Imagínense el bochorno que supondría para la comunidad internacional que el yacimiento de Atapuerca se convirtiera en terreno de prácticas de escaladores domingueros. Esta hipótesis, digna de un especial de Los Morancos, es la que desde hace años podemos encontrar convertida en realidad a la salida de Málaga, en el yacimiento arqueológico de La Araña, uno de los pocos rincones del planeta ocupado de forma permanente durante el último medio millón de años: desde los neandertales hasta nuestros días, aunque ahora percibamos un leve retroceso evolutivo, en forma de deportistas que hacen caso omiso de las leyes y que tienen la sensibilidad arqueológica de un yunque.

El autor de estas líneas ha podido comprobar en más de una ocasión los estragos que un hobby como la escalada pueden causar en un yacimiento que además de estar incluido en el catálogo de protección arqueológica del Ayuntamiento, desde hace casi un año ha sido declarado Bien de Interés Cultural por la Junta.

Las plantas endémicas de esa zona están desapareciendo con más rapidez que el Mar Rojo ante Charlton Heston vestido de Moisés porque estorba al avance de los escaladores, mientras las cuevas aparecen acribilladas por cientos de vías metálicas clavadas en las rocas, que tampoco se libran de pintadas.

Pero quizás lo más humillante de este parque temático de la escalada sea el campo minado de cacas, obsequio de unos deportistas que tienen la (errónea) sensación de estar en pleno campo, cuando escalan en un recinto al que no pueden entrar salvo con permiso de la Junta de Andalucía... y está por ver que la administración autonómica les deje seguir haciendo agujeros en un BIC. ¿Acaso está permitido escalar un BIC como la Catedral de Málaga? La misma barbaridad es.

Al pasotismo de los escaladores hay que sumar el cuajo administrativo y la dificultad generalizada de nuestros políticos para apreciar todo lo que tenga que ver con la Prehistoria (les ocurre lo mismo con el patrimonio industrial) lo que quizás explique la lentitud a la hora de tomar medidas.

La mayoría de nuestros representantes necesita de hechos rotundos para caer en la cuenta de que hay que proteger un pasado milenario. A un político malagueño hay que darle, por ejemplo, una fortaleza árabe, una muralla fenicia o un teatro romano para que sea consciente de la importancia arqueológica del objeto y se ponga manos a la obra.

Por contra, una cueva con pinturas rupestres en la oscuridad más absoluta, puntas de flecha y minúsculos huesos del metatarso no le despierta tanto entusiasmo.

Y sin embargo, para acabar con esta situación bochornosa, que deja a Málaga y Andalucía en evidencia, habría que tomar medidas cuando antes. Para empezar, colocar una verja de entrada y vigilancia y en segundo lugar, advertir seriamente a los escaladores de que igual que no se puede escalar el edificio del Ayuntamiento o el acueducto de San Telmo tampoco se pueden escalar los yacimientos de la Araña. 2014 es un buen año para que nuestros políticos acaben con este incomprensible choteo a un patrimonio cultural de interés mundial.