Se ha roto con el cerco. Incluso, con el halo ignominioso que siempre ha perseguido a las familias afectadas por el suicidio. Ahora se percibe como una enfermedad, con una desgracia que, al igual que otras patologías, tiene poco que ver con el decoro. Aún así, continúa el dilema: hablar o el silencio público. Se teme el efecto mimético, aunque del otro lado también preocupa la anestesia de ignorar el problema, su magnitud y sus cifras.

Los especialistas aluden al riesgo del contagio, pero se quejan al mismo tiempo de que el mutismo mediático reduce el nivel de concienciación. La propia Organización Mundial de la Salud (OMS), rectificó su primera recomendación, que animaba a los medios de comunicación a no informar sobre este tipo de muertes. En la actualidad, recuerda la doctora Lucía Pérez-Costillas, la institución pide ayuda a la prensa para intentar sensibilizar a la población y mejorar las estrategias preventivas. «Es cierto que se debe tener mucho cuidado por el efecto dominó, pero tampoco es pertinente que se lea el número de fallecidos en la carretera y no el causado por este problema», argumenta el doctor Lucas Giner.

Para los expertos existen dos aspectos que marcan la necesidad de incidir en el tratamiento informativo; identificar y ayudar a disuadir a la población en riesgo y contribuir a que las familias asuman el duelo sin el dolor añadido de la culpa.

Los médicos piden mayor formación especializada para aprender a detectar los casos potenciales en todos los niveles de la asistencia sanitaria.