Todavía sonaban las pulseras, la ropa fina, apilada como un cajón de hierbas, en el fondo de los armarios. La Costa del Sol mantenía su cruzada por el lujo, pero las tinieblas tomaban posiciones. Quizá un banco de nubes huyendo despavoridas por encima de los hoteles. O una cabra rumiando siniestramente en la extensión de Alhaurín de la Torre. Algo, definitivamente algo, anunciaba que las cosas no iban bien, y de qué manera. Pocas fechas supusieron un cisma tan claro en el esplendor de la provincia como el verano de 1987, el mismo en que la fama comenzó a apolillarse.

Fue la primera gran muerte y resurrección del turismo de postín en Málaga. Durante los tres meses se acumularon las señales siniestras. No se sabe muy bien por qué pero el cuento del glamour ya no funcionaba. La corona de la sofisticación, un día arrebatada a los franceses de la Costa Azul, empezaba a quedar holgada. Escaseaban las fiestas y la prensa, por primera vez, empleaba el término decadencia en los titulares. Una sucesión de infortunios, de polémicas y nuevos rivales, a las que se añade, sin que nadie lo advirtiera, el auténtico nacimiento de la bestia. En junio, mientras Málaga se ensimismaba en la playa, la capital de España asistía a la coronación de uno de sus próceres más infaustos, el gran antagonista, vestido de constructor rojiblanco.

Futre y el robo a la duquesa

Hace justamente veinticinco años de aquellos días de calor y desmoronamiento. Adnan Khashoggi, sin que nadie acertara a comprender las razones, daba la razón a los que cuchicheaban a cuenta de un presunto declive de sus finanzas. El considerado hombre más rico del mundo, contra todo pronóstico, decidía esa vez celebrar su cumpleaños en familia, sin la ostentación y el reparto tradicional, que incluía a estrellas de Hollywood y presidente de países de África. La duquesa de Alba, por su parte, renunció a veranear en su plaza de Marbella para atracar, con todo su séquito, en Puerto Sherry. Pocos meses antes le habían desvalijado su casa de la Costa del Sol, lo que al parecer, cuando se cuenta con decenas de mansiones, sigue siendo un escándalo. En Madrid, en ese mismo momento, el monstruo afilaba sus dientes. La familia Gil accedía a la presidencia del Atlético de Madrid, catapultada por el fichaje de un portugués velocísimo y de melena imperial, Paulo Futre, que se convertiría, sin pretenderlo, en el artífice del ascenso del magnate.

La caída en desgracia

Las señales, por su parte, iban cayendo a la altura del mar. Jaime de Mora y Aragón, aristócrata y truhán, se recuperaba de un infarto. El murmullo continuaba en los periódicos. Mucho antes de sentir la crisis en el cogote, Málaga ya aludía a un verano descafeinado. Con el yate de Khashoggi más despoblado que nunca, Marbella vio como se desvanecían sus francachelas anuales; el concurso de Lady España, que tanto había animado La Milla de Oro, también se suspendió ese año, junto a la gala benéfica de la Cruz Roja, que se había convertido en el tirante moral de los trajes más caros.

De los párasitos y el paro

De hecho, arreciaba al mismo tiempo la polémica. El alcalde de Marbella, Alfonso Cañas, mostraba su descontento con la beautiful people, a cuyos miembros tildó abiertamente de parásitos. Las movidas de la Costa del Sol habían impacientado, incluso, a la iglesia, con el obispo a la cabeza, que se quejaba del contraste entre el lujo y las cifras de desempleo, que se disparaban. Precisamente, esa distancia, ética y estética, fue la que llevó a la Cruz Roja a redefinir su ceremonia por un torneo de tenis en el Puente Romano, que resultó más honesto y limpio, pero económicamente más débil.

Alternativas a la decadencia

La provincia, sin embargo, no reaccionó con parsimonia. Ya ese mismo verano intentó compensar los malos números con eventos para jóvenes. Se pensó en el rock, con conciertos en Marbella de Tina Turner, George Benson y Kid Creole. También en el boxeo, con la programación del combate en la élite entre el campeón Lloyd Honeygram y Gene Hatcher. Remedios con inversión para protegerse del mal, que asistía a las carreras de Futre por la banda. Una muerte sobre la colcha gatuna de la Costa del Sol, dispuesta a enderezarse. Una vez más.