Hacía meses que María Victoria se había convertido en un espejismo. Muy delgada, había perdido las ganas de vivir y ayer arrojó la toalla. Sus vecinos y amigos no daban crédito a que hubiese dado el paso de quitarse la vida, aunque reconocen que hacía tiempo que había dejado de ser la de siempre. Con 52 años, María Victoria apenas hablaba y cuando lo hacía, se echaba a llorar. La dueña de una peluquería ubicada en su calle, Sonia, iba a cortarle el pelo gratis a su casa, pero hace unos días le dijo que no hacía falta. «Estaba consumida, había entrado en un círculo de amargura», aseguró a este periódico la mujer, que no daba crédito a que María Victoria se suicidara y dejara por tanto sola a su madre. «Su madre era todo para ella, y desde que dejó de andar y se puso con alzheimer, se deprimió mucho».

Cuando ayer cayó, Sonia fue de las primeras en verla postrada en la acera, pero José, el hombre que hace las labores de mantenimiento del edificio, buscó una manta para evitar que la vieran hasta que se la llevaran las autoridades, que tardaron «minutos» en llegar.

Noelia, su ahijada, de treinta años, explicó a La Opinión de Málaga que era una mujer reservada y que tenía su situación «oculta y callada». «Lo contaba todo con cuentagotas, desde que su madre Ana María empezó con el alzheimer, cayó en una depresión». Por fortuna, la mujer no se enteró ayer de qué le había pasado a su hija. «No sabe nada, tampoco se enteraría, pobrecilla».

Ayer por la mañana Noelia estaba en casa haciendo cosas cuando oyó un golpe «muy grande». Asegura que había unos jardineros podando los setos y que pensó que habría caído un árbol, pero vio unos piernas. Rápidamente fue a otra ventana y vio a su madrina rodeada de sangre. «Me he puesto a temblar, los nervios metidos en el estómago. La vi el martes, que vino a mi casa. Estaba tristona, amargada con los problemas de la madre y la hipoteca».