Tendría la nariz pegada contra el cristal. La catedral que desaparece en la curva mientras farfulla el tubo de escape. En el suelo del coche, entre la ruindad de las colillas, papeles pisoteados con la figura de Corto Maltés. Suenan las campanas. El dibujante Hugo Pratt piensa en la caída del héroe, en el enjambre de los disparos. La escena aparece reseñada en el libro de entrevistas El deseo de ser inútil, que próximamente publicará Confluencias. El artista recorriendo la provincia, con un Fiat borboteante, dando forma a la teoría que sitúa la muerte de Maltés en una tapia de Málaga, en la Guerra Civil. El marinero, el romántico, el personaje, junto a Astérix y Tintín, más aclamado del cómic europeo, derrengado contra el suelo de la que sería la Costa del Sol.

La especulación no es gratuita. La historia oficial del aventurero, entendiendo por ésta la diseñada y publicada por Pratt, se pierde en la contienda, a la que el personaje acude con el marbete de las brigadas internacionales. Poco tiempo después de la muerte del dibujante, su mejor amigo, el artista Vittorio Giardino, otra referencia del género, editó un homenaje en el que rescataba a Corto Maltés de la niebla de la guerra para darle un final menos difuso, basado en las sugerencias del propio Pratt, de las que, sin embargo, dudan algunos de los lectores.

La revelación rigurosa

En el trabajo de Giardino, el marinero no desaparece entre las costuras de una historia inconclusa, sino que es apresado y aniquilado en Málaga, después de negarse a la gracia del último cigarrillo. Un desenlace que los seguidores más ortodoxos de Pratt se niegan a aceptar como genuino, pero que ahora gana fuerza, garabateado entre la experiencia del dibujante y los trazos de su amigo.

El libro de Confluencias, diseñado por el escritor y traductor Carlos Pranger, revela un pasaje en el que propio Pratt cuenta su experiencia en Málaga, adonde llegó desde Francia, en 1970, en compañía de un grupo de amigos. Fue el mismo trayecto que le llevó a Saint-Malo y a conocer a algunos de los escritores que le profesaban simpatía, como el colombiano Álvaro Mutis.

Málaga la idónea

El dibujante acostumbraba a documentar todas sus localizaciones; ninguna escena de Corto Maltés sucede en ciudades no visitadas previamente por Pratt, que a buen seguro aprovechó su estancia en la Costa del Sol, trastabillada por el motor endeble del Fiat, para fantasear con los pasos del marinero. Lo de Málaga es sencillamente propicio, pocos campos de batalla de España resultan tan familiares a los italianos como la capital de la provincia, en la que se ensañaron las tropas de Musollini. Giardino continuaba una energía geográfica que ya había encallado antes en Andalucía, concretamente en Córdoba, la ciudad en la que se asienta la leyenda de Corto Maltés, con el rabino Toledano.

La historia en paralelo

La vida de Pratt, revoltosa y quebradiza, se confunde en Málaga con la de su más afamada criatura; los volantazos del dibujante y el cuerpo del héroe que cae, mucho antes de la llegada del primer batallón de suecas y del nacimiento del turismo. En la página de Giardino el aventurero desafía a la muerte y canturrea, quijotesco y rudo, frente a las tinieblas del fascismo. La máxima de Pratt continuada por su compañero de oficio, el respeto y la documentación; en la ficción, el marinero, ocupa el lugar de los brigadistas que realmente fueron acribillados frente a la tapia y después arrojados a fosas comunes. El antiguo cementerio de San Rafael como lugar en el que se enhebran los horrores de la ficción y de la realidad, Corto Maltés, en su última aventura, derruido frente al barro, al lado del campo en el que posteriormente se levantarían naves industriales.

Quién sabe si el Fiat de Pratt no pasó cerca de la verja. En los setenta todo el mundo viajaba a la Costa del Sol, incluso los que no existían. Las carreras de Corto Maltés, su cigarrillo lamido por el tiempo, enfilando el desenlace de Giardino; un héroe que se desvanece, en 1937, para dejar sitio a los flotadores y las botellas de espumoso. Pratt, el amigo de Hesse, de Umberto Eco, pensando en sacos de plomo en el paseo por la provincia. Los dos lados del tebeo, con el sol de Málaga en las junturas.