Este mes de marzo que acaba de terminar vio nacer en el año de 1928 al genial malagueño Antonio Molina, aunque, quiso la casualidad también que en este mismo mes de marzo, con tan solo sesenta y cuatro años cumplidos, un 18 de marzo de 1992, se marchara al cielo de los elegidos para siempre, por eso, muchos son los que aseguran que ese día también se murió la copla, o al menos, una forma única e inimitable de interpretarla en España.

Antonio fue sin ningún género de dudas, el fenómeno musical español de su tiempo, creador de un estilo propio, poseía una habilidad vocal admirable, tanta que le permitía realizar un falsete que prolongaba hasta límites realmente increíbles. Pero Antonio fue, sobre todo, un hombre extremadamente bueno…

Nació un nueve de marzo en Málaga en el seno de una mas que humilde familia del barrio de Huelin, al que por entonces popularmente se conocía como «el barrio de las fatigas», y tan pobre era que muy pronto tuvo que empezar a trabajar repartiendo leche junto a un inseparable burro que probablemente fuera quien primero escuchó sus canciones.

Después llegaron sus oficios de camarero, aprendiz de tapicero o cuidador de cerdos y conejos, entre otros, hasta que por fin, en búsqueda de fortuna, decide marchar a Madrid, donde tras el paso por un concurso organizado por Radio España, consigue grabar cuatro canciones para el sello discográfico «La voz de su amo». Obtuvo con estas cuatro canciones un éxito sin precedentes en España que lo catapultaron hacia las más altas cotas de una imperecedera fama musical.

Se decía entonces «cantar por Antonio Molina», pues no fueron pocos los que trataron de imitarle. Su arte le llevó al cine donde protagonizó gran número de películas, algunas de notorio éxito como ocurriera con «La hija de Juan Simón», un melodrama rural de la España de finales de los años cincuenta.

Al otro lado de su trabajo, siempre hubo un hombre humilde y un padre amoroso que siempre llevaba Málaga en su corazón. Nadie tiene un mal recuerdo de este ilustre malagueño, que nunca supo decir no a cuantos le pidieron que le ayudara con algún asunto.

Lo recuerdo, siendo yo muy niño, cuando tras una actuación suya en la Plaza de las Ventas de Madrid, después de actuar ante más de diez mil personas, se buscaba caramelos en los bolsillos para entregármelos…

Antonio no tuvo la suerte de recibir instrucción musical cuando era niño. Fue sin duda alguna un hombre que se hizo a si mismo y que sabía escuchar toda la música que caía entre sus manos.

Cuentan que un día vieron a Antonio Molina escuchando totalmente extasiado la Danza número 5 «La Andaluza» de Enrique Granados. Dicen que preguntó por el autor y me contaron que cuando le dijeron quién fue, el bueno de Antonio Molina, él, tan grande, tan músico y tan artista, dicen que se fue llorando…