Cansado, sigo deshojando las páginas de un calendario milimétricamente estudiado. En mi particular camino hacia la Resurrección, quiero confesarles que aborrezco por momentos el frenético ritmo que impone la Cuaresma. Dejándome sorprender, levanto la cabeza mientras miro al horizonte sin encontrar un sentido claro a todo esto. Los entresijos que dan vida a esta manifestación pública de fe se me antojan por momentos pobres, desnaturalizados, inertes.

Con la llegada de la primavera, se presenta ante nuestros ojos una Semana Santa en eterna evolución que aspira a ser la voz de todos aquellos que ven en ella un seguro trampolín con el que alcanzar sus metas e intereses. Una simple remodelación en el horario de una de nuestras cofradías puede ser motivo suficiente para paralizar los corazones de todos aquellos «cofrades» que por desgracia, siguen sin descubrir cuál es nuestro verdadero elemento aglutinante.

La Semana Santa de Málaga es tan bella como imperfecta. Siempre igual, siempre distinta. Dibujada sobre una paleta de multicolores disciplinas sociales y culturales, sabe reinventarse para no acabar cayendo en el olvido de una ciudad que la consume como un simple producto de usar y tirar. Para hablar de Semana Santa, en Málaga, hay que abrir el corazón dejándose enamorar por una forma única e irrepetible de vivir la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Nuestra manera de ser impregna cada gota de cera que las hermandades y cofradías derraman a su paso. El tiempo se para, la noche no entiende de mañanas y lo propio no es nuestro, es de todos.

Una cosa está clara; lo que vivimos, sentimos y transmitimos durante siete días jamás podrá ser comercializado en Fitur. En esta plural forma de rezar con Cristo, los visitantes son uno más y no un simple reclamo para vender lo que durante el resto del año nos encargamos de maltratar. Los malagueños somos portadores de un legado ya escrito a golpe de esfuerzo y superación por todos aquellos que han tatuado en sus corazones los principios que deben regir la vida del buen cofrade. Los tiempos cambian, nosotros cambiamos, pero la esencia prevalece. La cera se consume para hacernos ver que hemos soñado.

*Pedro Jerez es maestro y cofrade