Siempre he tenido claro, quizás desde mi más alejada infancia, que el camino que nos obliga a recorrer nuestra vida es casi siempre ingrato y siempre abrumadoramente duro. Un mes de mayo de hace ya bastantes años, comprendí y aprendí para siempre, que si hay algo que ayuda a hacer el duro sendero de nuestro caminar, llevadero y con grandes momentos de felicidad, es la llegada de nuestros hijos, de esos maravillosos seres que aparecen de repente en nuestra vida para parecer que siempre estuvieron en ella. Inocentes almas de blancura infinita que fruto de nuestros cromosomas, acaban pareciéndose a nosotros e imitan nuestros gestos, nuestra forma de ser y nuestros propios gustos. No conozco a nadie que siga con su misma vida, por muy fácil que ésta fuera, después de tener un hijo. No conozco ninguna sensación más plena ni mas intensa, que el sentimiento de tener la vida de nuestros hijos, arrullados en nuestros brazos, mientras sus caras miran nuestros rostros en un gesto característico e interrogador que nos enamora para siempre. Nunca ningún ser humano sentirá tanta ternura como la que experimentamos cuando vemos a nuestros pequeños retoños, jugando, riendo, escribiendo, pensando, comiendo, caminando€ cuando observamos a nuestros amados hijos viviendo su vida y a nuestro lado.

Por eso, me resulta imposible, no entra en mi cabeza, comprender la desesperación de esos padres a quienes un adolescente enfermizo y fruto de la incomprensión, en resumen, otra víctima más, acaba de matar a sus inocentes hijos. No soy capaz de ponerme en la piel de esos padres porque el solo pensamiento de sentir lo que ellos ahora mismo sienten me aterra más que ningún otro dolor que pueda existir en el mundo, más que mi propia muerte.

Luis fue un niño al que mató la leucemia. En estos días, su padre me comentaba lo imposible que se le hace explicar a un niño que tan sólo va a vivir nueve años. Porque él, por amor y pasión por su hijo, dedica actualmente su vida a evitar que pierdan la niñez esos niños que como le ocurriera a su propio hijo tienen cuerpos con fecha de caducidad reducida, una injusticia que contrasta con sus blancas almas, que tienen un existencia infinita. Nada nos hace más bellos que los niños. Nada nos hace más eternos ni más dulces ni más sabios ni mejores personas que esos adorables y maravillosos niños. Unos chavales que son hijos de todos y que deberían de ser protegidos a cualquier precio a cualquier coste y sin importar nada más que ellos mismos.

Pero, ¿cómo prevenir que alguien que no está en sus cabales haga daño a los niños? La verdad es que no se me ocurre ninguna solución salvo la del amor y la del recuerdo, recordando por recordar que una vez nosotros también fuimos niños y recordando las risas y la infancia de nuestros propios hijos.

Dicen que todos deberíamos implicarnos en un proyecto de violencia cero y lleva razón. La violencia, consustancial a la apariencia del ser humano en la Tierra, debería ser erradicada por completo de nuestra forma de vida. Sin embargo, cada día el mundo es más violento, porque el planeta se ha convertido en un inmenso manicomio que ,enfrascado en el frenesí y la vorágine del consumo, de la sinrazón y del egoísmo, ha entrado en una dinámica, en un bucle del que probablemente no saldrá hasta que otra extinción, como ya ocurriera con dinosaurios y trilobites, nos archive en el cajón de los recuerdos de la historia y seamos una especie extinta más en la longeva soledad de transito que alrededor del Sol, describe nuestra casa común.

Alguien dijo una vez que si mandaran las mujeres en el mundo, se acabarían las guerras, porque ninguna mujer enviaría a sus hijos a matarse con otros por un quítame allá esas tierras€

Definitivamente hemos perdido el lado humano. Actualmente vemos a esos engendros llamados bancos, que se suponen gestionados por personas con alma y sentimientos, actuar de un modo que solo favorece a aquellos que se sienten poderosos por las cifras de sus dineros, pero que son incapaces de hacer el más mínimo gesto por evitar el sacrificio de aquellos a quienes la propia ambición de los banqueros ha colocado en una suerte de miseria humana y en un sin vivir miserable y doliente.

Pasear las calles de mi pueblo, ese Madrid cada día mas hermoso, es un acto de bochorno, de vergüenza y de tristeza sin fin, pues ver en la calle a cientos de personas durmiendo no puede dejar indiferente a nadie, excepto a aquellos que piensen que el origen de tanta miseria humana, nunca ha ido con ellos.

Por otro lado, la tristeza de las lluvias que cada año nos van tocando en Málaga, seguramente por el, cada vez más olvidado, cambio climático, nos tocan el alma de los niños descalzos en Los Asperones, La Corta, El Yano o El Pavero, que vienen dejando a lo más triste de La Palmilla a la altura de barrio residencial.

Seguramente nunca erradiquemos la pobreza de nuestra forma de vida. Nunca resolveremos la pobreza infantil y siempre habrá un lugar en el mundo con niños muriendo por el despropósito y el egoísmo de una forma de vida que aunque no comprendemos y nos sigue doliendo, jamás cambiaremos.

Nunca se olviden de los niños muertos por la sinrazón ni la violencia en el mundo. No olviden la reciente tragedia ocurrida en Estados Unidos, pero por favor, tampoco olviden jamás, los datos del hambre en el mundo, porque el hambre mata más personas al año que el sida, la malaria y la tuberculosis juntas. Una de cada ocho personas en el mundo se irá a la cama con hambre esta noche. Hay más personas con hambre en el mundo que la suma de las poblaciones de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea juntos mientras 870 millones de personas no tienen lo suficiente para comer hoy.

Lean los datos de la Agencia de Protección de Alimentos y sepan que casi once millones de niños habrán muerto de desnutrición este año que se acaba. De esta horrible lacra, de esta «enfermedad» con cura, que nos deshumaniza y deslegitima como seres de un planeta inmundo al que llamamos mundo.

Mas frente a tanta barbarie, veo las lágrimas y los esfuerzos de gente noble que entregando su amor y su espíritu, quizás sean la única esperanza que le resta al mundo. En Málaga, el comedor de Santo Domingo, como otros más, es un bravo ejemplo de ello. Un ejemplo y un orgullo€