Tiempos difíciles y, sin duda, alborotados. Málaga cierra su mayo de agitación para adentrarse en un mes de junio marcado de partida por un mismo calendario. Si algo han dejado claro las últimas semanas es que la prima de riesgo intimida y las protestas se multiplican en la provincia; en los centros públicos, en la calle, frente a las instituciones, movilizaciones masivas, gritonas, simultáneas; algunas como si se encadenaran con la anterior. Los sindicatos viven días frenéticos, de acción, con tantas horas de pasillo como de pancarta.

En la misma jornada, una misma organización citada en dos puntos distintos para protestar contra diversos tipos de recortes. La situación invita al desorden; los sindicatos funcionan por secciones, cada una de ellas estructurada para atender sus propias necesidades. Convocar una manifestación no resulta fácil, especialmente cuando responden a todos los sectores. Lo explica Fernando Muñoz, secretario de Organización de CCOO, a apenas unos metros de una habitación en la que se apilan banderines y megáfonos. Un material que para los sindicatos es casi fungible y que se renueva cada tres o cuatro años. «Las banderas cuestan un euro. Normalmente la dejamos en la puerta para el que quiera portarla. Una vez tuve que pedir que las devolvieran, porque la gente se las llevaba», precisa.

Detrás de cada movilización hay una alianza previa con las fuerzas del orden. A veces, incluso, improvisada en la mitad del recorrido, como la del pasado 22 de mayo, en la que los participantes decidieron espontáneamente avanzar más allá del itinerario acordado. En este aspecto, los sindicatos lo tienen claro: cualquier movilización, justo después de la convocatoria, deja de pertenecer a las organizaciones. Son los propios manifestantes los que mandan. «Hubo que avisar a subdelegación, que se mostró flexible. La gente preguntaba si estaba autorizada porque lo que querían era manifestarse no desafiar a nadie», indica.

Muñoz reconoce que en Málaga ha habido numerosas concentraciones marcadas por la tensión. Insiste en que el cordón de seguridad que aporta el sindicato nunca es garantía de control. Los nervios afloran, también la rabia. «La verdad es que hay momentos en los que lo pasas mal. En Málaga no suelen acabar con actos vandálicos, la gente lo que quiere es expresarse», insiste.

Las organizaciones aluden a algunas de las leyendas urbanas. Cuando se le pregunta por los infiltrados policiales, Fernando sonríe y asiente. Asegura que siempre aparecen; policías de paisano con pancartas, inquiriendo sobre el recorrido de la marcha. En cuanto al recuento de manifestantes, rechaza el método utilizado por las autoridades, aunque reconoce que la precisión varía en función de las circunstancias. «En una manifestación contra la Junta contamos 20.000 y la subdelegación elevó el número a más del doble. Fue algo histórico», reseña.

En CSIF, por ejemplo, apuestan por el uso de las nuevas tecnologías como vehículo de información entre manifestantes. En su caso, insisten en desmarcarse de los métodos utilizados en las huelgas generales. Joaquín Pérez, presidente del colectivo en Málaga, rechaza la cultura de los piques, que tilda de decimonónica y trasnochada. «Me parece tan deplorable que se coarte el derecho a huelga como que se impida continuar en el trabajo», puntualiza. Tendrá todos, parece, oportunidad para perfeccionarse.