Las palabras de Juana son absolutamente conmovedoras y sobrecogedoras. Grita tan fuerte que quiere vivir, que su destino se doblega ante ella y no tiene más remedio que rendirse a sus deseos. Es tan sólida su convicción, tan inquebrantable su ánimo y tan sincera su lágrima que en la sala se crea un silencio de emoción contenida que reconcilia con el mundo porque como bien saben las personas trasplantadas de algún órgano: se puede llorar y mucho de alegría.

«Ahora, yo, me levanto cada mañana y lo primero que hago es agradecerle a Dios que estoy viva, porque él es lo primero, pero lo segundo es esa persona, ésa familia que me ha donado el riñón. Rezo un Padre Nuestro cada día por esa familia. ¡Gracias, gracias y gracias!». Juana Alcoholado Arrabal, de 55 años casada, con dos hijas y dos nietas, volvió a la vida hace 14 meses cuando recibió un ansiado riñón de un donante fallecido.

Cuando muere un familiar y la desolación, la tristeza e incluso la injusticia lo invaden todo es difícil tomar la decisión, pero el fin puede ser el principio para otro ser humano. Ésta ha sido la semana del donante y los protagonistas indiscutibles son ellos, personas como María del Carmen, Ainhoa, Josefa, Juana, María y Antonio. Receptores de órganos, donantes en vida y familiares. Tan sólo tienen palabras de gratitud.

«He estado cinco años en diálisis y la familia se hace polvo. Cuando no tenía vómitos, me daban mareos, cuando no calambres. Me dio un ictus y estuve ingresada ocho días. Me afectó a los huesos y al tiroide. Tardaron cinco años y 20 días en trasplantarme y me llamaron hasta en siete ocasiones para ver si era compatible», explica Juana a este periódico.

Su enfermedad renal se debe a un problema congénito: poliquistosis renal. Dice que no conoce quien es su donante. «Sé la edad, pero nada más y sé que me ha dado la vida, a mí, a mi familia y a mis hijos. Me emociono porque tengo dos nietas a las que estoy criando porque mis hijas trabajan y porque mi marido es un hombre estupendo, todo lo hace por mí. Entramos y salimos mucho», comenta.

Juana está muy agradecida a la familia donante. «Mi cambio ha sido total. Tengo dos nietas de cinco y tres años y hoy me siento muy feliz. Mis nietas me dan la vida y mis hijas también» relata a La Opinión de Málaga visiblemente emocionada.

Le dona el riñón a su hermana

María del Carmen Fernández Montiel tiene 61 años y es un ejemplo de generosidad y amor. Le ha donado uno de sus riñones a su hermana Josefa de 56 años. Fue el pasado día 21 de mayo y la operación ha sido un éxito.

La hija de la receptora y sobrina de la donante Ainhoa López Fernández, de 37 años, explica que su madre tiene una enfermedad poliquística desde hace nueve años. «Desde hace cuatro años los riñones no dieron más de sí y entró en diálisis. Se iba apagando, consumiendo y hace un año tuvo problemas de corazón. Mi madre no quería recibir un riñón de sus hijos porque decía que éramos muy jóvenes ni de ningún familiar, pero mi tía la obligó», reseña Ainhoa, que no encuentra palabras de agradecimiento hacia su tía y el equipo de profesionales de Carlos Haya.

«He donado el riñón izquierdo y para mí ha sido muy fácil. Mi hermana estaba ya en el hospital muy malita con el corazón y fui a hablar con el doctor Frutos. Salió del quirófano haciendo pipí. Todo fue maravilloso. Nos gustaría dar las gracias al Hospital Carlos Haya, al doctor Frutos a la doctora Cabello y a todo el equipo de enfermeros porque han sido muy generosos y muy humanos», declara la donante, María del Carmen. Ainhoa dice: «Le estoy agradecida de por vida a mi tía, por su generosidad, su amor. Es algo que no se lo voy a poder agradecer en la vida».

Gracias a su hermana Josefa tiene una segunda oportunidad en la vida. «Mi madre dice que la vida le ha dado una segunda oportunidad y que no la piensa desperdiciar». Cuando ya pasas una edad tienes menos probabilidad de recibir una donación anónima y la vida de Josefa estaba en juego, recuerdan.

20 años trasplantado

Antonio Merchán, de 68 años, está casado tiene tres hijas y cinco nietos y fue trasplantado de riñón hace ya 20 años, lo que le ha permitido desarrollar una vida normalizada. Es fiel reflejo de que el trasplante puede funcionar toda una vida.

El caso de Antonio como cada uno de ellos es singular. Su riñón pertenecía a un donante fallecido y por las circunstancias de la vida siempre supo o sospechó quién era. «Creo que fue una chiquilla de 16 años que tuvo una embolia cerebral, de un pueblo de Málaga. Cuando me trasplantaron alguien de su familia quiso ponerse en contacto conmigo, pero yo no me encontraba con ánimo. Hubiese necesitado un poco de apoyo psicológico», confiesa.

Aunque Antonio entiende que no es responsable de la muerte de su donante en un primer momento no encontró fuerzas y la situación le resultó difícil. Ahora, 20 años después, revela que ha llegado a acudir hasta en dos ocasiones al pueblo de la joven para darle las gracias a la familia. «Al final nunca me he atrevido, no sé», subraya.

«Lo mío era también un problema de quistes heredado de mi madre, que ya podía haberme dejado en herencia un chalé», bromea. Tenía 45 años cuando empezaron los problemas de tensión alta. «Entré en máquinas muy pronto, estuve dos años y me trasplantaron. Estaba tan cansado antes del trasplante que me metía en el despacho y me quedaba dormido, no podía trabajar», destaca.

«Gracias a estas personas y la generosidad de dar un órgano somos muchos los que estamos viviendo y que tenemos a nuestros hijos y nuestros nietos y podemos disfrutar. Sin ellos no estaríamos aquí», recuerda.

Madre después de trasplantada

«Para mí fue volver a nacer, yo estaba enferma desde los ochos años y el último año ya estaba muy mal, me cansaba con nada. Aunque tenía ganas de vivir no tenía fuerzas». María Calvente Andrades tiene 44 años y una hija de diez que tuvo después de ser trasplantada.

Recuerda que el hospital era su segunda casa y que de pequeña siempre estaba enferma. A pesar de todo se iba a la playa con sus amigas y disimulaba el catéter con biquinis de volantitos y se pintaba la cara para disimular su mal color, rememora. «Siempre he tenido muchas ganas de vivir. Me trasplantaron el riñón en el año 89, cuando tenía 21 años, hace ya 23 años», comenta.

Dice que la persona que le donó el riñón era un joven de 24 años que estaba de vacaciones en Sevilla y murió en un accidente de tráfico. En su caso ella fue trasplantada en Córdoba. «Es importante que la gente mire a las personas que estamos trasplantadas y que vean lo que pueden hacer con nosotros, darnos la oportunidad de tener una hija y disfrutar de la vida».

Alcer, el nexo de unión

Todos estos enfermos tienen un nexo de unión: la Asociación para la Lucha contra las Enfermedades Renales (Alcer). La presidenta, Pepi Gómez, también trasplantada de riñón se dedica a la organización en cuerpo y alma. «El objetivo es velar por el paciente renal y mejorar su calidad de vida en todas las etapas prediálisis, diálisis y trasplante», explica. «Es necesario que la sociedad se sensibilice con la donación», subraya. «Yo le debo a la sociedad estar ahí y luchar por la familia Alcer. He recibido tres trasplantes y yo le debo la vida».