Las reservas de energía del padre José Pablo Tejera bien podrían abastecer a una ciudad de tamaño medio. Con 80 años subió los casi 2.000 metros del Torrecilla, en la Sierra de las Nieves y ayer, 15 de enero, día de su 86 cumpleaños, coronó el Monte San Antón con las mismas ganas que en 1953, cuando era un joven maestrillo de Griego y Dibujo en el conocido como colegio del Palo y subía dos veces por semana, aprovechando las tardes libres.

«Le he hecho caso al médico y subo con dos bastones», cuenta, aunque a mitad del camino prefiere usar uno solo porque se siente más cómodo. A su lado tiene a un grupo de exalumnos que cada 15 de enero, desde hace casi una década, le acompaña en este ascenso cumpleañero, además de David, el jesuita más joven de la provincia.

El padre Tejera es al colegio de San Estanislao de Kostka lo que el padre Llordén al colegio de San Agustín ­-una institución-, con la diferencia de que mientras el agustino lucía un carácter sobrio, José Pablo Tejera, sevillano del 27, lleva una sonrisa por bandera que trata de contagiar a su entorno. Así, durante la subida imita sonidos de animales, algo que le piden mucho los niños del colegio, destacando por su pericia a la hora de imitar el glu-glú del pavo. «Cuando hay algunos y los imito, me contestan», confiesa divertido.

Nieto del organista de la Catedral de Las Palmas e hijo de Domingo Tejera, director del Correo de Andalucía y La Unión Mercantil, recuerda que su padre fue siempre un periodista incómodo para el poder, que fue exiliado a Marruecos en tiempos de Primo de Rivera, tuvo 63 procesos durante la II República y fue encarcelado tres meses en tiempos de Franco nada más terminar la guerra.

El sueño de su padre de tener un hijo jesuita se vio cumplido con creces porque de sus nueve vástagos, además de José Pablo, también hay otro jesuita y una religiosa que es enfermera.

A pesar de haber perdido la visión de un ojo avanza con paso firme, señalando los senderos del monte. Al pisar una roca recuerda, «aquí me caí» y al llegar al espacio entre el primer pico y el segundo, muestra los cimientos de una modesta construcción de frailes filipenses, sólo detectable para expertos como él.

La vocación religiosa que él sintió a los 12 o 13 años la describe como «una llamada de Dios para la vida consagrada», que le trajo a Málaga por primera vez en 1953. Un año más tarde, colocó en la cima del San Antón una capilla de estilo tirolés de la Virgen de la Victoria, una lámina sobre cinc hecha por las alumnas de la Asunción. Ordenado sacerdote en el 59 y tras varios años en el colegio del Palo en la década de los 60, a partir de 1970 el colegio de San Estanislao de Kostka se convertiría en su casa permanente. «Yo había pedido ir a las misiones, pero el padre Cuenca, que era el provincial, me decía, ´su Japón y su Paraguay es el colegio del Palo´, así que aquí nos quedaremos», bromea.

En la cima le aguarda la cruz de hierro que ayudó a instalar hace unos 20 años, pero también un bizcocho con velas (apagadas, para evitar accidentes), cava y el cumpleaños feliz. Y tras una foto en grupo, dirige una oración en común. «Aquí sube mucha gente a dejar flores y a rezar», explica.

En 2011, la buena labor de este jesuita se evidenció en la calle que le dedicó el Ayuntamiento en El Palo, presidida por una placa de cerámica de su retrato, en el que aparece vestido de scout, movimiento del que fue pionero en Málaga (fundó los Scouts Católicos en 1971). Mientras baja, no deja de recibir llamadas de felicitación al móvil. En un descanso del teléfono, confiesa que tiene que dar gracias a Dios «por haberme aguantado todo este tiempo» y tratar de cumplir con lo que dice la Compañía de Jesús: «Ser útiles a los demás». En su caso, siempre con una sonrisa.