El despertar del mercado ruso en la Costa del Sol no solo obedece al crecimiento de su economía. El resurgir de las clases medias en la extinta cabecera de la URSS se ha visto beneficiado, en lo que respecta al turismo, por la relajación de las trabas diplomáticas, que antes dificultaban la entrada de sus viajeros en países como España. En los últimos años, casi al compás del crecimiento de sus finanzas, se ha agilizado la obtención de los visados. Actualmente sólo se deniega el 0,7 por ciento de los permisos y existen modalidades que permiten alargar la estancia hasta un año. Además, Rusia y la Unión Europea comienzan a acercar posturas para suprimir los visados.

Sin duda, un proyecto que conecta con los intereses de los empresarios de la Costa del Sol, que empiezan a soñar, esta vez con más y mejores argumentos, con el oro de los rusos. El inversor de este país no sólo destaca por su poder adquisitivo, sino también por el negocio que generan alrededor de su estancia; el mercado ruso aportó el pasado año más de mil millones de euros a España. Se trata de un tipo de turista que viene ávido de sol y de diversión y que no repara en gastos, especialmente porque mantienen una relación favorable con la moneda–en su país los productos son mucho más caros–.

De momento, sus preferencias están claras y en lo que respecta a la Costa del Sol apuntan al triángulo de lujo que discurre entre Benahavís, Estepona y, sobre todo, Marbella. Paradojas posteriores a la guerra fría: después de la visita de Michelle Obama, cuando se esperaba a los americanos, los que se recuperan son los rusos. «En este mercado funciona bien el boca a boca. La instalación de una colonia tiene un efecto multiplicador», señala Francisco Romero.