Leonés de nacimiento pero malagueño de adopción, Miguel Ángel Santos Guerra acaba de publicar su último libro. El árbol de la democracia está editado en Portugal, pero escrito en lengua castellana. Es una recopilación de artículos sobre educación y ciudadanía publicados en distintos medios de comunicación. Desde su punto de vista, no hay conocimiento útil si no nos hace mejores personas. De ahí que defienda, por encima de todo, la transmisión de valores en la escuela, además de los conocimientos.

¿Por qué compara la democracia con un árbol?

El árbol crece hacia arriba y hacia abajo y es una excelente metáfora para comprender qué es la vida democrática de un pueblo. El árbol tiene que plantarse en un terreno propicio, porque si no, no podría crecer. También tiene que ser alimentado por una sabia que le haga florecer y fructificar. He planteado así capítulos que han ido acogiendo diversos artículos que había publicado en una revista portuguesa que se llama Página da Educaçao, y también para completar he introducido artículos de La Opinión de Málaga, que tenían que ver con el tema: la educación para la democracia, la educación para la ciudadanía...

¿Qué riesgo se corre si nadie da cuidados a ese árbol?

Es todo una metáfora. El árbol necesita sus atenciones y da frutos cuando se trata de una verdadera democracia, que atiende a los más desfavorecidos, que se rige por valores... porque de lo contrario, la sociedad puede ir convirtiéndose cada vez más a una selva. Por eso tiene tanta importancia la educación dentro del libro, y no se trata de desarrollar sólo conocimientos, sino de desarrollar valores. En la ley de la selva, los más fuertes destruyen a los más débiles, y los más listos engañan a los que no saben. Todo lo referido a los valores es fundamental en la democracia y en la educación para la ciudadanía.

¿A quiénes cobijan las ramas de la democracia en España?

Lo estamos viendo de manera muy fehaciente con el tema de la crisis. Los que la han provocado y la han alimentado, y la siguen alimentando, no son los que padecen sus efectos. Estamos viviendo un ejemplo de cómo los valores son conculcados y los más frágiles sufren la avaricia y prepotencia de los más poderosos. No se trata de que tengamos una democracia formalmente, sino de que la tengamos realmente. No veo, por ejemplo, por ningún sitio, la compasión. El que tiene disfruta de lo que tiene y pretende tener más y de quien no tiene no se ocupa nadie. Los ejes de esta cultura se arraigan en el individualismo, la privatización... Ha sonado el timbre del sálvese quien pueda.

¿Está señalando que el problema de la democracia española es que no tiene unas raíces suficientemente sólidas?

En el desarrollo de las democracias, como pasa con la educación, los tiempos son muy importantes. No puedo sembrar un manzano y al día siguiente ir con una cesta a recoger las manzanas. Necesita de unos cuidados y preservarlo de quienes quieran podarlo para hacer leña y enriquecerse. Necesitamos tiempo, es cierto, pero el tiempo puede emplearse en el buen sentido. Nadie nos garantiza que ese árbol tenga buen desarrollo per sé. Esos cuidados requieren de esfuerzo, sacrificio, sentido de la responsabilidad y de cercanía con los otros. Valores en definitiva. Me parece que en la educación no podemos limitarnos a llenar la cabeza de datos.

¿Cuándo vive mejor una sociedad?

Cuando se vive más justamente y más felizmente en ella. Pero todos, no sólo algunos privilegiados que por nacimiento o suerte han logrado tener una posición ventajosa. Las culturas fracasadas son las que la equidad y el interés común estaban en segundo plano y primaba el interés particular a costa de lo que fuera. La vida es una obra de teatro que no admite ensayos. Mientras que no lo hagamos bien, las víctimas seguirán surgiendo sin cesar. Y los más jóvenes ven cómo se funciona en una sociedad y eso es lo que aprenden. «Hay que hablar mucho de los valores porque no los practicamos», como decía el chileno Humberto Maturana. Tenemos que insistir mucho porque no los planteamos de manera adecuada. Cuando le dices a un niño qué quiere ser de mayor, qué modelo elige: el que gana dinero rápido, el que adquiere fama y poder sin saber cómo... El relativismo moral hacen que desaparezcan los valores. Enriquecen súbitamente.

¿Los planes de ajuste del Gobierno están podando en exceso las frondosas ramas de nuestra democracia?

Lo que más me preocupa es que estos recortes afectan casi de forma inexorable a los más desfavorecidos y pobres. No están hechos con sentido de la justicia, sino por un sentido pragmático, por presiones de los mercados y de la política internacional. Esto nos debería hacer pensar y hacer elevar la voz y comprometernos a hacer algo para que se pueda modificar el rumbo y el ritmo, que no es nada bueno. Y estas son cuestiones que nos afectan a todos. Tenemos que estar desvelados porque los que no tienen, sufren y padecen, que son muchos... aunque a veces la cara de la crisis no lo muestra porque los bares están llenos... Los que sufren, algunas veces, no se ven porque no se mueven. Hay millones de familias sin trabajo que se supone que están en la miseria. Y qué futuro tienen esas personas. Qué futuro tienen los jóvenes.

¿Podrá la sociedad española recuperar las conquistas sociales que está perdiendo con los ajustes?

Estamos yendo hacia atrás a pasos agigantados en todos los niveles del sistema educativo. ¿Se puede recuperar lo perdido? Cómo no. Sí se puede. Es una visión optimista de la vida y de la historia, que es la base para que se pueda conseguir. Desde una postura negativa será mucho más difícil. Ahora bien, no está garantizado que sea así. Lo que se está perdiendo en educación es muy evidente: con menos docentes se perderá calidad, la vuelta a las reválidas, recortes de programas, aumento de la ratio de los alumnos... Se puede recuperar, cómo no, porque si se niega esto, se niega el futuro. Pero no se puede recuperar de manera automática, sino haciendo las cosas de otro modo, presididos por valores y no por los intereses de los que mandan o por los que mandan a los que mandan.