudadano hacia la socialización.

¿Se refiere a grandes líderes?

En eso debemos distinguir muy bien. Hay una interpretación de la ejemplaridad que es sumamente aristocratizante, según la cual esos modelos sólo pueden ser unas minorías sociales que se proponen a sí mismas como paradigmas de comportamiento para el resto de la sociedad, a la que se considera como masa. Mi tesis es justamente la contraria. La vida, si se analiza objetivamente, demuestra que todos somos ejemplo para todos, no hay una élite que sea un ejemplo para los demás y que, en cambio, no reciba ningún tipo de influencia ajena, sino que el hombre es estructuralmente una entidad que está arrojada a un océano de ejemplos. Vivimos en una red de influencia mutua y en la medida de que somos ejemplos debemos sentir el imperativo de ser ejemplares y que nuestro impacto no sea negativo.

Schmidt dice, sin embargo, que son sólo unos pocos los que realmente hacen evolucionar a la sociedad...

El principio igualitario es relativamente nuevo. La sociedad ha sido aristotalizante hasta el pasado siglo. Stuart Mill, Ortega y Gasset, Nietzsche, Gabriel Tarde e, incluso, el fundador de The Economist , todos estaban en esa línea de pensamiento, en esa herencia que indica que es una minoría creativa la que produce nuevas ideas y nuevas costumbres que como una onda se van divulgando, generalizando y masificando en la sociedad. Eso nunca fue así, ni siquiera en la épocas aristocráticas. En realidad todos vivimos en una red de influencias mutuas. Es cierto que a veces determinadas personas suscitan determinados consensos en función de los cuales un número más elevado de personas le concede autoridad, pero todos podemos ser el centro de esa onda que se va expandiendo en el lago.

¿La crisis transformará al hombre?

La crisis, desgraciadamente, tiene muchísimas historias doloras, pero como experiencia colectiva estoy convencido de que, a la postre, será positiva. España tuvo un dictador hasta 1975. Desde ese año hicimos cursos acelerados de aprendizaje de libertad y esos cursos y esa aceleración nos llevaron a algunos excesos. Cuando estábamos en pleno uso de la libertad llegaron los fondos estructurales de la Unión Europea, de modo que fuimos personas libres sin haber sido educados para serlo y, para colmo, ricos. Y ser inmaduramente libres y ricos no es una combinación buena. La crisis, entonces, va a ser un golpe de madurez; permitirá recuperar el principio de realidad. Mi pronóstico es que cuando salgamos de la depresión la sociedad española va a ser mucho más madura, aunque nada compense el dolor de esas experiencias individuales.

Profesionales en el paro, familias que abandonan la clase media. ¿Están las nuevas generaciones preparadas para afrontar una adversidad tan mayúscula?

La vida del hombre es un camino que tiene, al menos, dos estadios, el estético y el ético. En el primero de ellos, que engloba la infancia, la adolescencia y la juventud, el hombre vive como si fuera un dios, con una ociosidad subvencionada por sus padres o por el estado que le permite entregarse a a sí mismo y a la pasión por la libertad. Después, sin embargo, tiene que socializarse y la socialización se produce a través de dos caminos, elegir casa y elegir oficio. Es una doble especialización, la del oficio y la de la familia y la especialización es dura y competitiva y comporta muchas renuncias, mucho sacrificio, la percepción de límites. Una sociedad como la nuestra, que, por un lado, ha fomentado en exceso las tendencias libertarias y por otro ha desprestigiado esas dos vías de socialización, ha generado una juventud inmadura, con dinero y con escasos estímulos para trascender del plano estético al ético, que es el estadio en el que te integras en la sociedad y tienes un papel productivo en ella.

¿Fuimos excesivamente indulgentes con nosotros mismos?

Es una cuestión cultural; durante varios siglos la cultura ha puesto el acento en el valor infinito del individuo y eso ha tenido como consecuencia el desprestigio de esas vías que mencionaba, cualquier restricción, cualquier límite se veía como una mutilación del propio yo. Fue una etapa muy importante porque nos ayudó a tomar conciencia de nuestra dignidad y nuestra libertad, pero creo que solamente cuando uno se socializa, con la casa y el oficio, es verdaderamente individual. El problema pendiente no es ya cómo ser libre sino cómo ser libres juntos; ya no es tanto un problema de conciencia como de convivencia.

Pessoa hablaba de la dificultad del individuo para conciliar lo importante que es para sí mismo con su insignificancia social y cósmica...

Es una dicotomía a la que tenemos que acostumbrarnos. La cultura nos ha enseñado que uno vive en sí mismo y por lo tanto está dotado de dignidad e importancia, y, sin embargo, como miembro de una comunidad es sólo parte de un realidad que le trasciende y, además, masificada. De momento, no está solucionado porque ese primer momento, en el que te consideras a ti mismo un todo está distorsionado por la visión romántica, que dice que el yo es un yo especial, diferente, genialoide. De la tensión normal se ha pasado a un auténtico antagonismo. Quizá por esa permanencia sin límites en el estadio estético.

Después de estallar la crisis se hablaba de la necesidad de reformular el capitalismo. Ahora las posturas parecen más inmóviles. ¿Cambiará en algo el sistema con el azote de la crisis?

Habrá cambios, en el sentido de que algunos de los excesos generados por cierto capitalismo salvaje serán corregidos por la sociedad. En general, el capitalismo me parece un sistema beneficioso, pero sus abusos deben corregirse, especialmente en lo que respecta a la lógica en virtud de la cual todo lo que existe puede instrumentalizarse al servicio de la productividad, incluido lo que los filósofos llaman el mundo de la vida, como si fuera una mercancía más. El capitalismo, en el ámbito cultural, tiende a crear continuamente novedades para que el comprador esté siempre alerta y tenga que sustituir una mercancía por otra. En uno de los ensayos de Todo a mil recomendaba no estar al día para emanciparte e independizarte de esa tendencia.

También se refiere a la huelga general...

En ese ensayo aludía a la diferencia entre ser inteligente y ser sabio. La inteligencia es la habilidad para obtener medios que permiten conseguir determinados fines. Por ejemplo, construir un coche. La inteligencia sería construir un coche para ir rápidamente a un destino y la sabiduría la prudente selección de ese destino. Por eso propugnaba al lector una huelga general de medios, para recuperar la contemplación y observación de nuestros estímulos, de hacia dónde vamos y por qué.