«Corremos el peligro, Enrique, de que nos confundan con una iglesia». Treinta años después puede parecer una fanfarronada, pero en ese momento tenía plena justificación. El PSOE acababa de obtener la que sigue siendo la victoria más incontestable de la historia de las elecciones generales en Málaga, con el 62,2 por ciento de los votos, y sus miembros, muchos de ellos procedentes de los circuitos de la clandestinidad, se preparaban para dar la alternativa a un Gobierno, el de UCD, completamente agotado. En la calle Martínez, donde se ubicaba la sede, las paredes devolvían la imagen, sobriamente estampada, de Felipe González. Entonces, el humo, la pana todavía sonaban radicalmente a oposición; pocos, muy pocos, de los que estaban en la sala hubieran pensado apenas unos meses antes en un momento como el que se les venía encima amplificado por toda clase de conductos: el teléfono, la radio, las voces de los compañeros. Los socialistas habían ganado las elecciones y, además, con una mayoría absoluta aplastante, de 202 diputados-en la actualidad cuentan con 110-.

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