En estas mismas páginas he recogido en dos o tres reportajes la costumbre de apodar edificios con nombres que responden a su origen, su estructura, su historia..., hasta el punto de que se ha implantado el mote y se ha olvidado por completo su verdadera denominación. Como la publicación de esos casos es reciente considero obvio su repetición.

Pero, ¿qué hay de los motes endilgados a malagueños o residentes en Málaga que mantienen con el paso del tiempo?

La relación que a lo largo de los años he ido anotando por mera curiosidad es tan extensa como sorprendente. Me voy a referir a una parte de la lista. En algunos casos ampliaré la información identificando el mote con el personaje y el porqué del alias; en otros casos, por razones fáciles de comprender, eludo la identificación para no molestar a esas personas, y en los casos de su desaparición del mundo de los vivos, para no herir a sus descendientes directos que pueden conocer los apodos pero prefieren que no se les recuerde.

El palomero

No sé si en alguno de los cientos de miles de libros editados en el mundo sobre Picasso se recoge el mote que tenía su padre, el pintor y profesor de dibujo José Ruiz Blasco, que se caracterizó por su preferencia a pintar palomas, afición o dedicación que heredó el hijo. A Ruiz Blasco, en su etapa de Málaga (de Málaga se trasladó a La Coruña como profesor numerario de dibujo y adorno) le quedó un mote que le ligaba a su dedicación para pintar palomas. En el círculo de los artistas malagueños de la época se le conocía cariñosamente como El Palomero, y su hijo, cuando se iniciaba en el arte que le llevó a lo más alto del arte pictórico, al parecer, se le conocía por El hijo del Palomero.

Otro mote, pero éste más reciente, fue el de Mi Caballo Murió, endilgado a un súbdito inglés afincado en Churriana cuyo nombre creo que no conocía nadie porque se le identificaba por ese curioso apelativo. Resulta que este señor se desplazaba a la capital a caballo, y como buen caballero británico, adoptaba la vestimenta adecuada: bombín, botas de montar, fusta..., y de tal guisa se paseaba por las calles de nuestra ciudad. Pasado algún tiempo, el elegante caballero cambió el medio de transporte. En lugar del dócil caballo usaba el autobús de línea, pero siguió con la vestimenta habitual.

El cambio de medio de lo locomoción se debió a algo tan normal como la muerte del équido. Como seguía con el atuendo de caballero, y en ese año la canción más popular era Mi caballo murió, al inglés le pusieron el mote de Mi Caballo Murió.

Otro extranjero afincado en Málaga era un holandés que durante muchos años regentó una tienda de flores en la Alameda, en el andén norte, donde estaba también un estanco, una administración de Lotería y algún establecimiento más. Este súbdito holandés, cuyo nombre nadie aprendió, era conocido simplemente por El Holandés de las Flores (por el negocio que regentaba) o El Orejones (por el tamaño de los pabellones auditivos).

Los comuneros de Castilla

La Junta de Festejos del barrio de la Trinidad, con Pepe Bravo al frente, que fue designado por el alcalde de Málaga Francisco García Grana como alcalde de la Trinidad, acudía con harta frecuencia a la alcaldía, no solo cuando García Grana presidía la corporación municipal, sino a sus sucesores, Rafael Betés, Gutiérrez Mata, Cayetano Utrera, Luis Merino... Las visitas obedecían, cuando se acercaban las fiestas del barrio, para pedir ayuda del Ayuntamiento, y en otras ocasiones para solicitar algo para el barrio, porque Pepe Bravo fue un auténtico adalid para la Trinidad. Normalmente Pepe Bravo se hacía acompañar por dos miembros de la Junta de Festejos, Maldonado y Padilla. El entonces jefe de protocolo del Ayuntamiento, Alfonso Prini, anunciaba al alcalde la visita de los miembros de la citada Junta, pero en lugar de anunciar a los señores Bravo, Maldonado y Padilla, comunicaba al alcalde: Ahí están en espera de que los recibas los Comuneros de Castilla, ya que los apellidos de los tres visitantes coincidían con los tres comuneros que fueron vencidos en 1521 en Villalar y murieron en el cadalso.

Y en lugar de los Comuneros de Castilla, tenemos otro trío: Los de Colón. Fue el mote elegido para el trío compuesto por Pepe Pinto, el cantaor de flamenco; la Niña de los Peines, cantaora y esposa del anterior y Santamaría, que creo que era el agente o representante de la pareja. Como iban juntos, la gente los empezó a llamar Los de Colón, por aquello de Santamaría, El Pinto y la Niña...

Los Merinoharrelson

Cuando Luis Merino accedió a la alcaldía de Málaga creó dentro de la Policía Municipal un grupo de acción rápido para acudir a los casos extremos, esos que no admiten espera y requieren la urgente presencia de agentes del orden, en este caso, de la Policía Local. El grupo empezó a actuar... y como otras muchas iniciativas, por las razones que fueran, al poco tiempo dejó de funcionar, como las cien veces creada Policía de Barrio, que nunca llegó a funcionar por falta de personal, de presupuesto o porque era una de esas promesas que se hacen en tiempo de elecciones para ganar votos.

Como la creación de aquel grupo coincidió con una serie de televisión denominada Los Hombres de Harrelson, grupo similar al que Luis Merino dio forma, inmediatamente fue bautizado como Los Merinoharrelson.

Las Spantoxas

Spantax, compañía aérea que ya no existe, no encontró, al parecer, en el mercado laboral, el tipo ideal de azafata, el impuesto en todo el mundo. Chicas altas, de buen tipo, delgadas, guapas, hablando inglés, dispuestas a ejercer el oficio con entrega total y renunciando a la vida familiar, ser amables y discretas al mismo tiempo... La demanda era grande y la oferta era insuficiente para atender las peticiones.

Algún observador, supongo, notó que las azafatas de Spantax no respondían al arquetipo impuesto en el mundo entero. Al descubrir las diferencias entre las de Iberia, Lufthansa, SAS y otras empresas aeronáuticas, dejó correr el rumor, bulo y como se quiera definir, que las azafatas de Spantax eran Spantoxas.

El Padre Potaje

El sacerdote Rafael López Espinosa, que abandonó por razones que ignoro la Compañía de Jesús para convertirse en sacerdote incardinado en la Diócesis de Málaga, tenía una gran cultura, como todos los jesuitas. No sé si era licenciado en Física, Química u otra rama del saber. Fue el primer director del Instituto de Estudios San Leandro, en el que muchos estudiantes malagueños cursaron por libre la carrera de Derecho.

El IDES fue una institución muy querida en Málaga porque al carecer de Universidad muchos jóvenes pudieron hacer carrera sin necesidad de trasladarse a Granada o Sevilla, las dos ciudades más cercanas con Universidad. Catedráticos de Granada se desplazaban a Málaga para impartir clases, dar conferencias y, en suma, hacer posible el sueño de licenciarse en Derecho y que por motivos económicos no podían hacerlo en una ciudad universitaria.

El padre Espinosa fue uno de los artífices de esta iniciativa. Al crearse la Universidad de Málaga, el IDES, que tenía su sede en la avenida de Heredia número 10, dejó de existir porque el sueño universitario de Málaga se hizo realidad.

A su cultura, a sus conocimientos, a su prestigio, se unía otra más prosaica: le gustaba comer, comer bien. Alguien le buscó un apelativo poco generoso: El Padre Potaje.

En cierta ocasión, después de un viaje a Cortes de la Frontera para visitar el Campamento del Frente de Juventudes (el padre Espinosa era asesor religioso de la organización), al regresar a la capital después del penoso desplazamiento a Cortes, la reducida comitiva formada por mandos de la organización y algunos periodistas (yo entre otros), se detuvo en la Butibamba, la más famosa venta de la costa malagueña, en el término de Fuengirola. El menú, quizás único, de la Butibamba, era huevos fritos con lomo, que todos los integrantes de la expedición pedimos al camarero. Al llegar al padre Espinosa le preguntó si quería un huevo o dos, que era lo habitual. El interrogado se giró hacia el camarero y le espetó: «Joven, la unidad del huevo frito son dos».

Motes sin identificar

De esa interminable lista de motes aplicados a malagueños cuyos nombres omito para no molestar a sus descendientes, recojo algunos, como: Engañalosas (un señor que tenía un defecto en un pie y resultaba difícil adivinar qué losa del suelo iba a pisar); Quincayú (hijo del propietario de una quincalla, que participó en la Guerra Civil 1939-1939, cuando hizo famosa Pedro Bonet de San Pedro la canción Rascayú... cuya letra continuaba «cuando mueras qué harás tú»); Cagasastre (un malagueño muy elegante al que un día un chistoso amigo le dijo «A ti no te viste un sastre; es que te ha cagado un sastre»); Sor Ladrillo (apelativo cariñoso a una monja que al frente de una cooperativa de viviendas hizo lo posible la construcción de varios bloques de pisos a precios muy reducidos); El Niño Atrevido (joven cirujano que realizó intervenciones quirúrgicas que otros especialistas no se decidían a operar por el grave riesgo para el paciente); Fu-Manchú (un delegado provincial de Sindicatos que tenía rasgos que lo identificaban con el malo de las películas Los tambores de Fu-Manchú)...

Y, como en las viejas películas en episodios, continuará.