Juan L. es un profesional: lo asiste uno de los mejores letrados de la provincia y se niega a declarar en el juzgado de guardia. Sabe que cualquier cosa que diga puede comprometerle. Su mirada, cuando recibe la noticia de que va a ir a prisión de forma preventiva, al menos hasta que salga el juicio, es intensa y retadora. Conoce desde hace tiempo con quién se juega los cuartos. Hay odio, pero lo domina. Ahora, espera una dura acusación.

El atraco frustrado deja una gran recompensa: casi 83.000 euros recuperados. Los agentes se incautan de dos cascos de motos, varios cartuchos, dos guantes de lana oscuros, seis de látex, una llave fija y varios pares de gafas.

Sorprendentemente, llevaban varias bridas para maniatar a los empleados y clientes de la sucursal. En su último golpe, no había clientela, y la tranquilidad del atracador fue tal que de principio a fin del golpe, ejecutado con maestría de profesional, aun esgrimiendo una escopeta, el decano no perdió la calma, lo que sí ocurrió con su compañero. Ahora, Juan se lame las heridas en Alhaurín soñando con su próximo atraco, si es que vuelve otra vez a las andadas.