Se sentía una tristeza de postín, a todas luces inconsolable. Quizá, y en gran medida, como la que se respira en las puertas de los casinos cuando empieza a clarear el día. La gente bailaba, sí, e, incluso, se aflojaba la corbata para reventar globos de colores con la punta de sus cigarrillos. Pero no era lo mismo. La Nochevieja se escacharraba. Y no sólo por la llegada de la farándula y de los fotógrafos, que había hecho que los verdaderamente atildados se refugiaran en las mansiones o salieran disparados en sus jet. Hasta Jaime de Mora y Aragón estaba melancólico. Sin despegarse de su vaso de tubo, pero melancólico. Como un mariscal que ve a lo lejos las llamas por encima de su chalé.

En Los Monteros, en el hotel Don Pepe, no se hablaba de otra cosa. Y las especulaciones viajaban en corros tan herméticos como desatados en la conversación. Había interés por saber quién había perdido más dinero, más joyas, más herencias. El asalto a las cajas fuertes del Banco de Andalucía marcó las navidades de 1983 en Marbella. Cuando la gente todavía tenía grandes capitales y los cotillones se balanceaban entre la exclusividad y la oportunidad más bien hortera de pagar miles de pesetas por meter el codo entre las reinas del corazón.

«Venga a brindar por el nuevo año con la jet set», anunciaban los carteles de las grandes discotecas. Y mientras las Gunillas de turno visiblemente consternadas, tirando de imitación en sus abalorios por pánico a nuevos hurtos. El único que largaba al personal sin tapujos era el propio Jaime de Mora, que no dudó en asegurar que le habían quitado el equivalente a ochenta millones de pesetas en joyas durante el golpe.

El botín, en cualquier caso, justificaba la ansiedad. La mañana del lunes de la última semana del año, justo cuando todos andaban pensando en el caviar de Beluga y el cóctel de gambas, aquel engendro gastronómico tan popular en los ochenta, el apoderado del banco se había encontrado el estropicio. Doscientas cajas fuertes abiertas como ostras. Y con el fruto convenientemente desvalijado. La prensa, avisada por el movimiento que se veía en la avenida Ricardo Soriano, en la que tenía el banco su sede central, tardó varios días en enterarse. Con cifras que daban miedo. Se hablaba, incluso, de más de mil millones de pesetas.

Los ladrones, de los que nadie supo nada hasta 48 horas después del robo, habían accedido al edificio por un agujero hecho en el apartamento colindante, que también pertenecía al banco. En la Nochevieja la noticia cabalgaba de mesa en mesa. No resultaba difícil encontrar entre los cotilones a las víctimas. El Banco de Andalucía era en esos momentos una de las entidades más populares entre la aristocracia de la zona. Muchos de los famosos tenían bienes y dinero en el establecimiento. Incluso se apuntó a la nobleza saudita, que en los mismos días que se produjo el atraco volaba a su tierra con el rey Fahd.

En las cajas fuertes que fueron forzadas había relojes, joyas y mucho dinero en metálico. Una pareja estadounidense, con más de 250.000 dólares depositados en el banco, ofreció 12 millones de pesetas por cada pista que permitiera cercar a los atracadores. El miedo se instaló en la provincia hasta que llegaron las primeras detenciones. Fue, sin duda, una de las fiestas más extrañas de la historia de la Costa, entendiendo por ésta los devaneos de la gente famosa y no el marco más terráqueo y de supervivencia en el que se desenvuelve el resto, probablemente sin cajas fuertes ni nada de valor amarrado en el fondo de ningún banco de Marbella.

Hace justamente treinta y un años la Costa del Sol despertaba en pesadilla de su sueño más cool. Aunque, claro, sin grandes tragedias. Pocas de las víctimas del robo se quedaron en la ruina. Más allá de lo perdido mantenían su imperio y sus ganas de bailar. Tanto como para converger en las grandes discotecas después de haberse zampado un menú de lujo hablando en voz baja del butrón. En Regine´s hubo que echar el cierre antes de tiempo por miedo a la saturación. Y en Puerto Banús las calles rebosaban de abrigos caros, tacones y peinados casi propios de atributos de jardín. En mitad del ajetreo y de los rumores sobre el robo, 1983 se soltaba la melena. Con un pan menos bajo el brazo. O una gargantilla. O un reloj antiguo. Se había acabado el paraíso de Deborah Kerr. Empezaba el famoseo. La economía no es lo único que necesita recuperarse.