El esperado estreno en Málaga de la película Gilda se anunció para el 9 de abril de 1948 a las 5 de la tarde en el cine Echegaray, películas que los madrileños pudieron ver en diciembre de 1947 y que llegaba a nuestra ciudad precedida de gran fama. Estaba calificada por la Dirección Central de Acción Católica con una R, o sea, reservada a mayores de veintiún años. No era la calificación más rigurosa de entonces, porque por encima de la R estaban las 3-R (mayores con reparos) y 4 (gravemente peligrosa). Pero el nombre de Rita Hayworth y las fotografías de la popular estrella en posturas insinuantes y provocativas sobrepasaba, según criterios muy radicales, los límites de la decencia. Gilda, en las reposiciones ofrecidas por diversos canales de televisión muchos años después, debe estar autorizada para todos los públicos.

Pero el efecto Gilda, repito, alcanzó tales cimas que casi provocó una alteración del orden público en la Málaga de 1948. El lanzamiento de tinteros con su tinta azul o negra contra las taquillas y puertas del cine Echegaray fue motivo suficiente para que el gobernador civil de aquellos momentos prohibiera el estreno. Los que se habían acercado al cine, reconvertido hoy en teatro, no pudieron acceder a ver la escandalosa película.

El atentado contra el cine y la película, comparado con los que vivimos a diario en España por cualquier protesta, no pasó de ser una anécdota. Al día siguiente, el Echegaray, el cine afectado por la inesperada prohibición, anunció Hoy, NADA.

No es que el empresario anunciara que no se iba a proyectar nada, ninguna película. Es que para salvar el inesperado bache recurrió a la película española titulada Nada, dirigida por Edgar Neville, basada en la novela de igual título de Carmen Laforet, ganadora del Premio Nadal en su primera edición. Parecía un chiste o una obra. Pero así fue.

Meses después -el 9 de septiembre- se estrenó sin problemas la pecaminosa Gilda y los malagueños pudieron ver a Rita desprendiéndose con estudiada lentitud y lasciva mirada un largo guante negro y oírla cantar «Amado mío, te quiero tanto...».

Otra vez Rita

En pleno esplendor de su carrera, Rita vino a Málaga años después en compañía de un adinerado caballero español (que es como se decía antes para no herir susceptibilidades); hoy se emplean otros términos.

Y miren por donde tuvo un roce con el gobernador civil, que creo que no era el mismo que prohibió la exhibición de la película el día del estreno.

Rita Hayworth, que era de origen español y se llamaba Rita Cansino, se hospedó en el Hotel Miramar, que era el mejor de Málaga. Al día siguiente, o a los dos o tres días, apareció en la prensa local un suelto del Gobierno Civil en el que se informaba de la sanción impuesta al Hotel Miramar por no reseñar en el parte de entrada de viajeros (era obligación de cada establecimiento hotelero informar a diario de los nuevos huéspedes con indicación de nombres, apellidos, nacionalidad, fecha de nacimiento...) la fecha de nacimiento de Rita Hayworth, sanción creo recordar que ascendía a cinco mil pesetas.

La única publicación de la época que se permitía de forma explícita o disimulada criticar decisiones del Gobierno era La Codorniz, la revista «más audaz para el lector más inteligente», como definía su línea editorial.

En La Codorniz había una sección semanal titulada La Cárcel de Papel, que firmaba Evaristóteles, seudónimo del escritor festivo Evaristo Acevedo. Cada semana, según sentencia, se condenaba a ingresar en la cárcel de papel al personaje, entidad, asociación, club, ministerio, dirección general... que hubiera cometido un delito, siempre en tono de humor. Al gobernador civil de Málaga lo metieron en la cárcel de papel por haber querido saber la edad de la famosa actriz.

Por cierto, la edad de Rita Cansino nunca fue un secreto, como ha sucedido y ocurre con frecuencia con personas del mundo del cine, del arte, de la moda... La biografía de Rita Hayworth no ocultaba su año de nacimiento ­-1918- porque empezó como actriz infantil en 1926, a la edad de ocho años. Su padre, Eduardo Cansino, era bailarín, y su madre, Volga Hayworth, era también bailarina del Ziegfeld Follies.

El final de la famosa Gilda fue muy triste: enfermó de alzheimer y murió sin recordar nada de su agitada existencia, con cuatro o cinco matrimonios a sus espaldas.

El deseo y el amor

Hacia el año 1950 se rodó en Málaga gran parte de la película El deseo y el amor, coproducción hispano-francesa dirigida por Henri Decoin (un director de amplia filmografía en su país natal) y que a todas luces aceptó realizar una película de encargo sin ningunas pretensiones salvo los emolumentos que cobrara. En el reparto alternaban actores de la talla de Antonio Vilar y Martine Carol, a más de Gerard Landry, François Arnoul y una Carmen Sevilla en los comienzos de su carrera.

El rodaje en Málaga se prolongó casi dos meses, y entre las muchas secuencias rodadas en nuestras calles, hay que recordar el paso de un trono de la Semana Santa por la calle Císter, esquina Pedro de Toledo, donde Carmen Sevilla cantaba una saeta a la Virgen. Lo que no se dijo entonces, ni creo que figure en texto alguno, es que la saeta que se oyó en la película no la cantó ella, sino que la dobló una cantaora malagueña conocida por La Paleña.

Pero a lo que iba: la película fue en términos coloquiales un petardo, mala de verdad, con pobres recursos, sin imaginación..., pero eso sí, con cientos de malagueños como figurantes o extras que acudieron en masa al cine Goya el 28 de junio de 1952 a verse en la pantalla, curiosidad satisfecha en muchos casos y en otros no porque en el montaje, por exigencias del ritmo, se eliminan muchísimos planos. Como el gerente del Goya tenía conciencia del escaso interés que la película iba a tener recurrió a un ardid muy atrevido: para explotar hasta el máximo el estreno del engendro pasó la película a mayor velocidad, y en el lugar de cuatro sesiones -de cinco de la tarde a una de la madrugada- consiguió cinco pases, eliminando el intermedio, los anuncios..., pero manteniéndole el No-Do, de proyección obligatoria.

La película, pese a la propaganda gratis por haberse rodado en Málaga, solamente aguantó siete días en cartel.

El Danubio azul

En los años 30 (sobre 1933 o 1934) se estrenó en el cine Echegaray la película El Danubio Azul, en la que el famoso vals de Strauss jugaba un importante papel en la trama. El vals por excelencia lleva ciento cuarenta y tantos años abriendo el baile de bodas de medio mundo y es la pieza insustituible en el Concierto de Primero de Año de la Filarmónica de Viena.

En el estreno de la película sucedió algo nuevo y no sé si se habrá repetido en alguna ocasión en otro lugar.

La película terminaba en un espectacular salón donde numerosas parejas ricamente ataviadas bailaban el inmortal vals El Danubio Azul. La secuencia duraba lo que dura la interpretación completa del vals, casi diez minutos. Los espectadores, entusiasmados por la belleza visual y auditiva, al aparecer en la pantalla el inevitable Fin prorrumpieron en una espontánea ovación, una reacción que es normal en las representaciones de teatro pero prácticamente inexistentes en las proyecciones cinematográficas salvo en los festivales y certámenes.

La empresa del Echegaray actuó de inmediato. Al encenderse las luces, antes de que el publico iniciara el abandono de la sala, un empleado subió al escenario y anunció, que ante la gran acogida dispensada a la película, se iba a proceder a repetir la proyección por la espectacular interpretación visual y sonora de El Danubio Azul.

Si en los datos que he consultado no he errado, la película en cuestión es la versión filmada en Inglaterra en 1931 dirigida por Herbert Wilcox e interpretada por la actriz alemana Brigitte Helm y el actor Joseph Schildkraut. La orquesta zíngara de Alfredo Rode, que estaba en gira por Europa fue la encargada de interpretar no solo el conocido vals, sino varias composiciones del mismo autor y de otros.

Una decisión intolerable

La decisión de repetir una secuencia musical para premiar al público y que pudiera disfrutar de nuevo tuvo como contrapartida muchos años después en un cine de Málaga, concretamente el Albéniz.

Se trataba de una película musical de procedencia norteamericana en la que un famoso cantante de color interpretaba una serie de melodías. No entro en si era buenas o malas o regulares. El caso es que formaban parte de la película y del espectáculo. Si a una película musical le birlamos un número o dos, cometemos, pienso yo, un delito, falta o estafa.

El caso es que al empresario en cuestión le pareció un rollo tanta canción cantada por el negro, y ni corto ni perezoso, por su cuenta, y sin encomendarse a nadie, le ordenó a un encargado de la cabina de proyección que eliminara de la copia un par de números, «porque ya estaba bien de tanto negro cantando».

El público no se dio cuenta del atentado, y nadie se enteró del fraude. Una vez que la película cumplió la semana o diez días de proyección, en la cabina del cine se incorporaron a la cinta los cortes realizados y la devolvió a la distribuidora como si nada hubiera sucedido.

En estos tiempos que todo se sabe y la gente está al día en casi todo, un hecho como el que acabo de contar difícilmente se pueda repetir.