Paloma, una empleada eventual en un banco, se encuentra una cartera negra alargada a los pies del edificio Costa del Sol, muy cerca de la plaza Solymar de Benalmádena. En su interior hay un buen fajo de billetes nuevos de 500 francos y una cuartilla doblada con un texto escrito de puño y letra que no entiende. No hay documentación que permita localizar al propietario y decide dársela como donativo al párroco de la iglesia de Los Manantiales de Torremolinos. El cura, sin embargo, lee el nombre más sonado del momento y pone el asunto en manos de la policía.

La nota, escrita en francés, la traduce la esposa de un agente que dejó mudo al equipo de la Policía Judicial de Torremolinos. «El papel decía que estaban cansados de negociar y que si no se cumplían los requisitos exigidos dejarían de alimentar a Melodie», recuerda José Antonio Martín Bolaños, entonces inspector jefe responsable del grupo y jubilado más tarde como comisario.

Es lunes 16 de noviembre de 1987, el octavo día de cautividad de la hija de los Nakachian, una preciosidad de cinco años secuestrada en Estepona a punta de pistola cuando su hermanastro la llevaba al colegio Aloha. Los investigadores están perdidos, desbordados y pegan palos de ciego. Los padres, desquiciados. El tiempo pasa y los malos resultados de la investigación hacen mella en un operativo policial sin precedentes en la Costa del Sol que está expuesto a la guillotina mediática internacional. El mando de operaciones, con base en Estepona, insiste en este municipio y Marbella hasta el punto de decirle a Bolaños que se encargue él de investigar el origen de esa nota, que ellos están en cosas más importantes. Ni mil palabras más.

Las mujeres señalan a los agentes al lugar del hallazgo, la zona más baja de una acera con dos niveles en la avenida Antonio Machado. Bolaños y compañía insisten y lo único que Paloma consigue arañarle a la memoria es la imagen fugaz de un joven en chándal que le adelanta corriendo. Husmean en varios edificios y el principal candidato sigue siendo el Costa del Sol, cuyas cuatro plantas están tan vacías como acostumbra noviembre. Los policías preguntan discretamente en una agencia de la primera planta por los pocos vecinos que ocupan los apartamentos. «Nos hablaron de una pareja argentina y de un grupo de franceses que llevaba uno o dos meses ocupando una vivienda en el último piso. Al que más veían era un joven que siempre iba en chándal y con una raqueta», recuerda subrayando la coincidencia de la prenda.

El noveno día de secuestro comienza con la televisión cantando el último mensaje de los secuestradores recibido por la familia Nakachian con una traducción prácticamente literal a la cuartilla de la cartera. Amenazan con dejar de dar de comer a la niña. Una nueva llamada a Estepona hace que el alto mando ya sí considere interesante un papel que a partir de ese momento consideran el borrador del último chantaje. Las pesquisas llevan a José Antonio a la agencia que había alquilado el apartamento al descuidado deportista francés. La oficina está por la zona de la estación de autobuses de Torremolinos y la chica que les atiende les describe un chico galo, atlético y muy educado que le pagó el alquiler en billetes de 500 francos que sacó de una cartera negra y alargada. Y sí, los billetes estaban tiesos, crujían de nuevos. Los agentes se miran y se frotan las manos mentalmente en un momento que para Bolaños es el más importante de su participación en el caso. «Nos tocó la lotería con esa cartera», apostilla.

La mujer aporta datos nuevos. Recuerda que, al enseñarle y entregarle el piso, el francés llegó en un Renault 5 blanco con matrícula española y se peinan los alrededores del edificio Costa del Sol para encontrar alguno similar. Localizan unos cuantos y las bases de datos marcan uno que está alquilado con un nombre falso. Blanco, en botella y máximo sigilo. La estrecha vigilancia al coche da resultados con el primer contacto visual con el sospechoso. A partir de aquí todo es adrenalina y corazones en la boca. «Lo seguimos a él y al hombre con el que contactó poco después. Éste último nos llevó a su escondrijo, en los apartamentos La Perla, entre Benalmádena y Fuengirola, sobre las cinco de la madrugada», describe con exactitud. El nuevo sospechoso se mueve en un Opel Kadett negro.

A esta altura de la investigación la Policía Judicial de Madrid comienza a recibir desde Francia, vía Interpol, información sobre un grupo que había planeado un importante golpe en el sur de España. La información, preocupante, incluye varias fotos que llegan a Málaga en avión y que confirman que los dos hombres no son dos turistas cualquiera. El primero, el hombre del chándal y dueño de la cartera, es Jean-Louis Camerini, un peligroso delincuente fugado de una prisión de Toulouse. El segundo es Ángel García Menéndez, un español «con un aspecto durísimo». Las vigilancias se intensifican y el operativo suma agentes. Los policías no lo saben, pero Camerini toma precauciones y saca a la niña del edificio Costa del Sol en el interior de una de sus bolsas de deporte y la mete en el R5 que previamente ha aparcado encima de la acera, junto a la puerta lateral del edificio que da a una callejuela. Los investigadores no huelen la jugada ni el nuevo destino de Melodie, aunque escudriñando las fichas de hospedería localizan un tercer piso franco en los apartamentos Las Naciones, también en Benalmádena, en el que no detectan ningún movimiento.

Llega el décimo día de secuestro y García Menéndez se presenta en el piso de Camerini a las siete de la mañana. Cada uno coge su coche con destino a Marbella y contactan con una tercera persona. Todos se suben allí en el Opel Kadett que conduce el español sin detectar que les sigue un vehículo policial en el que se come las uñas el inspector Florentino Villabona. El destino es Cádiz capital. Sospechosos y sabuesos no conocen la Tacita de Plata y se pierden varias veces hasta llegar frente al hotel Regio. García se dirige a un teléfono público y marca un número a la misma hora que los Nakachian reciben otra petición de rescate. Ángel se delata ante Florentino como Óscar, el nombre que utiliza para negociar y amedrentar a los Nakachian mientras sus dos compañeros entran en una farmacia para comprar Soñador, el medicamento que suministran a la niña para mantenerla tranquila. El Kadett negro sale de Cádiz y sus ocupantes se detienen en un restaurante para comer y telefonear antes de dirigirse a un bloque de apartamentos de Torreguadiaro, en San Roque. Durante la guardia, Villabona y sus compañeros ven cómo Camerini se marcha y una unidad le sigue en dirección a la Costa del Sol. Florentino cumple su turno y vuelve hacia Estepona para descansar, pero a las doce de la noche le llaman con urgencia porque el francés se ha dado cuenta de que le siguen y ha disparado contra sus perseguidores en una gasolinera. Camerini escapa y esto supone riego máximo para la vida de Melodie. «Tuve que volver para marcar el edificio a los Geos que estaban de camino. El asalto era inminente», cuenta Villabona, ahora comisario general de Seguridad Ciudadana.

A las cuatro de la madrugada, el grupo de asalto arranca tres puertas a la desesperada. Tras una hay dos chicas aterrorizadas por la visita. En el 3ºC, están Jean Marie Collier y Constant Georugoux, encargado de custodiar a Melodie, que está en una de las camas. Georugoux intenta armarse y coger a la niña y recibe un disparo que le alcanza y le pasa a un centímetro del corazón. En un tercer piso es detenido García Menéndez. Villabona le pregunta qué iban a hacer con la niña. «Yo nunca le hubiera hecho daño, pero no respondo por los demás», le dice Óscar. Florentino se queda pensando qué hubiera pasado si la Melodie no hubiese estado en ese edificio.