Ahora que la ciudad se descubre por debajo de la niebla, que el mar desteje sus humores, quizá sea el momento de mirar de nuevo en línea recta hasta donde se pliega el horizonte. Por primera vez en esta época, al menos en los últimos años, sobran las bufandas y, también por primera vez, la mirada no tropieza sistemáticamente con el culo rojo de Santa Claus en plena faena de ascenso. Las navidades, en lo que respecta a las casas, nunca se han visto tan desprovistas de guirnaldas y fruslerías y eso a pesar de la obstinada labor del Ayuntamiento, que un año más ha optado por los arabescos prostibularios para decorar la calle Larios y adyacentes. Da la sensación de que estas fiestas, rigurosamente postapocalípticas, se han dejado vencer por la crisis, especialmente en los hogares, donde Rajoy y sus ministros son más nombrados que cualquier oferta.

Los comercios apenas llenan sus bolsillos y en el Centro se escucha la misma salmodia que en un día de febrero. La falta de soluciones ha quebrado la fantástica y afectadísima excepcionalidad con la que siempre se revisten estas fiestas. Por un momento parece que los langostinos, congelados y de manglar, se van a arrancar a parlotear también sobre la prima de riesgo. Incluso el discurso del Rey, tradicionalmente blanco, insulso y aburrido, ha estado mezclado del guiso político que acompaña desde hace años toda nuestra santa vida en este lado de la tierra.

Después de un 2012 renqueante y profundamente angustiado, nadie ve la hora de cazar elefantes ni de morder un pedazo de turrón frente al espejo. Los profetas del Gobierno siguen con el ánimo destemplado: el próximo año será todavía peor. El pesimismo parece instalado en la provincia y con él un clima de provisionalidad que ha mandado a hacer puñetas esa cosa irresponsable de la felicidad y de la estabilidad continuada. Apenas un porcentaje nimio de Málaga, incluidos funcionarios, sabe con certeza que estará al volante de su mismo puesto y de su misma prosperidad dentro de catorce meses. Mientras, comemos lo que sabemos y lo que podemos, en estas navidades raras, en las que hay quien, incluso, confunde los motivos centrales. «¿Esa carpa que significa?». «Serán los de 15M, que vuelven». «Normal, con la que está cayendo», se preguntaban hace apenas diez días dos señores frente al Belén de la plaza de la Constitución.

No será por falta de iluminación. La calle Larios, una vez más, parece Las Vegas. Especialmente, por el sentido estético. Creo que era Nabokov, en Pálido Fuego, el que contaba aquella vieja leyenda judía en la que un hombre buscaba desesperadamente las llaves de su casa junto a una farola. «¿Ha perdido usted algo justamente ahí?», le preguntaron. «No, en la calle de enfrente, pero aquí por lo menos veo», respondió. Ya nadie sufrirá en penumbra. Al menos, en pleno Centro. Quizá por eso Santa Claus ha estado mucho más austero estos años con sus oscuros tejemanejes. No hay reno que doble en la esquina de la plaza de la Marina que no muera por un shock epiléptico. Málaga poco a poco se despereza del desierto del 25 de diciembre; quedan navidades. Y otro discurso sin paga extra.