La ilusión de niño de José Manuel Rosa, nacido en 1952, era levantarse a las 6 de la mañana para ver cómo descargaban el pescado y lo subastaban en el negocio de su abuelo en El Palo, frente a la playa. De paso, antes de ir al colegio disfrutaba de un desayuno inolvidable: «Mi abuela me ponía el cafelito, que era una jarrilla de cebada, el bollo con aceite y azúcar y una parrilla de sardinas asadas».

José Manuel se emociona al recordar a su abuelo, Manuel Cuenca Galán, el de la Lonja, uno de los vecinos más queridos del Palo. «Fue prácticamente él quien me educó, era muy buena persona, la gente le ha pedido muchos favores y él se lo ha concedido y además quitó mucha hambre aquí en El Palo», recuerda.

Manuel el de la Lonja debe su apodo a la aventura que comenzó en 1944, cuando compró una tabernilla frente a la playa. Manuel no hacía sino seguir los pasos de su suegro, Alfonso Rodríguez, quien en los años 20 tenía una frecuentada taberna muy cerca, en la calle Quitapenas.

José Manuel, bisnieto de este primer tabernero, muestra una vieja fotografía de hace 90 años -que también circuló como postal- en la que aparece su abuelo junto a la taberna, contemplando cómo unos gatos dan cuenta de unos restos de pescado. «En aquella época lo que se vendía era la cerveza Victoria, el vino blanco y el tinto y los calibres de aguardiente», explica.

Manuel el de la Lonja siguió los pasos de su suegro con la taberna creada en el 44. Cinco años más tarde se convertiría en un rincón tan importante del barrio como las Cuatro Esquinas. Esto fue lo que pasó: «El pescado se vendía en una explanada fuera y cuando llovía o hacía mal tiempo, la gente se mojaba o pasaba frío; entonces hablaron con mi abuelo, porque había sitio, para vender el pescado en subasta en la taberna. Mi abuelo habló con la Comandancia y le dieron el permiso».

Así que la Casa Manuel, con espacio suficiente, compaginó las funciones de taberna con la de sede de la lonja del Palo, «tirándose una pila de años abierta día y noche porque en esa época había mucha actividad», recuerda su nieto, que desde luego no exagera cuando dice eso de «si estas paredes hablaran...». Porque los pescadores del Palo han contado en este veterano establecimiento sus alegrías y penas, los lances en el mar, pero también en tierra, como esa jornada de los años 40 que a José Manuel le contó su padre, Cristóbal Rosa: «Las casas de la primera línea de playa tenían dos entradas para que el agua saliera y había sureste, el tiempo duro. Ese día el mar llegaba hasta la vía del tren y por los callejones se veía el pescado. La gente cogía los jureles con los cubos».

La jornada de pesca

La pesca marcó la vida de la Casa Manuel de la Lonja. Por la mañana salían los sardinales y traían las sardinas; durante el día, las barcas con boquerones, jureles y calamares y por la tarde, el arte de pesca del trasmallo «que pescaban los chopos, salmonetes y lenguados, que se pesaban en una red con una romana», cuenta José Manuel, que todavía conserva esa pesa en el restaurante.

De esos años del Palo y la pesca hay muchas anécdotas, una de las más curiosas, lo que le sucedió al abuelo paterno de José Manuel, José Rosa, en unos tiempos en los que no había cuartos de baño en las casas y todo se hacía en el mar.

«Mi abuelo se levantaba de madrugada a ver el tiempo y una mañana había levante duro», cuenta su nieto. El abuelo estaba haciendo sus necesidades cuando vio en la orilla un bulto negro: «Era un pez espada que había llegado mareado a la orilla del mar. Corriendo llamó a sus dos hijos y cargaron en un motocarro la aguja palá. La llevaron a Málaga al muelle y la vendieron en 2.500 pesetas de la época».

Con parte de ese dinero, José pudo comprarles unos zapatos a sus hijos, cuando la norma era usar alpargatas. La familia paterna de José Manuel también estuvo muy vinculada al mar, de ahí que recuerde no sólo el apodo de su abuelo, El Rosilla, y la carta de la baraja que tenía su barca (el siete de oros), que servía para sortear los boles, los sitios de pesca, también se acuerda de otros apodos y sus respectivas cartas: «El Mijita, el as de espadas; el Lobo, el dos de oros; el Mengarra, el cuatro de espadas...».

La lonja del Palo funcionó en el establecimiento familiar hasta aproximadamente 1972. La causa del cierre: «Se pescaba menos, había menos pescado y el poco que traían se vendía en la playa misma».

Dos años antes, en 1970, moría Manuel Cuenca Galán, el de la Lonja, que como recuerda su nieto, «tenía una sabiduría y un saber hablar y explicarse, sin embargo no sabía leer ni escribir; nació con ese don».

Como curiosidad, con la llegada de la Democracia un grupo de personas del Palo quiso que este hombre tan admirado tuviera una calle en su barrio, pero la iniciativa no prosperó. Sus méritos siguen en pie.

Con el cierre de la lonja, el yerno de Manuel, Cristóbal (Tobalo) Rosa, transformó el establecimiento en bar cafetería, un próspero negocio, como recuerda su hijo José Manuel: «Me acuerdo que vendía diariamente 125 litros de leche, por el café, y venían también matrimonios y amas de casa con la lechera y pedían un duro o dos de café o Cola Cao».

La Casa Manuel de la Lonja siguió siendo el centro de reunión de los pescadores del Palo. «Este ha sido siempre un lugar muy querido, el centro de reunión de los pescadores del barrio».

En 1995, Cristóbal Rosa deja el negocio a su hijo José Manuel y al año siguiente este lo reforma y convierte en restaurante. Tras la desaparición de Casa Pedro, fundado en 1928, la Casa Manuel de la Lonja se ha convertido en el merendero más antiguo del Palo. José Manuel Rosa comparte trabajo con su mujer Pilar Pino, con la que se casó en 1975 y con su hija Pilar, la quinta generación de esta familia dedicada a la restauración. «Te sientes muy orgullosa porque es una cosa familiar de mucha tradición», cuenta Pilar Rosa.

No puede acabar este repaso a la larga historia de la Casa Manuel de la Lonja sin recordar un día del Carmen de los años 60, con el tiempo revuelto y el mar encrespado. La Virgen del Carmen no puede salir al mar y entonces, sacan a hombros la imagen y le piden a Manuel el de la Lonja que la resguarde en su establecimiento. «Tenía un porche de madera muy largo y era el sitio idóneo para recogerla», explica Pilar Pino.

La imagen de la Virgen del Carmen pasó la noche en la lonja, acompañada por las mujeres del barrio, en una larga vigilia. Fue la noche más especial de la Lonja del Palo, la aventura iniciada en 1944 por Manuel Cuenca Galán y que hoy continúa frente a las playas del barrio.