Julio de 1991. Los coches se apelmazan en la carrera de la calle Larios. Suenan los claxones. Algunos conductores alargan el cuerpo por la ventanilla como si fueran muñecos que salen de la tarta. Al fondo, se presiente el bullicio. La escena recuerda a un accidente, pero no hay nada trágico. Una nube de cabezas, cerca de la plaza de la Marina, y un hombre larguirucho y con cara de beduino en el centro; casi una aparición divina, Kareem Abdul-Jabbar, como recién venido del lejano Oeste, del tubo de la pantalla.

El gigante de los Lakers que detiene el tráfico. Como en una inversión del apocalipsis. Veinte años después todavía se rememora; testimonios diseminados en internet que hablan de Kareem en la Alcazaba, en los bares, acariciando el techo con su cabeza pelada. El pivot se acababa de retirar. Se sentía ligero, casi un filántropo. Quería enseñar a los niños lo que había aprendido en la pista. El campus de Unicaja le dio la oportunidad de conocer Málaga, justo en el momento en el que la NBA estaba más lejos que la galaxia de Andrómeda, a años de nutrientes y de luz de la época de los Gasol.

Abdul-Jabbar colgado del aro, moviendo su brazo como una palanca poderosa mientras los autobuses cruzaban la avenida de Los Guindos. Las señoras con la gaseosa y el abanico y el genio de Los Ángeles, con sus 2,18, viendo como caía el vino dulce desde la altura de las tinajas. Como en la cancha, el baloncestista no se estuvo quieto ni se encerró en el hotel a probar el aire acondicionado. Kareem apareció por los bares del Centro, y por Marbella y por los restaurantes de Benalmádena.

Un lujo para un paseo por Al-andalus

Siempre con una legión de aficionados saltando para llamar su atención; dejando atrás su fama de jugador huraño. Sin sus gafas de plástico, con su perilla santurrona, en plena deriva alegre por las calles de Málaga. La Costa del Sol con su cielo elevado para dejar paso al jugador de los Lakers. Kareem esta vez ni siquiera esquivó a la prensa, a la que confesó su interés por visitar Córdoba y Granada. El jugador, pese a su reposado hedonismo, estaba encantado con la ciudad y con los rastros de la cultura árabe; su condición de musulmán, que le vino después de la lectura de Malcom, le llevó a pasearse por cada uno de los vestigios de Al-Andalus, aunque sin mucha promesa de frugalidad, compartiendo la religión con la buena mesa y la pelota.

El oasis de la canasta

Kareem, movido por la flota de pigmeos de la provincia y del Unicaja, despertaba un entusiasmo que resulta difícil de calibrar en estos tiempos, cuando las estrellas del baloncesto estadounidense se hacen fotos en las plazas y anuncian todoterrenos en perfecto castellano. En aquella época, la presencia de Abdul-Jabbar era casi un espejismo, lo mismo que tropezar con Maradona en las calles de Tirana, aunque con una diferencia de altura y muy probablemente también de peso; el rey de los ganchos en un país de hombres bajitos y peludos. En la antigua tierra de la leche en polvo. Quizá en un reencuentro privado.

El enigma del primer viaje

En las crónicas nadie dice nada. Tampoco consta la pregunta, pero es muy probable que la estrella de los Lakers conociera antes las calles de Málaga. En la Red hay huellas de un viaje anterior, en 1985, apenas unos días después de la famosa final en la que tumbó a los Boston Celtics con una actuación prodigiosa. Retazos, palabras y hasta un autógrafo recabado en un restaurante de la Costa, la leyenda del primer viaje de Kareem se difumina con la posteridad del campus; pero allí bien pudo estar, con su anillo de campeón, quién sabe en qué rincones, con qué compaña.

Icono generacional

Del sol de Los Ángeles al meridiano de la Costa del Sol, con el lustre de la cancha todavía intacto. Los paseos de Kareem por la Costa del Sol y la bruma de su primer viaje, cuando también fue visto, como una torre de arena, extraído a lo lejos, en el camino hacia el horizonte. Qué sería de los niños que aprendieron sus ganchos, los jóvenes adultos de la era de la crisis. También con el recuerdo de otra provincia, de otro tiempo, de otra calle Larios; apretujada en el mismo momento, quizá, en el que Pau Gasol veía todavía lejana la canasta.