¿Qué lectura hace de la primavera árabe? ¿Modificará realmente las condiciones de vida de la región?

En ese sentido me confieso culpable de eurocentrismo. No en el sentido de que desprecie a otras culturas o que las considere inferiores a la nuestra, pero sí como el resultado de una simple observación, la llamada globalización, que los franceses llaman mundialización, es, en realidad, una globalización de occidente. En todos esos países se están replicando las más importantes instituciones creadas por occidente, el libre mercado, la democracia, la separación de poderes, los derechos fundamentales. Muchos opinan que en realidad podría ser un movimiento de los islamistas para acentuar todavía más su hegemonía en el norte de África. En mi opinión, a la larga, aunque haya involuciones, todos estos procesos van a ir incuestionablemente en una línea de occidentalización de parte de África. Eso no significa que se vaya a dar un mimetismo puro, aspiran a importar creaciones occidentales como la libertad, pero a su manera, adaptándose a sus tradiciones, a su geografía. Son procesos largos, de muchos años.

España dispone del mayor número de licenciados de su historia. Sin embargo, los niveles de lectura son estilísticamente muy pobres. ¿Han entendido mal las universidades la especialización?

La universidad tiene tres misiones. Por un lado, formar hombres cultos, con una formación general que les permita a su vez tener una conciencia crítica. La segunda misión es la de crear profesionales, en la que hay que insistir en la conexión entre la empresa y la universidad, sin duda. La tercera, reservada a una minoría, es el ámbito de la docencia, de la investigación. Lo que ha ocurrido es que las tendencias de Bolonia, por ejemplo, van excesivamente en la línea de fomentar la segunda misión y eso es importante. Nadie discute la necesidad de crear buenos profesionales, competentes, pero da la sensación de que se ha descuidado la primera misión, la de formar hombres cultos, lo cual resulta peligroso, porque podría suceder que la sociedad acabara creando ciudadanos muy especializados, pero con nula conciencia crítica y, por lo tanto, manipulables.

¿A quién responsabilizaría de la falta del desapego hacia la política?

Ese desapego es relativo. Cuando hay elecciones vota más del sesenta por ciento de la población, la calle está muchas veces tomada, por no hablar de los cines y teatros, al menos en determinadas ciudades. La sociabilidad es de máximos, diría yo y las redes sociales también contribuyen a ello. No percibo necesariamente una gran desafección hacia lo público, la gente opina, critica, tiene descontento. Creo que el individuo está incluso más involucrado que antes en los problemas de la comunidad.