La relación de los británicos con la Costa del Sol va más allá de la pinta y el cutis sonrosado. Por aquí han pasado los personajes más ilustres de la pérfida Albión. Tanto gloriosos como endemoniados.

Desde escritores con pulso hispanista a estrellas del celuloide que se han dejado fotografiar en posturas casquivanas e impropias del invierno y la premeditada finura londinense. Pero no son ellos los más célebres. Las grandes leyendas de la cultura pop son otras y también anduvieron por la provincia, aunque con paso contrario y profundamente atemporal. Me refiero a los Beatles y a su némesis en popularidad, los verdaderos chicos malos, los protagonistas del asalto al tren de Glasgow, el considerado robo del siglo, felices, pese a todo, en estos pagos de Dios.

De la presencia del cuarteto de Liverpool en la Costa ya se ha escrito mucho, o al menos, bastante más que de los populares delincuentes, convertidos en la envidia de todo bandolero con coraje, de las películas del Oeste, del sueño americano mal entendido y por la vía rápida. Quizá, en el momento en el que Ronnie Biggs fue puesto en libertad por motivos de salud, en agosto de 2009, su mirada más genuinamente nostálgica se detuvo en la Costa del Sol. Él fue el único de los grandes nombres de la banda que no se instaló en la provincia, probablemente porque andaba más ocupado en sus asuntos personales, en fugarse de la cárcel, por ejemplo, cosa que hizo, para asombro del mundo del hampa, pese al cartesianismo y el vigor que se le presume a la policía inglesa.

De ladrón a hostelero

A sus antiguos compañeros de parranda no les fue tampoco muy bien, pero, al menos, les dio tiempo a bruñirse las tobilleras en las playas de la provincia. Uno se los imagina a primera hora del día, comprando el Daily Mirror o atragantándose de pintas viendo los últimos partidos de su compatriota Paul Gascoigne. La referencia no va desencaminada. Entre otras cosas, porque uno de los ladrones llegó a andar tan despreocupado que montó un bar en Torremolinos, concretamente en la zona de los Álamos, según recuerda un arquitecto británico amigo de la familia.

La muerte de Wilson

Marbella se convirtió en el refugio y la última morada de Charles Frederick Wilson, el reconocido cabecilla del golpe, el que trepó a la locomotora y le propinó tremendo puñetazo al maquinista. Aquí se las desempeñaba de manera aparentemente más ligera, aunque tampoco mucho si se tiene en cuenta su final, poco recomendable para los bañistas y los niños con aspiraciones en el mundo de los negocios. Wilson residía en un lujoso número de la urbanización Marbella-Montaña, donde fue tiroteado en un ajuste de cuentas en abril de 1990, probablemente el inicio de la larga y sombría carrera de ametralladoras y trifulcas de corte siciliano que se sucedieron en la Costa del Sol.

El trapicheo de Goody

Menos aparatosa fue la carrera de su amiguete Gordon Goody, el productor ejecutivo del crimen, el que dirigió la operación desde la granja en la que se refugiaron los criminales. Según ha podido saber este periódico, el tipo vivía por aquí más feliz que Morgan, otro anglosajón famoso, pero por otras razones. Tal vez. Hasta que fue arrestado, en 1986, mientras seguía a lo suyo en Estepona, donde se dedicaba, entre otras actividades, al tráfico de hachís. Un descenso cualitativo imperdonable, un salto de categoría criminal que no le hubieran perdonado los grandes nombres. Pasar del asalto al tren postal al menudeo pseudohippioso es como abandonar la carrera de abogado de Berlusconi y engatusar a las señoras con el cambio en una tienda de ultramarinos del sur de Extremadura. Pobre Goody, quién lo diría. En el caso, claro, de que algunos de estos pájaros fuera digno de lástima. En el famoso atraco al tren se llevaron 120 bolsas con más de dos millones y medio de libras esterlinas. Un capitalazo. Quizá haya llegado el momento de pensar que no todas las divisas que llegan aquí son de guante limpio. Seguro que exagero. Claro que sí.