Con el pelo humildemente anudado y movimientos rígidos, de bailarina. El poeta, escribió Hölderlin, penetra en el centro de la tempestad con la cabeza desnuda. Isabel Pantoja no es poeta, a pesar de su talento para la asonancia («No tengo ni zorra idea de lo que pasaba en Marbella», dijo hace poco), pero para una folclórica andar sin la bata de cola, en medio del público, debe ser lo más parecido a la vulgaridad tramposa del desnudo. La tonadillera, después de cientos de páginas satinadas, emprendió ayer por primera vez el camino que separa la pasarela de los escenarios de la del infierno de la justicia, aunque en un clima socialmente más fresquito de lo que se esperaba, que no tibio, dada la temperatura.

Quizá la gente esté cansada de saraos. Con esto del paro y la Eurocopa hay menos ganas de seguir con la españolada de todos los días. A pesar de las reservas de la Ciudad de la Justicia, que blindó el edificio para evitar que la verbena se colara por los pasillos, la primera sesión con la plana mayor del corazón de Marbella -Zaldívar, Pantoja y Muñoz- se llevó a cabo casi a la alemana, sin apenas carreras ni gritos. De los veinte autobuses con los fans de la cantante no hubo noticias. En todo momento, los de la prensa fueron mayoría. Por no hablar de los funcionarios, que ocuparon la entrada del edificio poco después del inicio de la vista. Solamente un grupo de simpatizantes y detractores, puntualmente enzarzados en discusiones sobre el destino de España y la moralidad de la justicia. Con chanclas y bermudas y rodeados de decenas de policías.

Entre el público dos figuras que, con tanta calma, se hicieron imprescindibles. José, un panadero de Teba, que portaba un pequeño mural con fotos de la Pantoja y una vecina ataviada con los colores nacionales que pedía trabajo a la tonadillera con un gran cartelón y eso de que no hay pan para tanto chorizo. La pequeña Marbella tomando posiciones. Con sus juicios paralelos y ordalías. Gracias a ella los no avisados supimos de la presencia de Chelo García Cortés y Raquel Bollo, que entraron casi al tiempo que la tonadillera, para apoyarla en la vista. La tal Bollo lo hizo, incluso, con tanta fogosidad que quiso sentarse justo detrás de los acusados, lo que fue judicialmente reconvenido. El paso de Isabel, en cualquier caso, tuvo algo de género extasiaco, casi de banderilla, con decenas de fotógrafos colgados de la valla del burladero y ella con un fular blanco tipo capote, pálida y altiva.

Las puesta en escena de las ceremonias civiles, sostenía Huizinga, se asemeja bastante a las religiosas. La vista de ayer no será la que refute la categoría de rito en la estética de la justicia. Sobre todo, por la cara y el atuendo de la Pantoja, por momentos convertida en un ídolo oriental, con esa dignidad folclórica que tan bien emparenta con la ceremoniosidad de las mantillas. Si la Ciudad de la Justicia evitó el circo, no pudo hacer nada con el vodevil, hervido en el aceite empachoso del cuchicheo y de las revistas. Cuando la tonadillera entró en los juzgados, poco antes de las nueve, ya hacía una hora que se había anunciado con el pulso de las cámaras la llegada de Julián Muñoz. Zaldívar fue la última en hacerlo, acompañada de su pareja. En la sala de espera compartieron alrededor de 45 minutos, cada uno sentado en un banco, separados por una columna. Resulta difícil no ponerle un poco de grasa shakespeariana al asunto; una columna, una mísera columna, después de tantos paseos en el albero y de una huelga de hambre, la de Julián, el día del arresto de la artista.

La tableta de Muñoz. En el banquillo, el exalcalde, situado a más de dos cuerpos literales de distancia de la Pantoja, se entretenía frenéticamente con una tableta electrónica. Durante más de dos horas, Muñoz anduvo manoteando la pantalla, quién sabe por qué rumbos. Cerca de él, una de los imputados se ocultaba el rostro con un abanico, también con un cómputo inabarcable de golpes de muñeca por minuto. Los semblantes, en general, estaban a medio camino entre la afectación y el aburrimiento supino. Isabel tardó más de la mitad de la vista en sustituir una pierna por la otra en la postura de cruce; mientras peroraban las partes únicamente hubo un par de momentos en los que rompió su hieratismo: uno para reprimir un bostezo y otro para tocarse teatralmente los pómulos, las comisuras de los labios y el pelo.

Si hay espectáculo premeditado en todo esto es algo que juzgará la historia -la historia cotilla, se entiende- pero difícilmente se puede contradecir la pátina de anormalidad, de opereta, que respiraba ayer la Ciudad de la Justicia. Trabajadores con la nariz pegada al cristal de la cafetería, en busca de la silueta de la artista, parroquianos espontáneos, funcionarias marisabidillas. E, incluso, lo nunca visto en la prensa de batalla, periodistas acreditadas, en la sala de trabajo, que aprovechaban el traqueteo de los compañeros y la exposición de la fiscalía para maquillarse. Como si estuvieran en el cuarto de baño de una embajada o en un set para tertulias.

Isabel, por su parte, también puso lo suyo, especialmente a la salida. Quizá por extensión incontrolada del oficio. Primero, con una pausa deliberada y dramática para evitar coincidir con Zaldívar en la puerta del edificio, y después a mano alzada, en saludo majestuoso a su público, que había crecido respecto al inicio de la vista. José, el panadero de Teba que, según dijo, amasa todas las noches la harina al compás de la Pantoja, había desaparecido. Probablemente atropellado por una veintena de mujeres que jalearon a la artista al grito de guapa y guapa, como si fuera la santa en romería. Fue el único momento tenso de la sesión, con la policía controlando a la pléyade con las manos extendidas.

La Pantoja se fue en un Mercedes. Muñoz en un Land Cruise, sin que esto sirva de confirmación del cambio de aires y de discursos. A Zaldívar se le veía apagada, también con gafas de sol, el velo de toda la causa, a juzgar por el primer día de la vista. Antes ya había desfilado el grupo de apoyo a la Pantoja, con Raquel Bollo y García Cortés, y una señora muy parecida a esta última que protagonizó el último enfrentamiento entre el público afecto a la cantante y los curiosos, mucho más descreídos. «¿A ustedes les ha robado acaso?», decía.

Poco después del mediodía, las vallas se despoblaban de periodistas. Desaparecían las cámaras, el bullicio y volvían poco a poco al primer plano el vendedor de cupones y los restos de la concentración contra los recortes, que casi se mezcla con el famoseo, cosas que tiene esta vida. El barrio de Teatinos, alejado del centro de Málaga y de las tentaciones de la Costa del Sol, convertido extrañamente en el corazón de la noticia, que se mantendrá en los próximos meses, aparejado a la instrucción. Por lo pronto la crisis le ha ganado la partida a los palmeros, que no fueron, ni por asomo, los de otras sesiones de aspereza y gloria en la Ciudad de la Justicia. Hubo, eso sí, coincidencias salvajes, como la de Julián Muñoz, que se sentó en la misma silla que habitualmente utiliza Roca. Los juzgados de Málaga dan para mucho. En el nuevo edificio y en el antiguo, el de la foto de Gil con la camisa abierta y el abanico. Tal vez el origen.

Madrugada con expectación mediática. Más de 150 periodistas están acreditados para seguir el juicio por supuesto blanqueo de capitales que sienta a Mayte Zaldívar, Julián Muñoz e Isabel Pantoja en el banquillo. Entre ellos, trabajadores de una treintena de medios nacionales, a los que se añade, como nota de seguimiento internacional, el semanario alemán Dier Spiegel, conocido últimamente por sus análisis de macroeconomía. La expectación mediática se midió ayer en largas esperas que, en el caso de la prensa del corazón, comenzó casi antes de las seis de la mañana. La Ciudad de la Justicia está empecinada en que el proceso influya lo menos posible en la administración habitual de los juzgados. A diferencia de otras sesiones con protagonistas populares, esta vez hubo una valla que delimitó el perímetro de la prensa y del público y dejó expedito la mayor parte del acceso. El despliegue de seguridad incluyó a decenas de policías nacionales, locales y agentes de la Guardia Civil, estos últimos en en el interior del inmueble.