El último gol de Messi: frívolo. El auditorio del puerto: frívolo. Las canciones de Elliott Smith: superfluas. La poesía: prescindible. La ropa, la tinta, los cosméticos. Frívolo, estéril, epidérmico. Lo corroboran los Presupuestos Generales del Estado. Y las listas del paro y las conversaciones. Todo lo que no sea trabajo debe abandonar el barco en tiempos de crisis. Los que lo tienen, se empecinan en no perderlo. Los que no, piensan, a la desesperada, en la manera de alcanzarlo. Casi no se habla de otra cosa. El mercado laboral resuena en los ascensores, en las cafeterías, en los parques. ¿Corremos el riesgo de obsesionarnos?

Los especialistas no lo tienen claro. Algunos señalan a la incertidumbre y al pánico al abismo del desempleo como motores de una preocupación patológica, creciente. Se experimenta el miedo a cometer errores, se magnifica cualquier tipo de descuido. Otros creen que la adicción al trabajo ha existido siempre, con independencia de la situación actual. Según los especialistas, el diez por ciento de la población activa sufre este tipo de desórdenes, que se relacionan con perfiles psicológicos muy enérgicos, propensos a la acción y a la autoexigencia.

La adicción al trabajo, conocida en su vertiente más extrema con la voz anglosajona de workalcoholism, por sus concomitancias obsesivas con la dependencia a la bebida, dibuja tipos bastante extendidos en esta época, el jefe incapaz de delegar, el empleado que no desconecta, el joven emprendedor que echa más horas que un obrero decimonónico o la mujer que recorta su descanso y su tiempo para estar con los amigos. Todos ellos podían formar parte de algo mucho más grave que el código de la supervivencia, con sus costes y placeres inevitables; una obsesión de gente a cien por hora, necesitada a menudo de prolongadas sesiones de gimnasio y altos consumos de café y tabaco para mantenerse en la rueda sacrificada de cada día. «Cuando hay una adicción llega a producir un deterioro personal, social o familiar intenso, el trabajo llega a envolverlo todo, cambia el estado de ánimo, les provoca estrés, ansiedad, depresión y es muy difícil de controlar porque no pueden dejar de pensar en el trabajo», indica el psicólogo Antonio Castaños.

El problema es que no siempre es fácil de distinguir. La obstinación en el trabajo tiene muy buena prensa y, además, se confunde a menudo con el hambre de éxito y el afán de superación. La psicóloga María José Zoilo explica que la laboral es la única de las adicciones que no está mal vista, revestida, incluso, de valores nobles como la lucha por el futuro y por la familia, la conquista del éxito y, en definitiva, de la felicidad. En muchas ocasiones, el adicto se rodea de perfiles afines, que comprenden y alientan su desvelo, por muy exagerado que resulte. «Habría que analizar cada caso y estudiar el tipo de refuerzos que han recibido toda su vida por esta conducta», resalta.

La dificultad sigue siendo la misma, mantenerse activo, responsable y exigente y a la vez fuera del tipo de comportamientos que marcan el camino de la obsesión. Zoilo insiste en que la adicción al trabajo está desprovista de los atributos enfermizos que normalmente acompañan la patología. El adicto no se ve excluido y, mucho menos, sin recursos ni al borde la inanición. Monreal, no obstante, entrevé consecuencias igualmente nocivas, estrés, insomnio, alejamiento social, y, sobre todo, deterioro de la vida familiar. «Personalmente no creo que la gente que se estresa por el trabajo se integre en el perfil del adicto; el estrés se relaciona con hacer algo que no quieres y aquí es todo lo contrario», razona.

La psicóloga, en este caso, rechaza también el tópico del ejecutivo con el cubilete de hielo y el whisky sobre la mesita del salón; la adicción al trabajo ya no es un asunto exclusivo de los corredores de bolsa y los yuppies, esas figuras con tanto tirón ochentero en el imaginario popular. Cualquiera puede obsesionarse, al margen de su oficio y cualificación.

Sobre la mesa, asoman, sin embargo, cartas que no parecen que contribuyan a equilibrar. Además de la situación económica, deprimida y, lo que es peor, también ominosa, aparecen factores ridículamente peninsulares como el reparto de la jornada laboral. Según un estudio realizado hace apenas una década, la costumbre española menos entendida por los turistas nórdicos es el exceso de trabajo, o, mejor dicho, su escasa armonía con otras esferas vitales como la del ocio y el descanso.

Zoilo reconoce que el verdadero problema de este tipo de adictos surge cuando la coyuntura obliga a una desintoxicación a lo cafre, superlativa. Hablamos, de nuevo, del paro. La imagen de los ejecutivos de Wallstreet arrojándose desde la última planta del edificio vuelve a golpear las puertas de la imaginación. La psicóloga relativiza el drama, especialmente por el vigor que manifiestan este tipo de personas, incapaces de dejarse arrebatar lo que más le preocupa. «El trabajo significa tanto para ellos que son los primeros en intentar emprender algún negocio para volver a su estilo de vida y al mercado laboral», reseña.¿Estamos todos locos? La psicóloga reitera la exepción que asiste a este tipo de adictos, que se escurren de las consultas y de las expresiones de la enfermedad. «Piensa, por ejemplo, en personas obsesionadas por las compras o drogodependientes; en estos casos se pierden recursos y dinero, en el del trabajo, todo lo contrario», puntualiza.

Zoilo insiste, además, en la necesidad de diferenciar entre los conceptos de patología y pasión, que, en este caso, tienden a entreverarse en los pronósticos. Muchos, reflexiona, se preocupan por la cantidad de horas que dedican sus familiares al trabajo, pero cuando no concurren síntomas como el estrés, la pérdida de sueño, e, incluso , de apetito, se diluye el fantasma de la enfermedad. «En estos casos, si en lugar del trabajo se tratase del golf, de la música o la literatura nadie hablaría de patología, sino de afición. No hay nada más que fijarse en los jubilados que siguen acudiendo al trabajo y ligados al oficio pese a que ya no lo necesitan», argumenta.

En cualquier caso, hay que tener cuidado. «Hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que pueda soñar tu filosofía, Horacio», decía Shakespeare. Pero también el sistema de trabajo. Aunque resulte difícil decirlo en estas circunstancias. Con más de cinco millones de personas en el paro.