No importa que corriera, año tras año, los Sanfermines; ni que, año tras año, llegara a la meta, y siempre en buen puesto, en la maratón de Nueva York; ni que tan siquiera hubiera sido el primer gerente del Patronato de Turismo de la Costa del Sol. De los Sanfermines tenía las caricias de los toros en un brazo, del maratón tenía los huesos de la rodilla astillados y del Patronato tenía una mente privilegiada para dominar el difícil arte de la promoción turística y tocar las cuerdas de la sintonía del marketing sin que ninguna desentonara.

De todo ello, me quedo con su corazón capaz de rozar la cima del Anapurna, porque nada ni nadie se le resistía, cabezón como «mañico» de Calatayud.

Se nos ha ido Carlos y Kathy y sus hijos pueden sentir que por las ondas del infinito cielo de la Costa del Sol este personaje de ojos vivos, curiosos, siempre llenos de vida ha iniciado su primer maratón, el que le llevará por la estrellas.

Como me dijo hace tiempo Carlos, «cuando inicie mi camino hacia el más allá me encontraré con tu hermano Víctor, será hermoso». Posiblemente ambos estarán retozando por nubes de algodón y se mecerán en los dulces atardeceres de los cielos morados y rojos hablando de su querida Costa del Sol.

Son muchos los atributos profesionales de Carlos Gil de cuya memoria muchos tenemos que aprender, pero son espacios cerrados que llevan nombres de guerra, eslóganes y mensajes de venta turística de la Costa del Sol, de Andalucía y de España. Nadie como él para dominar tan esquivo mundo empresarial aunque inventara que era mejor vender la diversidad dentro de la unidad.

He repasado su biografía en la Enciclopedia General de Andalucía y me siento un privilegiado por haber compartido tanto de su vida profesional, del que tanto aprendí, sobre todo algo radical en su vida y que fue norma ante las adversidades: capacidad de lucha y no había dificultad o problema que no se pudiera vencer.

Mañico era y mañico ha muerto, porque hasta el último momento luchó por respirar. De sus últimos días, dos recuerdos. Uno, la conversación que mantuvimos con el entonces consejero de Cultura, Paulino Plata, y que cuando se fue Carlos, dijo: «¡Qué gran hombre!», sabiendo que estaba tocado por La Parca. Y, la segunda, en el homenaje que le montó a Michael Limb y en el que nos reunió a unos cuantos amigos del inventor del Sunbook.

Hombre y corazón; coraje y fuerza, la fuerza mental de quienes ama a los suyos, a los próximos y a los menos cercanos. Yo siempre me creí estar entre los primeros y de ello doy fe en estas apresuradas líneas.

Carlos, ya lo sabes, si ves a mi hermano en la paz de las estrellas, levantad una copa por los mortales de aquí abajo que luchamos por sobrevivir. Tú lo hiciste en vida.