De la España del edredón y del cilicio al tanga y la semillita. De las historias de París al realismo de la ciencia. Lo único que no varía es el asombro de los niños. El final del siglo veinte, con todas sus pulsiones, se arrancó el corsé de la tradición y empezó a hablar de sexo, aunque quizá atropelladamente, con prisa y sin tapujos. Ahora, treinta años después, con el muro de la censura derribado, la información se multiplica, pero sigue siendo complicado responder a la pregunta. Cuando el niño señala hacia un punto indiscreto, muchos padres quisieran huir por la cornisa. Las dudas persisten.

El paso del silencio a la creación de organismos de orientación no ha puesto fin al dilema. La educación sexual española se mantiene todavía en todo su espectro de variedades; desde lo que optan por negarla, a los que apelan a la fábula o contactan con profesionales. A pesar de su claridad, la pregunta sobre el origen de la vida sigue teniendo versiones distintas. Y, sobre todo, métodos. Entre todos, la comunidad científica se decanta rigurosamente por la apertura. Si la elección consiste entre una explicación de corte enrevesada y una explícita, Arun Mansukhani, del Instituto Andaluz de Sexología y Psicología, se decanta por lo segundo. «Claramente es mejor dar la información. Los niños captan la sutileza, perciben que algo no está del todo claro», señala.

María Victoria Trianes, profesora de la Facultad de Psicología de la Universidad de Málaga, está de acuerdo con su colega, aunque recuerda que la educación no es sólo cuestión de explicaciones. Se trata, insiste, de un entorno, de un conglomerado de actitudes que debe conducir a que el niño adquiera una relación sana y familiar con el cuerpo. Las preguntas llegan rápido. Primero en lo que respecta a la diferencia entre hombres y mujeres y luego la más temida. ¿De dónde vienen los niños? «Siempre es preferible responder cuando el niño pregunte, no antes. A veces un embarazo cercano ayuda», dice Trianes.

A diferencia del resto de Europa, en España la integración de los contenidos sexuales en las escuelas no ha resultado del todo pacífica. Algunos padres consideran que es un tema que debería pertenecer en exclusiva al ámbito privado. Los especialistas disienten. Mansukhani defiende un modelo educativo que incluya el sexo como parte de la dimensión integral de la persona. Trianes, por su parte, cree que la escuela ofrece la oportunidad de suministrar una información homogénea y objetiva.

En teoría, pocos son los que se oponen a que fluyan las explicaciones. Ahora bien, ¿es necesario insistir en la educación sexual? El mundo ha entronizado el erotismo. Forma parte de la cotidianidad de la adolescencia, de la publicidad y hasta de la música. La comunidad científica responde: lo menos relevante es la parte cuantitativa; con el sexo ocurre lo mismo que con la mayor parte la información que circula por las autopistas del nuevo siglo. Hay que saber distinguir, seleccionar. Y ahí empieza, dicen, el proyecto educativo.

En la misma década en la que funcionan centros de orientación, se siguen dando embarazos no deseados e, incluso, casos de violencia machista adolescente. En muchas ocasiones, falla la interpretación del sexo. «Hay ocasiones en las que este tipo de problemas son el reflejo de una actitud de fondo. Lo que falla es el respeto al otro», asegura Mansukhani.

Trianes incide en que el conocimiento del componente físico es lo de menos. Al fin y al cabo, insiste, los niños acaban enterándose. Y rápido. Es en otros aspectos en los que la ignorancia se convierte en un factor de riesgo. La docente coincide con Mansukhani en el análisis. De una sociedad pacata, superficialmente tímida, se ha pasado a otra en la que la sexualidad funciona como un parámetro de aceptación social. Especialmente, entre los más jóvenes. «Es fundamental que las relaciones sean siempre deseadas. A veces los jóvenes se sienten obligados a mantenerlas por pertenecer a un grupo, por seguir al líder o, incluso, por satisfacer al otro», razona.

Se vuelve, otra vez, al problema de siempre. La falta de empatía. La sensibilidad. El respeto. Aspectos todos ellos que forman parte de ese combo a menudo caricaturizado que es la educación sexual. «No se pude establecer una relación determinista, pero está claro que una mala formación puede predisponer a actitudes favorables o de rechazo a las relaciones», indica Trianes.

Mansukhani habla del factor social, de la insana concepción del sexo como motivo de acumulación. ¿Vivimos obsesionados? ¿Somos lo que hacemos? Trianes duda de la envergadura de la sombra. La cultura de masas chapotea continuamente en la sexualidad, pero su influencia, señala, no es en este punto tan clara. La mimesis no siempre se produce.