Son las ocho y diez de la mañana del 13 de abril de 2012. La empleada de una sucursal, ubicada en el Paseo Marítimo Antonio Machado, llega pronto a trabajar. Cuando abre la puerta de la oficina, dos individuos que ocultan sus rostros con sendos cascos de moto se le acercan por detrás: la suerte está echada. Con una tranquilidad pasmosa, uno de ellos, «que aparenta sesenta años», le dirá luego a la policía la atribulada trabajadora, empieza a recitar un soliloquio que parece tener bien aprendido, como un párroco su homilía dominical: «Abre la puerta, estate tranquila. No hagas nada». Ella no lo sabe, pero le habla Juan L., una leyenda para el mundo del hampa y la policía: el decano de los atracadores malagueños.

Éste fue el último golpe de un viejo roquero del delito, porque, pese a que llevaba una escopeta perfectamente cargada para disparar, refleja la policía en su atestado, ejecutó ese atraco con una frialdad y corrección extremas, sin ponerse nervioso y con la asistencia de un aprendiz de treinta y tantos que llevaba una pistola y también ocultó su rostro con un casco de moto gris. El de su maestro, asemejando los galones de un experimentado general romano, era negro.

La hoja de antecedentes penales está repleta de episodios que conforman toda una vida dedicado a la delincuencia: las primeras actividades con trascendencia penal datan de 1972, en concreto el robo de un coche en Granada. Para algunos miembros de la justicia es todo un patanegra, explica una de las fuentes consultadas.

Sólo un dato avala su leyenda: ha sido detenido 25 veces, 18 por la Policía Nacional y siete por la Guardia Civil. Los cuatro últimos arrestos practicados por la Policía Nacional delatan su querencia por el atraco: el 21 de junio de 2001, por robo con violencia e intimidación; al igual que el 10 de enero de 2000; el 28 de junio y el 23 de agosto de 1999 será cazado por sendos robos. Su hoja de servicios comprende, incluso, dos fugas de la cárcel, esta vez con la Guardia Civil como invitada estelar: el 1 de diciembre de 2002 fue detenido por quebrantamiento de condena y evasión de una prisión, al igual que el 16 de abril.

Una sólida trayectoria. El Instituto Armado lo cazará tres veces mes en agosto del 99 por otros tantos robos con violencia e intimidación. «Se ha pasado gran parte de su vida de adulto en la cárcel», dice una fuente jurídica que conoce bien la trayectoria del decano de los atracadores malagueños.

El 13 de abril, en el golpe a la sucursal mencionada, su compañero se queda en la entrada vigilando la llegada de otra empleada, y él acompaña a una segunda hasta la caja fuerte. Antes, le dice a la asustada operaria: «¿Dónde está tu compañera? Cuando venga le dices que se esté quieta y cierre la puerta». Pero ese no será su día. La directora llega más tarde y detecta la presencia de un joven, F. F., que tiene antecedentes por tráfico de drogas, tocado con un caso de moto.

Dentro, Juan L., con su escopeta, espera que la trabajadora de la caja de ahorros quite la alarma y se active el retardo de la caja fuerte. En total, el proceso mecánico concluye a los veinte minutos. La caja se abre y la directora se da la vuelta y avisa a la policía. Rápidamente, dos patrullas e inspectores de paisano toman el perímetro. El atracador más novel está nervioso: «No hagas nada o te quito la vida», le dice. Fuera, una motocicleta espera para conducir a los dos atracadores hasta la ansiada libertad.

Antes de que la directora avise a la pasma, llama a la sucursal y la empleada, bajo la atenta vigilancia de Juan, le dice que está todo bien. El decano lleva una funda de guitarra que llena con un botín espectacular, el mejor de los últimos años, más de 82.000 euros. Su compañero reparte otros 1.000 entre su ropa. Ha sido un buen día.

Ambos salen tranquilamente y la mujer se encierra en una habitación presa de un ataque de pánico. Pero la policía lo ha visto todo: Juan L. sale de la sucursal y, pese a llevar la escopeta «preparada para disparar», dice la policía en el atestado, es reducido sin oposición. Tenía un cartucho en la recámara y tres en el depósito. Su colega es reducido en el interior del banco con la valiosa funda de la guitarra. No ha habido suerte. El decano vuelve a la sombra.