En toda playa y verano que se precie no puede faltar una buena y espaciosa nevera portátil que lleve las cervezas, el agua y hasta una tortilla de patatas con sus correspondientes filetes empanados. Una práctica que con la bonanza económica parecía haberse extinguido poco a poco pero que en los últimos tres veranos €y de forma especial en el presente€ ha vuelto a convertirse para muchos en la única manera de comer fuera de casa durante la temporada estival.

Las playas malagueñas se pueblan de sombrillas, sillas, mesas, neveras y tupperwares por culpa de la crisis. No hay más que darse una vuelta por la orilla y mirar hacia tierra, a la hora de comer, para ver verdaderos menús veraniegos traídos de casa y al alcance de todos los bolsillos. Atrás quedaron la grandes comidas de familia en el chiringuito; las largas esperas para pillar una mesa en cualquier restaurante en primera línea de playa o madrugar para que no cojan tu hamaca favorita en la playa a la que vas siempre.

«Este año está siendo el peor con diferencia. Las reservas en las hamacas han podido caer hasta un 40% con respecto al pasado verano, que ya de por sí fue malo», apunta Pepe Porras, un hamaquero que lleva trabajando en la zona de Los Boliches, en Fuengirola, cerca de 40 años.

Asegura, igualmente, que desde que estalló la crisis la tendencia de venir con la nevera a cuestas a la playa ha crecido exponencialmente. «No dejan de pasar por el pasillo de mi parcela gente que se pone justo delante de mis clientes con sombrilla, nevera y lo que haga falta para comer y pasar el día entero allí», se queja.

Unos datos y una opinión que no difieren mucho de los de Lucas Garrido, gerente del cercano chiringuito Rivera. Asegura que las ventas en el establecimiento que dirige han descendido hasta en un 30% y no tiene dudas en señalar la causa de dicha bajada.

«La misma proporción de clientes que hemos perdido de un año para otro, es la que estoy observando que lleva nevera a la playa. Se está viendo una cosa que no había visto nunca: clientes que se llevan su propia comida a nuestras hamacas», explica preocupado.

Se nota tanto, según Garrido, que hasta clientes habituales que pasaban unos diez días en Fuengirola y visitaban casi a diario su chiringuito ahora lo hacen cada tres o cuatro días «con suerte». Otro ejemplo significativo que nos ofrece, y que nos da una idea de cómo están las cosas a ras de arena, es que cada vez más gente viene a pedir vasos de plástico, según el responsable del chiringuito Rivera.

Sin complejos

Son las 14.00 horas y mientras en los chiringuitos y restaurantes se trabaja, aunque a menor ritmo que otros años, muy cerca del mar, la familia Carrasco comienza a prepararse para comer. Vienen desde Madrid y suelen parar en Fuengirola durante la temporada estival. Solían ir bastante a comer fuera durante sus anteriores estancias, pero este año han decidido optar por una nevera cargada de cervezas y muchos bocadillos.

«No podemos derrochar. Es la única manera de que podamos estar de vacaciones fuera de Madrid», espeta el padre de familia de la capital.

Pilar y Marisa son dos amigas de Córdoba que se encuentran en la misma situación. Llevan viniendo décadas a Fuengirola y consumiendo en sus restaurantes. Lo siguen haciendo, aunque en menor medida. Les pillamos echando unas cartas sobre una nevera.

«Ahora, una vez a la semana, si acaso nos tomamos un espeto las dos y nos venimos a la playa. El resto de días, cargamos la nevera, compramos algo de picoteo y a echar el día a la playa», dice con inigualable gracejo cordobés.

De la ciudad califal proceden también Rafael Orta y su esposa. Confiesan que lo habitual, en su caso, es el plan nevera y bocatas, aunque solían tomarse algo en otra parte de vez en cuando. Este año, ni eso. «Antes gastábamos más, ahora es imposible. Estamos asfixiados y ya es un lujo poder venir unos días aquí. Si no nos traemos las cosas a la playa, comemos en casa y listo», expone.

Un caso distinto al resto es el de María José García y su novio. Vienen desde Zaragoza y es la primera vez que vienen a Andalucía de veraneo. «Hemos ido todos los años a la playa de otros sitios y siempre con el plan de nevera y bocadillos. No por nada, somos felices así y gastamos menos», dice sonriente. No en vano, no les falta detalle. Cervezas, agua, aceitunas, patatas chips de todas las clases, bollería industrial para la merienda y bocadillos para el almuerzo.

Juan Guerra, vecino de Los Boliches, en cambio, se planta todos los domingos con su familia en la playa y se pegan unos verdaderos festines. «Hace cinco años íbamos a un restaurante cercano y desistíamos de esperar tanto, así que, desde entonces, traíamos todo de casa y comíamos aquí. Ahora para comer en ese restaurante no tienes ni que esperar, es una buena muestra de cómo está la cosa».

Los bocadillos hacen furor en la arena

Los que se llevan la cocina a la playa ya van aportando, cada vez, menos imaginación para su menú veraniego. La célebre tortilla de patatas y los filetes empanados dan paso a lo que sin duda está siendo la estrella del verano: los bocatas.

De chorizo, de chóped, mortadela, salami... una extensa gama de sabores y condimentos que se pasan mejor con un buen refresco o cerveza, que tampoco falta en ninguna nevera.

Además, los frutos secos, las patatas chips de todas las gamas posibles o, incluso, las aceitunas forman parte de una cesta veraniega para pasar el día en la playa ahora.