Anduvo con sus piernas kilométricas recostadas. Como dos serpientes anestesiadas sobre el sofá. Quizá también en la bañera, cubierta hasta el cuello de espuma, fiel al cliché venusino y al cine de la época. Sin embargo, su rastro fue invisible. Es como si nunca hubiera estado allí. Y no precisamente porque saltara por los aires, sino porque se fue sin pagar. Del paso de Jaclyn Smith por Marbella, la morenaza de Los Ángeles de Charlie, únicamente se recuerda el cabreo del encargado del hotel persiguiéndola con el equivalente a los palos que usan los hombres de negocios cuando tratan con gente famosa: quizá un azogue a la altura de corbata, un braceo frenético, casi de pollo sin cabeza a punto de levitar.

Ni siquiera una carantoña, ni uno de sus indispensables bailes de pestañas. Nada que pudiera servir como consuelo. La actriz, entonces la mujer más deseada del planeta, se largó de Marbella enfurecida, con una mano en el equipaje y acelerando a todo trapo junto a su compañero de reparto David Doyle. Lo hizo además con una larga lista de facturas impagadas. Taxis, billetes de avión y hasta cócteles con aceituna. «Tururú», pareció decir su agente. «Que lo paguen Rita y la marca».

En este caso, no como exageración. Si en la primavera de 1981 Jaclyn Smith se marchó de Málaga con cara de apio y dejando a la muchachada boquiabierta frente a las puertas correderas de un centro comercial no fue por capricho; o casi, sino por desavenencias con los grandes almacenes españoles que la habían contratado para rodar un spot. La mañana en la que su presencia estaba prevista en un establecimiento de la ciudad ni siquiera apareció. Con lo que eso implicaba en un país que acababa de despedirse de la censura y buscaba brillos ajenos y vaporosos para volver a la luz: decenas de jóvenes con cara de Bienvenido Mr. Marshall, viendo en cada cutis blanquecino la sombra de una artista que los dejó tirados con mucho arte, sin dar una explicación.

Al ángel moreno de Charlie se la vio en diferentes puntos de la provincia, pero mucho más restringidos que la antesala de un centro comercial. Los pasillos del aeropuerto, los restaurantes más ceremoniosos de Marbella. El problema fueron sus piernas, de nuevo sus kilométricas piernas. O mejor dicho, su tasación. Saber cuánto cuestan las piernas de Jaclyn Smith es algo que se planteó y de qué forma en Málaga, entre los despachos locales de los grandes almacenes del país. Y que se solventó sin llegar a ningún tipo de acuerdo, con la empresa buscando alternativas y la detective volando de nuevo y de morros a Estados Unidos.

El motivo que trajo a la estrella a la Costa del Sol en la primavera de 1981 fue la campaña de otoño-invierno de la firma en cuestión. Los ejecutivos españoles, más bravos que un bisonte cuando les funcionan los balances, habían decidido tirar la casa por la ventana y traerse a uno de los rostros más conocidos del planeta para embadurnar con su sonrisa los edificios de muchas ciudades del país. Contaban con la simpatía de la diva, que, sumida en sus aires angelicales, pensaba llegar a la provincia y meter la directa; sin tiempo para recreos innecesarios y paseos cerca de la playa.

En un principio, Jaclyn y Boyle tenían que permanecer en Málaga apenas dos días. Lo justo para entrar como cualquier padre de familia en los almacenes y salir unas cuantas horas después. Sin embargo, el flash de las fotos se detuvo en seco. La empresa se encontró con que el ángel más sexy de la tele no estaba dispuesto a ponerse sus vestidos. O más bien sólo aquellos que no incluyeran a sus piernas. Por muy inexplicable que parezca, la actriz no quería saber nada del destape. Al menos, de cintura para abajo. Y por una razón que no tenía nada que ver con el rubor. Tampoco con la razón: Jaclyn estaba acomplejada por sus piernas, que consideraba tiesas y larguiruchas, y hasta había hecho firmar una cláusula a sus agentes que la eximía de andar en ropa interior delante de nada que no fuera su propio espejo impenetrable. Aunque, claro, con excepciones. Mientras los actores pusieron rumbo a un hotel de lujo de Marbella, los agentes comenzaron a negociar. Y una oferta disparatada cayó sobre la mesa: si querían a la ninfa en bañador -la ninfa, con todos sus pudores- debían añadir a la cuenta 100.000 dólares extra.

Durante días se prolongó el desencuentro, que acabó con la actriz regresando a casa. Con las pantorrillas a salvo, pero sin fotos. El hotel les reclamó la factura, pero Jaclyn, muy enfadada, consideró que esa no era su cuenta. Al final, apoquinaron sus anfitriones. Y, sobre todo, el establecimiento, que anotó la partida en gastos de promoción. Nunca hubo un moroso con tanto garbo en la Costa del Sol.