«Yo soy una boquerona más, una malagueña», confiesa Anaïs Florio, de 24 años, y eso que habla francés a la perfección porque nació en Francia, en un rincón tan frecuentado por D’Artagnan y los tres mosqueteros como el Paso de Calais, pero a los cuatro años se fue a vivir a Málaga con su madre y sus hermanos.

Anaïs, vecina de La Malagueta, estuvo nueve años volcada en el remo profesional, deporte con el que ha ganado varias regatas nacionales, pero, pese a los éxitos, no pudo acudir con la selección española a unos europeos por no tener en su día la nacionalidad española (ahora tiene doble nacionalidad).

El año pasado se marchó un año a vivir a Berlín para aprender alemán, con vistas a convertirse pronto en azafata de vuelo y fue al volver cuando se planteó cambiar de deporte. «Siempre me fascinó el triatlón, de hecho, yo en el Club Mediterráneo nadé desde pequeñita, hice atletismo en el club de Atletismo Nerja en Carranque, y con respecto a la bici, las piernas del remo ayudan mucho», resume.

Y aunque confiesa que se pasó a esta disciplina «para relajarme del deporte competitivo», lo cierto es que la deportista malagueña se fue «picando» a medida que se veía en el podio. El triatlón combina natación (en el mar o en un lago), ciclismo y atletismo (por ese orden); mientras que el acuatlón, es una variante en la que primero se corre, luego se nada y por último se vuelve a correr.

Cuando llevaba cuatro meses entrenando «en serio», acudió al Campeonato de España de Acuatlón, en Águilas (Murcia), en mayo de este año y venció en su categoría (20 a 24 años). En junio se convirtió en campeona de España de Triatlón Sprint en Altafulla (Tarragona). Se trata de una modalidad en la que hay que nadar 750 metros, recorrer 20 kilómetros en bici y correr 5 kilómetros. «La verdad es que me encontré muy bien. Mi entrenador, Victoriano Raso, me había preparado muy bien física y mentalmente», explica.

Finalizó tercera en natación y eso que «estaba bastante complicado porque había muchas olas, pero eso no me asusta», detalla. Consiguió pasar al segundo puesto durante la transición, ese tiempo en el que las atletas deben cambiarse a toda velocidad. «Te quitas el traje de neopreno y te pones el casco y el dorsal, eso es ser hábil, tener chispa... y que no se te olvide nada porque te pueden poner una sanción». Ya con la bici, sobrepasó a la siguiente atleta y se puso en primera posición. «Ahí yo estaba sola, en un circuito por el bosque de 20 kilómetros y tirando con la bici y diciéndome psicológicamente que tenía que ir a más». Ya cuando pasó a la carrera, confiesa que sufrió «muchísimo», pero se tranquilizó algo cuando pudo comprobar la distancia que le sacaba a la segunda clasificada.

La doble campeona entrena cada noche en la piscina del Club Mediterráneo de 9 a 10.30 y para ella es lo más normal del mundo hacer 60 kilómetros en bici o correr 11 kilómetros. Tesón no le falta, y recuerda cómo, en sus tiempos del remo, con 18 años, iba al botellón del Paseo de los Curas a ver a los amigos con una lata de Aquarius y se marchaba a medianoche. «El domingo por la mañana ellos iban a estar roncando en la cama pero yo a las 8 iba a estar dando con el palito en el agua», bromea.

Anaïs es una gran admiradora de su madre, Mylene Magnier, campeona de yola de Andalucía que fue seleccionada para la Olimpiada de Moscú -el boicot impidió que participara-. Ahora, tiene la satisfacción de ver cómo su hermana Marieli se anima con el triatlón y, tras el doble campeonato, la atleta malagueña quiere competir ya en el triatlón de élite. «La satisfacción cuando subes al podio no tiene precio y eso lo consigues con tu sacrificio y tus ganas», confiesa.

«Los compañeros me hacen bromas a veces»

La doble campeona de España de acuatlón y triatlón sprint ya tenía experiencia en la hostelería cuando, hace tres meses, entró a comer al mesón La Aldea con su madre y dos amigas. Anaïs Florio, que trabajó en el restaurante Mar de Pedregalejo, comenzó a pasarle los platos al camarero Juan Negrillo. «Me salía automático y al verme me dijo: A ver si te voy a contratar aquí», explica. Como en ese momento llevaba dos meses en paro, una de sus amigas le comentó al camarero: «Pues no le vendría mal». Dicho y hecho. En estos tres meses como camarera en La Aldea, la atleta dice estar encantada por el buen ambiente de trabajo. «Los compañeros me tratan muy bien y me hacen bromas a veces, y como descanso los domingos, que es cuando hay competiciones, lo agradezco mucho».