Si la Agrupación de Cofradías nace en 1921 con el objetivo de difundir y promocionar las procesiones de Semana Santa era obvio que tuviera un cartel que colaborara con este fin. El cartel entendido como ese conducto eficaz de comunicación, de transmisión y de convocatoria. Que aglutina a los ciudadanos en torno a uno de los más importantes acontecimientos que se celebran en la ciudad a lo largo del año. Es indiscutible que esta función ha podido quedar relegada con el tiempo. Las nuevas tecnologías se imponen y han surgido nuevos medios que, seguramente, cumplen sobradamente la misión originaria del cartel. Pero éste se mantiene como tradición, como ritual, como argumento que sirve para enriquecer el patrimonio y para que los artistas que acometen su ejecución manifiesten también su sensibilidad e incluso sus creencias.

El cartel de la Semana Santa ha pasado por muy distintas etapas. Era necesario, y hasta urgente, iniciar una labor de propaganda en los primeros años, para atraer turistas. Entre los mecanismos de difusión que se pusieron en juego, el cartel fue el que más repercusión tuvo, por su acertada política y distribución a través de agencias publicitarias contratadas por la propia Agrupación, repartiéndose tanto a nivel nacional como internacional.

Trinidad García-Herrera, archivera de la Agrupación de Cofradías, distingue tres grandes etapas en la evolución de la cartelería de Semana Santa. Las primeras décadas, entre 1921 y los años 50, prima la técnica cartelística «como reclamo de una fiesta típica, con presencia de mujeres andaluzas, mantillas y un gran colorido». Esta época dio lugar a grandes carteles, con autores como Luis Ramos Rosas, Ponce o Rokero, entre otros.

A partir de los años 50 se introduce además la fotografía, algo que García-Herrera reconoce que es algo que no le gusta especialmente aunque «hay fotos muy bonitas». El gran giro se le dio en los años 90, cuando se empieza a invitar a pintores malagueños, que en algunos casos dieron grandes obras «aunque no gustasen mucho», como ocurrió con Gabriel Alberca o Cristóbal Toral. Los gustos cofrades a veces no saben reconocer las grandes obras, como admite Pablo Alonso Herráiz, autor del cartel de la Semana Santa de 2007, aunque lo considera legítimo y en absoluto incompatible. Valga de ejemplo que su cartel favorito es uno anónimo de 1983 bajo el lema Lamento en el que aparecen motivos picassianos y que no llegó a ser elegido en aquel concurso para ser el oficial.

En los últimos años, además, se ha mantenido una tendencia definida: predomina el óleo frente al cartel, al ser más importante la firma del autor que la técnica. Salvo la excepción de Chicano, al que García Herrera señala como el único cartelista puro de los últimos veinte años. A cambio, la Agrupación «ha enriquecido su patrimonio con obras de arte de pintores malagueños y ahora dispone de una gran pinacoteca», concluye la archivera.

Francisco Jurado, presidente de la Asociación de Artistas Plásticos de Málaga (Aplama), también reivindica la figura de Eugenio Chicano. «El 90% de lo que se presenta como cartel en realidad son pinturas ilustradas», sostiene. Jurado añade que hablar de cartelería siempre resulta delicado, ya que un cartel ha de servir de reclamo a la ciudadanía para que acudan a un evento concreto, en este caso la Semana Santa. «Y yo sólo entiendo el cartel con pinturas planas». Jurado considera que en la cartelería española el cartel por antonomasia se encuentra en la escuela valenciana, aunque en Andalucía donde ha calado con una mayor fuerza e innovación ha sido precisamente en Málaga. Luis Bono, Rokero... ambos también trabajaron para la Agrupación de Cofradías.

Pablo Alonso Herráiz hace un balance positivo de la evolución cartelística de este último siglo. «El cartel se puede analizar desde muchos planos, compositivo, gramatical, sintáctico, del color... pero tiene que cumplir una función que es social, trata de aglutinar, armonizar a la sociedad, reunir, convocar, en torno a un evento que es importantísimo», explica. Y en ese sentido, la calidad puede hasta llegar a pasar a un segundo plano, según entiende, aunque estima importante que la Agrupación apueste por que sus carteles tengan unos mínimos. Entre 1921 y 2014, desde su punto de vista, ha habido altibajos, aunque «hago un balance bastante rico en estilos, formas, maneras de hacer...» En todos estos años se ha apostado claramente por la figuración. «Si hacemos un repaso de los carteles, todos han sido una línea de figuración matizada, más o menos acorde con las modas o las estéticas, siendo también un reflejo de la sociedad», desgrana.

En todo caso, este reconocido autor comparte la idea de que el cartel tiene que mantener una coherencia entre lo verbal y los visual. Y aquí también destaca la figura de Eugenio Chicano, que hico el cartel de la Semana Santa de Málaga de 2001. «Chicano ha sido un artista que se ha destacado por este compromiso del lenguaje gráfico del cartel», dice, en contra de la tendencia, «que no encajaría con su definición ortodoxa», de incluir faldones con letras en pinturas.

Siendo así, el propio Eugenio Chicano comulga con esta definición. «El cartel es un grito en la calle, tiene que ser muy escueto, muy simple y que produzca un gran impacto emocional. Un texto perfectamente hecho y lo más breve posible, lo más sencillo para comunicar con el paseante», indica, aunque lamenta que «todo esto se haya olvidado». Por eso pide a los pintores un esfuerzo por ajustarse a los cánones, por emular a los que considera grandes: Ramos Rosa, Aristo-Téllez, José Morell, Francisco Honheleiter... Muchos se prodigaron en el periodo de preguerra. Repitieron autoría en muchos casos. Y desde el experto punto de vista de Chicano, «eran más modernos que los pintores actuales, pese a ser más antiguos en el tiempo».