Mantener una conversación con Rafael Guzmán es como viajar a un mundo paralelo donde sólo reinan las sensaciones: a ratos hay risas y carcajadas, a ratos lágrimas de emoción. Es un ejemplo de superación, porque una enfermedad degenerativa, la atrofia multisistema de tipo parkinsoniano, ha ido poco a poco haciendo acto de presencia hasta hacerle tener una incapacidad del 80%. A pesar de necesitar ayuda para todo, de tener dificultad en el habla o para andar, es un ejemplo a seguir. Disfruta cada segundo de su vida y hace que quienes le rodean también lo hagan, sólo por oírle bromear o disfrutar de sus cuadros.

Guzmán pinta por vocación. Como asegura, no lo hace por afición, sino por pasión. Cuando su primer hijo tenía solo dos años €corría 1971€ decidió apuntarse a un curso de pintura a distancia, ya que siempre había querido mejorar la técnica. Durante toda su vida ha sido perito, aunque quiso estudiar Bellas Artes, lo que no pudo ser porque «había que irse a Sevilla».

Poco a poco descubrió un arte que había permanecido oculto, y decidió dejar de lado el cursillo y aprender por sí mismo. Sólo seis meses después de coger el lápiz ya pintaba óleos, y de ahí, a recopilar más de un millar de cuadros, de los que ha vendido unos 300.

Se jubiló en 2008 ya que tres años antes comenzó a notar desequilibrio al andar. «El médico me mandó vitaminas, pero un familiar me dijo que tenía que ir a urgencias. Yo sabía que tenía algo que no era bueno», apunta. De este modo, logró la incapacidad permanente y se dedicó de lleno a la pintura, que le sirve «de válvula de escape». Cada día va a lo que el llama su atelier: un piso con cientos de cuadros y reproducciones, colgadas de paredes con un orden ilógico que hace de éste una pinacoteca en la que todo cabe. Desde reproducciones de Picasso, pasando por planisferios hasta motivos cofrades, sin olvidar marinas, paisajes o retratos. «Aquí puedo perder las mañanas, en el ordenador, pintando, o las dos cosas», dice. Y tanto. Desde que hace acrílicos €2010€ ha pintado unos 300, más de 100 al año.

Reconoce que su vía de escape también le hace daño, porque le duele el brazo o se le clavan las costillas, pero asegura que si no fuera por su ejercicio diario ante el lienzo, tendría las manos atrofiadas. Su cuadro favorito es un alcornoque en el que se volcó, y tiene una mezcla de dolor y miedo a uno en que se ve su silla de ruedas. «Fue el primer cuadro que pinté cuando me diagnosticaron la enfermedad. No lo he terminado, empecé por óleo, luego acrílico... me saca los demonios que tengo dentro. Es la trayectoria de mi enfado por la enfermedad», explica con los ojos cargados de lágrimas. «Al principio iba a andar a las siete de la mañana, ya no puedo ir ni acompañado», añade.

Cuando en 2010 descubrió el acrílico, se volcó en esta técnica. «Es más como mi temperamento, se seca rápido, el óleo es más lento. Trato de hacerlos en un día porque a lo mejor al siguiente no me apetece hacer ese; prefiero uno pequeño a uno grande que me obligue a dedicarle más tiempo».

Amante de Picasso, Revello de Toro y Monet, este malagueño siempre va cámara en mano para plasmar a posteriori en sus cuadros los rincones que más le apasionan. Le gusta la arquitectura histórica malagueña y asegura que cada cuadro es como un hijo para él. «No soy un ejemplo para nadie, hay gente a la que le sorprende mi sentido del humor. Todo el mundo debería tener un hobby como válvula de escape para cuando hay problemas». Además, Rafael es el patriarca de una familia de la que está orgulloso. «Ellos y la pintura son lo único que me mantiene vivo».