El aviso del piloto a la torre de control previo al impacto permitió que el servicio de emergencias 112 activase el Plan de Autoprotección cuando la columna de humo negro que nubló el aeropuerto señaló el lugar exacto del siniestro.

Fue a las 9.28 horas. Apenas cuatro minutos después, dos camiones de bomberos del recinto aeroportuario llegaban a los restos del CRJ-200, procedente de Frelandia con 35 pasajeros y 4 tripulantes, que se había estrellado en la cabecera 12 de la nueva pista durante la maniobra de aterrizaje. El fuego apenas puso resistencia a los manguerazos teledirigidos de agua y espuma que dieron claridad a una escena dantesca. Uno de los bomberos presentes aseguró horas después del accidente que nada pudieron hacer por los pocos cuerpos que quedaron atrapados en el fuselaje del avión.

El trabajo se concentraba en los alrededores del aparato, donde la tripulación y los pasajeros mejor parados asistían como podían a una veintena de supervivientes que yacían en el asfalto de la segunda pista del aeropuerto. Según las mismas fuentes, el caos era total. Los gritos de los heridos se mezclaban con los de los ilesos, presos del pánico. «Una mujer que buscaba a su marido no dejaba de gritar que la culpa era de los pilotos», dijo otro bombero.

No tardaron los refuerzos antiincendios acompañados por una dotación con los primeros sanitarios que, con los datos que les aportaba la tripulación, priorizaban a los heridos más graves. «Había pasajeros inconscientes, otros con fracturas abiertas e incluso convulsionando. La mayoría tenían quemaduras importantes provocadas por la explosión de uno de los motores del avión», relató uno de los primeros médicos en llegar.

Conscientes de la gravedad del accidente y el gran número de heridos, el goteo de ambulancias no cesó durante cerca de dos horas. El 061, Cruz Roja, Protección Civil y bomberos aportaron a todos sus médicos disponibles en un orden que fue elogiado por todas las autoridades durante el primer balance del siniestro. Poco después de que llegara la primera ambulancia, la tienda de campaña de los heridos ya estaba montada y repleta de víctimas. Allí entraban y salían continuamente heridos, unos con destino a los principales hospitales de la capital, otros a la pequeña carpa levantada para los fallecidos. Varias dotaciones de la Policía Nacional y de la Guardia Civil acotaron la pista con varios cordones de seguridad mientras parte de los sanitarios y los primeros psicólogos comenzaban a separar al pasaje.

Por un lado los pasajeros ilesos. Por otro, la tripulación que tampoco resultó herida. Fuentes de emergencias aseguran que esta práctica forma parte del protocolo, ya que «en este tipo de accidentes es muy común que los supervivientes se muestren muy hostiles con los pilotos y las azafatas». En ambos casos fueron trasladados a sendas salas de crisis en las que esperaban un nutrido grupo de psicólogos, que también atendieron a decenas de familiares que se fueron agolpando en la terminal pidiendo información de sus seres queridos.

El accidente se cobró la vida de ocho personas. Otras 10 resultaron heridas graves, 8 leves y 13 ilesas.