Minutos antes de las cinco de la tarde, los primeros barcos de pesca de arrastre llegan al muelle de la lonja de la Caleta de Vélez. Los rostros de los pescadores y de sus ayudantes muestran el sufrimiento de casi doce horas de trabajo en el mar. Comienza la hora de la verdad, la venta del producto encontrado en una jornada laboral llena de incertidumbre.

El agua empieza a brotar de las mangueras y de los grifos para limpiar las presas y el recital de cajas con hielo no cesa. Es la otra cara del verano, la desconocida por el público general, acostumbrado al simple ejercicio de elegir qué degustar.

Los pulpos van apilándose en cajas, ordenadas como un rompecabezas. Detrás, sólo se ven manos que ordenan el producto con la duda de no saber cómo resultará la venta, que en verano vive su mejor época, aunque desde hace un par de años, señalan, «los precios están catastróficos». El rostro del patrón mayor de la cofradía de pescadores de la Caleta de Vélez, José Luis Guerrero, responde a la preocupación de todos los que se ganan la vida en la mar. El ejemplo más evidente de este descenso de los precios de venta está en el jurel. «Hace dos años se vendían las cajas de jureles a un precio que rondaba los 20 euros y ahora están saliendo a poco más de un euro», incide contrariado Guerrero.

Él es el faro de centenares de trabajadores. Un hombre con mil brazos, cuyo teléfono móvil no deja de sonar. La burocracia de la lonja es su cometido, pero su influencia va mucho más allá. Compradores, pescadores y ayudantes le requieren para cualquier asunto. Cada jornada Guerrero es el guía «de una de las lonjas más importantes del Mediterráneo».

El verano es la época propicia para el sector pesquero, pero desde hace unos años, la temporada alta «se nota menos». «Estos son meses buenos, pero no como lo fueron antes de la crisis», asiente Guerrero, que estima que la venta ha descendido entre un 30 y un 40 por ciento desde 2011.

El olor a pescado fresco impregna un ambiente húmedo y, entre los gritos de pescadores y trabajadores de la lonja, van pasando los minutos, sin que nadie pueda tomar un respiro, en un frenesí agotador. Los productos, pesados y clasificados, van sucediéndose en hileras, con la etiqueta de quien los ha pescado.

Primero, las chirlas y las conchas finas, en sacos, dejan ver el esplendor de un milagro, que, por conocido, no deja de sorprender. Parece mentira que el mar sea un terreno tan prolífico y de tan variadas especies. Una mina azulada de la que se abastecen innumerables familias.

A la vez que se prepara el producto para la primera subasta de la tarde, se dispone la carnada para la pesca de pulpo del día siguiente. Es un trabajo incensante y, nada más bajar del barco, comienza la faena del día siguiente. Una cadena, a la que sólo le falta un eslabón, el del lunes, cuando todo se sosiega.

Paulatinamente, detrás del contraluz de las puertas de la lonja, decenas de personas se hacen hueco alrededor de los productos, pertrechados para el comienzo de la subasta. Poco más de media hora después de que los barcos arribaran al muelle, aunque todavía restan algunas embarcaciones navegando, la agitación y las carreras dan paso a una calma tensa. Un silencio sonoro se hace protagonista en la nave y cada uno de los compradores observan de soslayo el producto. Es el momento en el que los pescadores esperan que el esfuerzo de horas se vea recompensado.

Una pantalla, que se puede ver desde el lado opuesto de la lonja, se enciende y da comienzo la subasta. Hacinados, los compradores se enfrentan en una guerra que tiene como objetivo adquirir el producto al menor coste posible. No se oye nada más que el susurro al oído de los comerciantes. Cada uno mira por su beneficio. Las miradas no se cruzan, los expositores se van vaciando paulatinamente.

Vicente vive un momento de estrés y tensión. Es un hombre de unos 50 años, que tiene una pescadería en Vélez Málaga. Acude también como comisionista. Es otro de los perfiles que se encuentran en este lugar. Con dos mandos numerados, elige el producto que más le convence, mientras que en el bolsillo izquierdo de su pantalón, remangado para no mojarse, suenan otros tantos teléfonos móviles a la vez.

Tanto Vicente como el resto de compradores tienen que cumplir una serie de requisitos para poder comprar en la lonja productos que, en muchos casos, aún permanecen vivos. «Sólo se aceptan a personas que tengan una relación directa con la hostelería y que presenten su identificación como un aval», asiente Guerrero, entre carrera y carrera, mientras observa de reojo cómo transcurre la venta.

Durante la subasta, la protagonista es la pantalla donde aparece el producto en venta y el precio que, según el peso, tiene un determinado coste de salida. En ese momento, la cifra comienza a caer hasta que algún comprador se decida y pare esa cascada. Luego, lo observa y decide si es el precio que finalmente está dispuesto a abonar. «A veces un comprador para el precio y luego, tras ver de cerca el producto, decide retirar su puja», entona con resignación José, un pescador, que comenzó su jornada laboral de madrugada.

Para ellos, el mercado vespertino es más reducido. Es el resultante de la pesca de arrastre, en la que «va de todo», desde pintarrojas hasta cangrejos. Sin embargo, tras la pesca nocturna, que comienza antes de que anochezca y termina en los primeros claros del día, la de cerco, la producción es mayor. «Lo que pescamos por la mañana, además de abastecer a la Axarquía y a Málaga, se vende al por mayor y puede llegar hasta a Alemania», abunda el patrón mayor, que se muestra orgulloso cuando recuerda que el destino mas lejano al que se ha enviado producto desde la Caleta es China. «Se han hecho pruebas de envío de sardinas hasta allí y han salido bastante bien», incide.

La estrella, la sardina

La crisis azota al gremio, en especial «a las pequeñas especies». No obstante, otros productos mantienen su protagonismo, en ventas y en precios. Es el caso de la estrella del verano malagueño, la sardina. La demanda es alta y los precios se mantienen, lo que permiten salvar el verano. Es el comodín del mercado estival. Mientras, las cigalas y las coquinas también son otros de los productos que más dinero dejan en las arcas de la lonja.

Dos horas después, la subasta finaliza y lo que era una ristra de cajas con coquinas, conchas finas, gambas, lenguados o jibias, ahora no es más que un ambiente húmedo con una panorámica desértica. Tan sólo quedan los restos de algunas piezas despreciadas y de la limpieza de utensilios y contenedores.

El agitado momento finaliza para afrontar la preparación para lo que, 13 horas más tarde, volverá a ser un nuevo comienzo. El día echa el telón y la inquietud dormirá hasta que se descuelguen de nuevo los amarres.

Las nuevas mallas «están machacando el producto»

En octubre de 2012, La Unión Europea impuso al sector de pesca de arrastre una nueva malla, de hilo más fino. En la actualidad, la cuerda tiene un grosor de tres milímetros, cuando hasta la aprobación de la normativa era de cinco. Este hecho, para los pescadores, ha supuesto «un destrozo», tanto para la venta como «para el producto recogido». «Desde Europa decidieron este cambio, sin notificar ningún informe explicando las razones», subraya Guerrero, quien coincide con pescadores en que la nueva malla, al ser más fina «corta y daña el pescado», lo que resulta «un gran problema para la venta, ya que el producto, con cualquier desperfecto, se vende más barato». A pesar de las nuevas dificultades , el patrón mayor de la cofradía de pesca de la lonja de la Caleta de Vélez considera que «hay un resquicio» para solucionar este asunto, «aunque aún no nos ha respondido Bruselas sobre si podremos utilizar las mallas antiguas, como esperamos».