En la sonrisa de Dolores Garnica Cerezo, Lola para los amigos, se arraciman mil matices que reflejan las innumerables facetas de una trabajadora incansable que ha dedicado los últimos 35 años de su vida a la justicia: es secretaria judicial, madre, esposa, apasionada de la cultura y la lectura, firme defensora del Museo Picasso y, añade ella, «malagueña y exquisita, como la cerveza». Desde 2000 ha sido la secretaria del Registro Civil de Málaga, una oficina que funciona como un reloj suizo, aclara: es eficaz y rápida. El 1 de agosto pone fin a su carrera tras jubilarse voluntariamente apenada por la situación del servicio público y los recortes. Desde el 26 de junio está de vacaciones, y el jueves se le brindó un caluroso homenaje en La Cónsula en el que no cupo un alfiler.

Hija del médico Isidro Garnica y de Pilar Cerezo –tres hijos–, fundadores de la ya histórica Clínica El Pilar en 1956, estudió en el Colegio de la Asunción: «Siempre me cogían para las funciones de teatro e incluso de payaso, pero fueron años grises porque he sido muy contestataria y reprimía mi forma de ser, aunque las monjas eran muy buenas». De su infancia junto a La Caleta, recuerda cuando durante el verano, después de bañarse en la playa y acicalarse, «pasaba el carrito de La Imperial repleto de dulces y el vendedor tocaba la bocina: los niños nos acercábamos y los cogíamos, había de todo: locas, cruasanes... en aquella época éramos felices. Eran tardes de verano inolvidables». El bachillerato lo hizo también en la Asunción, y asegura que de pequeña ya era «muy crítica hacia lo que veía y hacia mí misma, y eso me decantó al Derecho: he sido una enamorada de las leyes».

Lo estudió porque su padre necesitaba una persona que supiera Derecho para ayudarlo en la clínica. En 1970, con 18 años, recaló en Granada. Allí, además de la carrera, se vino con novio: el abogado laboralista de UGT Ricardo Rodríguez Baró, con quien se casó en 1978: un matrimonio del que han nacido dos hijos: Lola –Lolita como la llama ella–, que es médico; y Ricardo, ingeniero. De la época de la facultad recuerda especialmente a los profesores Murillo y Cazorla, de Derecho Político: «Íbamos a sus seminarios y cuando llegaban al año 36 se lo saltaban, con el objetivo de que luego, en la cafetería, habláramos de ello entre nosotros y con los docentes. Fue una época muy bonita, a punto de morir Franco, con un ambiente maravilloso en los colegios mayores». Ahí se reforzó su conciencia social.

Ya en Madrid, tenía claro su futuro, y en 17 meses aprobó las oposiciones de secretaria judicial de Magistratura del Trabajo. «Podía haber hecho juez, pero en mi casa no te dejaban casarte sin un medio de vida: un buen secretario hace muchas cosas por la justicia y por el juzgado». En el 77 recaló en Asturias, y a finales del 79 en Málaga. «En aquellos años, los letrados eran gente revolucionaria, rojera, y luchaban mucho con los magistrados. Eran años de pocos medios materiales, pero todo salía». En 1992 recaló en la Magistratura del Trabajo –estuvo en dos órganos–, y luego pasó a la Sala de lo Contencioso-Administrativo del TSJA en Málaga. «Pero luego le pedí al Cautivo recalar en el Registro Civil». Y ello ocurrió en 2000. «Hace cinco años nos modernizaron, era una oficina moderna con un gran personal. Todo sale gratis: cualquier certificado de nacimiento o defunción, los expedientes de nacionalidad y matrimonio, pero van a quitar la gratuidad con los recortes y van a imponer cánones. Son malos momentos. Por eso me jubilo, por la incertidumbre, porque ahora quieren meter los registros en los ayuntamientos; y si no, tendría que ir a cualquier órgano judicial», dice.

Se queja de lo mal visto que está el funcionario en tiempos de crisis: «Llevan los grandes pilares de nuestro estado de derecho, la sanidad, la educación, la justicia... Sin embargo, no se lo quitan a los políticos ni a los banqueros, sólo a los funcionarios. Tenemos que cambiar el chip: es una crisis de valores». Enamorada de su ciudad, desde pequeña decía a sus amigas: «El Museo Picasso lo estamos haciendo», un sueño que se cumplió andando el tiempo y que ella predijo; ahora, colaborará con la clínica El Pilar, irá a ver a sus hijos, disfrutará de su marido, viajará y se muestra abierta a colaborar con alguna ONG: «Dejo atrás mucha gente buena; a los que empiezan, les digo que tengan ilusión». La misma que tuvo Lola.