La pasada semana charlaba con un amigo sobre la situación económica actual, dificultades, propuestas de mejora, creyéndonos tertulianos de los programas tan de moda ahora. Rodrigo, en uno de sus argumentos, me repetía: «Jaime: los números no engañan». Resonó toda la noche en mi cabeza, «¿cómo que no?». Trabajo en una ONGD malagueña, Justalegría, que trata de mejorar la vida de miles de personas en la República Dominicana. Cuna del ron y la bachata, todos conocemos al país caribeño por sus paradisíacas playas y magníficos hoteles. Pues bien, está considerado en el ranking -esa palabra que tanto nos gusta- del Banco Mundial como un país de ingresos altos, con un PIB per cápita de 9.420 dólares, y que entre 2005 y 2011 creció a una tasa media del 7%. Ya nos gustaría aquí, que ansiamos ese 2% de tasa de crecimiento que, dicen, crearía empleo.

Sin embargo, tras estos esperanzadores números se esconden otros; por ejemplo, el 40,5% de sus habitantes viven en la pobreza, eso significa que ese PIB de más de 55.000 millones de dólares, o, como antes los hemos llamado, los ingresos altos, no están bien repartidos. La desigualdad es desoladora.

Nuestro trabajo se desarrolla en los bateyes, pequeños asentamientos rurales ligados tradicionalmente al cultivo de caña de azúcar, en los que la población vive en condiciones de semiesclavitud, y que, seguramente, ni siquiera figuren en las cifras que antes detallaba, puesto que ellos no existen. No existen porque, entre otras cosas, muchos no tienen documentación legal con la que presentarse en ningún registro oficial.

Las cifras de un batey cualquiera son las siguientes: gasto familiar de 140 euros mensuales, que en una familia tipo de cuatro personas significan 1,16 euros al día. Más aún: el 70% no tiene una letrina donde dignificar su intimidad, y un 80% de sus habitantes tiene una (sobre) vivienda hecha de lata donde la familia (sobre) vive hacinada. Por supuesto, de todos los que trabajan en jornales de 12 horas ninguno tiene un contrato laboral, ni derecho a seguridad social o jubilación.

Por eso, pienso que la respuesta a la pregunta es que los números engañan, o al menos el que los usa siempre puede emplearlos a su gusto para llevar a su interlocutor a una conclusión u otra. Por ejemplo, si cuestiono si debemos hacer cooperación internacional, aún en tiempos de crisis, con un país catalogado por el Banco Mundial como de ingresos altos, la respuesta natural sería negativa, ¿por qué ayudar allí cuándo aquí estamos mal? Sin embargo, si formulo esta misma pregunta indicando las necesidades específicas de una población para la que llegar a dos comidas diarias representa motivo de celebración, seguro que obtendría mucho más apoyo.

Las personas que participamos en las ONGDs vivimos estas micro-realidades de cerca, por eso tenemos una idea muy clara: cooperar en tiempos de crisis es más fundamental aún, no son países, ni entes abstractos, ni siquiera son números, son personas. El reto es saber trasladarla a nuestros vecinos.

*Jaime de la Torre es técnico de proyectos de Justalegría