Las familias extranjeras vuelven a confiar en la Costa del Sol. Después de un principio de década marcado por la contención y la sombra de los descalabros urbanísticos, la inversión inmobiliaria vuelve a despegar entre los no residentes de la provincia. Durante el pasado año, el país recuperó entre este tipo de compradores los números de 2006, con una tasa de crecimiento del 27 por ciento en apenas doce meses.

Se trata de una cifra generosamente ajena al agujero de la crisis y que se debe, fundamentalmente, a tres factores. De un lado, la caída de los precios y, sobre todo, el restablecimiento de la imagen de la provincia, que quedó muy perjudicada tras los escándalos judiciales. Y del otro, la pujanza de un nuevo actor, el mercado ruso, que se ha instalado en la Costa del Sol de una manera tan sólida como frenética, con grandes márgenes de crecimiento.

Según datos de la Asociación de Constructores y Promotores de Málaga (ACP), la provincia, en plena recesión, logró cerrar 9.826 de compraventa de viviendas en 2011. De ellas, 4.660–casi el 50 por ciento–corresponden a extranjeros. El mercado continúa encabezado por los británicos, que concentran el 40 por ciento de las adquisiciones internacionales, pero a partir de ahí, comienza a reordenarse el mapa de la inversión: los rusos han desplazado al resto de interesados hasta el punto de superar a los alemanes, que eran tradicionalmente los segundos que más compraban en la provincia.

De acuerdo con Francisco Romero, vicesecretario de la ACP, el gigante exsoviético, que asiste a la escalada de las clases medias, supone ya el 19 por ciento del mercado inmobiliario entre los no residentes. Eso significa que una de cada cinco casas que se vende a extranjeros tiene como nuevo propietario a un ruso. La provincia no quiere dejar pasar la oportunidad de fidelizar a esta clientela, que, además, destaca por su capacidad de gasto. Para ello, se han puesto en marcha productos como Living Costa del Sol, promovido por los empresarios y el Patronato de Turismo con el objetivo de captar a inversores en los países de economía emergente.

La idea, razona Romero, consiste en entreverar los reclamos habituales de la provincia con una certidumbre que se empezó a agrietar a partir de los desórdenes urbanísticos: Málaga vuelve a ser un lugar seguro. «La repercusión de todos esos casos judiciales se ha ido diluyendo progresivamente. Debemos insistir en la serenidad que aportan los nuevos planes territoriales», indica.

La fortaleza del mercado ruso no sólo se nota en el negocio inmobiliario; en el turismo su crecimiento lleva desde el pasado año una velocidad de crucero de más de dos cifras por temporada. Los compatriotas de Dostoievski se han vuelto una clientela muy jugosa, pero la competencia se multiplica. Otros destinos del país, caso de la Costa Blanca, también se han visto beneficiados por su empuje. La costa española se lanza, y con razón, a la conquista de Rusia.