El anfitrión espera cortés la visita en medio del carril de su urbanización, justo en el mismo punto en el que hace 25 años decenas de periodistas hicieron guardia once días. Lleva una gorra, tenis blancos y las manos en los bolsillos. Raymond Nakachian responde entre té y miles de documentos archivados en pesados álbumes que no se pueden coger con sola una mano.

¿Recuerda el secuestro con otra perspectiva después de 25 años?

Lo recuerdo como si hubiese ocurrido ayer. Es imposible olvidar los detalles de semejante trauma. Secuestraron once días a nuestra hija y a nuestras almas.

La cicatriz sigue abierta...

No se puede olvidar por muchas razones. El secuestro de tu hija te marca para siempre. Hay muchos periodistas como tú que llaman periódicamente y preguntan por Melodie. También hay mucha gente que nos para casi todos los días por la calle y nos lo recuerdan.

Es que aquello conmocionó a España.

Es verdad. En la actualidad un secuestro es un acontecimiento que se da prácticamente a diario, pero en 1987 resultó muy novedoso y sorprendente. Además, los españoles son gente muy de familia, muy hogareños, y entonces vivieron el suceso muy de cerca. Como si los secuestradores se hubiesen llevado algo que también le pertenecía a los españoles.

¿Se puede perdonar una cosa así?

Yo nunca. Kimera sí los perdonó en su día, pero yo no. Podría salir en televisión y quedar muy bien delante de todo el mundo diciendo que los he perdonado a todos, pero no puedo hacer eso. Para mí es muy diferente.

¿Tuvo la oportunidad de hablar alguna vez cara a cara con los secuestradores?

No, ellos nunca se atrevieron.

Entonces nunca le pidieron perdón.

Ángel García Menéndez, el único español de la banda, sí se disculpó porque tenía una hija como la mía. A él sí lo perdoné.

Fueron once días de pesadilla¿Cuál fue el peor momento del secuestro?

El primero de todos. Cuando mi hijo mayor llegó a casa y me dijo que unos encapuchados armados se habían llevado a Melodie. Perdí la cabeza.

¿Qué le dijo usted?

Barbaridades. Le pregunté cómo pudo permitir que secuestraran a mi hija, a su hermanastra, y me respondió que le habían encañonado con un fusil cortado y que le amenazaron de muerte. Entonces le dije que debió morir por la niña y en ese momento dejó de quererme. Aquello me costó que se fuera a Holanda y estar veinte años sin verlo. Ahora sí somos amigos.

¿Estaba usted al corriente del asalto de los GEO que liberó a Melodie?

No. Esa noche estábamos en casa organizando el dinero del rescate junto a uno de los jefes de la policía que vino de Madrid para dirigir la investigación. Le llamaron por teléfono y nos dijo que siguiéramos nosotros, que estaba muy cansado y se marchaba a descansar. En realidad se fue al operativo de Torreguadiaro que terminó con el rescate.

Iban a pagar.

Yo quise pagar, pero no me dejaron. La policía me advertía de que si lo hacía terminarían matándola porque Melodie era una niña muy inteligente y los secuestradores sabían que podía reconocerlos. Me insistían en que siguiera regateando, que les diera más tiempo a los investigadores, que de lo contrario sólo había un 5% de posibilidades de recuperarla.

¿Cree que hubieran sido capaces?

No lo sé, pero en el sótano de un chalé que la banda tenía en Marbella la policía encontró un pequeño zulo recién hecho.