El incendio que arrasó más de 8.000 hectáreas de la provincia entre el jueves y el lunes de la pasada semana contó con todos los factores necesarios para convertirse en una tormenta de fuego perfecta. De hecho, las autoridades creen que, de no haberse desplegado un dispositivo semejante, con más de 1.100 personas a pie de perímetro, las llamas habrían devorado el doble de lo finalmente calcinado. Pero, más allá de este siniestro en concreto, la Costa del Sol reúne una serie de condiciones que la convierten en una zona propicia para la propagación de incendios tales como el descontrol urbanístico, la retirada del pastoreo y la agricultura del monte, los recortes en prevención o la creación de bosques ajenos a la idiosincrasia del litoral.

Así lo cree, por ejemplo, Rafael Yus, responsable del Grupo de Estudios de la Naturaleza, vinculado a Ecologistas en Acción: «Las áreas naturales públicas están cuidadas, pero habría que pedir a los dueños de las fincas privadas que lo hicieran, y pedirles responsabilidades por no haberlo hecho antes del incendio».

Es más, Yus no cree que el Estado deba asumir el coste de la extinción del incendio, puesto que la mayor parte de la superficie quemada afecta a fincas en manos de particulares.

¿Cómo se cuida el monte y qué labores no hacen, por ejemplo, los dueños de esas parcelas? «Los incendios se apagan en invierno, pero las tareas de limpieza consisten en mantener limpios los cortafuegos y recoger la madera y la vegetación que se convierte en combustible, cortar los matorrales... este tipo de cosas», precisa. En el ámbito público, estas tareas se han visto reducidas debido a los recortes. No en vano, CCOO denunció el viernes que se divisó el fuego desde un puesto del Infoca a 40 kilómetros del primer foco, y no desde uno que estaba al lado de Barranco Blanco (Coín), donde nació el incendio posiblemente por la quema de restos de poda en una finca particular.

Bosques centroeuropeos Yus también incide en que en Europa Central es normal que los bosques lleguen a las puertas de las casas, porque el índice de incendios es mucho menor debido a la mayor humedad. Pero esa concepción de bosque se está repitiendo en las urbanizaciones de la Costa del Sol, con vegetación muy inflamable a las puertas de los chalés; y, por supuesto, en las casas ilegales diseminadas en el campo, con desbroces y barbacoas incontroladas. «Esas urbanizaciones pueden arder por los cuatro costados; cuando se den licencias, no se debe permitir que las casas estén rodeadas de vegetación; por otro lado, muchas urbanizaciones ni siquiera cuentan con planes de autoprotección».

En su opinión, el Estado es responsable civil subsidiario al entender que no se ha actuado con beligerancia contra estas viviendas ilegales: «Hay que echarlas abajo y no permitir su regularización, dado que para darles licencia han de ser habitables y ello, tras el incendio, no se da», indica.

Por tanto, habría que cambiar la concepción del bosque que rodea las urbanizaciones y atajar los diseminados. El pastoreo, que mantiene a raya a las hierbas con estrés hídrico que luego nutren las llamas, o la agricultura, también ayudan a luchar contra el fuego.

Carlos Blázquez, presidente de la Asociación de Jóvenes Agricultores (ASAJA) en Málaga, recuerda que las explotaciones ganaderas y agrícolas han perdido rentabilidad y han sido desacreditadas por una regulación ecologista de varias instituciones que entendían su presencia como dañina para el campo. Pero una parcela cuidada y desbrozada por el agricultor impide el fuego, y los cortafuegos, por ejemplo, muy bien pueden ser limpiados por rebaños de cabras u ovejas. «Hay que favorecer la vuelta al monte de agricultores y ganaderos, el campo se ha abandonado», indica Blázquez, quien reclama ayudas públicas para mantener el monte. «Agricultores y ganaderos garantizan la limpieza y mantenimiento del terreno forestal, y por ejemplo se pueden crear nuevos puestos de trabajo en este tipo de tareas», aclara.

José María Mancheño, presidente de la Federación Andaluza de Caza (FAC), asegura que hay ocho cotos afectados por el incendio, y reivindica que los cazadores pueden convertirse en agentes activos contra el fuego, por lo que propone la creación de brigadas que agrupen a éstos y a guardas de fincas cinegéticas. En algunas zonas de Mijas y Ojén, han desaparecido el 90% de especies como el jabalí o la cabra montés, vitales para contener las llamas. «Un coto de caza es un cortafuegos, porque además se cuida», aclaró.

Baltasar Cabezudo, catedrático de Biología Vegetal de la UMA, está de acuerdo en que el «urbanismo difuso de la zona complica la extinción y aumenta los riesgos de propagación del incendio», e incidió en que a cada persona le gusta un tipo de bosque, más original o ajardinado, y cada uno tienes sus ventajas e inconvenientes. «En esta zona con una interfase alta, donde hay bosques mixtos y ajardinados, aumenta la incidencia del fuego», y llama la atención sobre el hecho de que hay que tener cierto equilibrio en el grado de pastoreo o agricultura que se permite.