Hace unos días pensé que mi vida y costumbres se estaban adocenando por razones de edad y comodidad. En mi ciudad se están llevando a cabo importantísimas obras de infraestructura para mejora de servicios, programas culturales a todos los niveles, obras de carácter sanitario de gran impacto y trascendencia, acondicionamiento de zonas deprimidas... y mil iniciativas más anunciadas por los políticos y que la prensa escrita y hablada difundió en su día con todo detalle.

Y me dije, de hoy no pasa: voy a recorrer las maravillas anunciadas por el gobierno local, por el provincial, la Junta de Andalucía y el Gobierno de la nación.

Y me puse en marcha: ¿Por dónde empezar? Pues lo que en teoría estaba más lejos de mi residencia.

Busqué el medio de transporte más adecuado para visitar el Museo Nacional de Transporte, una promesa muy alabada y defendida por doña Magdalena Álvarez, exconsejera de la Junta de Andalucía, exministra del Gobierno de España y ahora ocupando un alto cargo de las finanzas europeas.

Me trasladé a la sede del museo, en el Campamento Benítez, y cuál fue mi desengaño al enterarme de que el fantástico proyecto que iba a conmocionar la Costa del Sol con miles de visitantes interesados en contemplar trenes, aviones, barcos, autobuses, coches y hasta velocípedos y tacatacas utilizados en épocas pasadas... no se llegó a realizar. El Campamento Benítez no acogió el Museo del Transporte ni se llevó a cabo en ningún otro lugar.

Pero no me di por vencido. Voy a ver cómo funciona el Parque de los Cuentos programado por la Junta de Andalucía para ubicarlo en el antiguo Cuartel de la Trinidad. Fui en taxi hasta la Calzada de la Trinidad y, ¡sorpresa!, lo de los cuentos fue un cuento de los responsables de la cultura andaluza. El edificio está más deteriorado que la última vez que lo vi. Me acordé entonces de que por estos andurriales nació Chiquito de la Calzá, el de «hasta luego Lucas», un personaje que nos lleva deleitando con sus ocurrencias desde hace muchos años.

Museo de las Gemas

Bueno, me dije, vamos a soñar con las joyas, las piedras preciosas, las esmeraldas más grandes del mundo... Rumbo a la antigua Tabacalera, con miles de metros cuadrados para albergar las piedras más valiosas del mundo, un auténtico tesoro en pleno barrio de Huelin. Por parte alguna encontré rastro del Museo de las Gemas, Art Natura y Royal Collections, tres denominaciones relacionadas con el fantástico proyecto.

El museo no estaba; ni siquiera llegó a abrir las puertas. En su lugar me encontré el centro financiero de nuestro Ayuntamiento. Decenas o centenares de funcionarios municipales ante los ordenadores localizando a propietarios de viviendas, de automóviles, de chalés, de garajes con vado, de jardines, de bares con terraza... para que paguen las tasas aprobadas en plenos municipales a los que nadie presta atención hasta que se enteran que el IBI, el precio del agua y otras minucias han experimentado subidas supuestamente moderadas.

El metro

¿Qué mejor usar el metro inaugurado el 11 de noviembre de 2011

-el 11 del 11 del 11- para ir al Centro?

Pero, ¿es que no se ha enterado usted que todavía no se ha inaugurado? Lo del 11, del 11, del 11 fue una broma de los mandatarios del futuro medio de transporte.

Menos mal que el servicio de autobuses de Málaga es bueno y permite ir a cualquier parte e incluso usarlo dos veces por el mismo precio si se cambia de línea.

Al llegar a los alrededores de la plataforma de San Andrés me acordé: ¡No he visto todavía el auditorio para más de mil quinientas personas construido en este lugar! ¿Construido? ¡Qué va! Fue una promesa más.

Tampoco estaba el puerto deportivo proyectado para la desembocadura del Guadalmedina. Está en fase de anteproyecto cuando yo creía que estaba en fase de explotación.

Al andar por la zona pisé mal, y ¡zas!, me torcí un pie. Como los esguinces suelen dar la lata y divisé un taxi con la luz verde, hice la señal de parada y el hombre se paró, y al subir le indiqué a dónde me tenía que llevar: «Pronto, al Macrohospital de las cinco mil camas, doscientos quirófanos...».

El taxista me sacó de mi ignorancia: Ese hospital todavía no se ha hecho. Ni siquiera se sabe si se hará ni dónde se levantará. Si quiere le llevo a Urgencias del Hospital Regional de Málaga. «Prefiero Carlos Haya, por favor», sugerí. Y me aclaró que era el mismo, pero que ha cambiado de nombre. Y yo sin saberlo. Debo de tener un principio de Alzheimer.

Siguen las visitas

Me pusieron una venda en el pie lastimado y decidí seguir la ruta de las grandes obras teóricamente llevadas a cabo durante estos últimos años en mi querida ciudad.

Como no estaba lejos de la próxima visita programada me acerqué a la Ronda Intermedia para contemplar la parcela de Repsol, donde esperaba disfrutar de las torres que iban a convertir la zona en una nueva Manhattan a escala reducida. ¡Ni un rascacielos de veinte plantas, ni de catorces plantas encontré por parte alguna!

Un autobús me acercó al puente de Tetuán y me dejó entre las grandes construcciones de El Corte Inglés, Hacienda y Correos. Antes de acercarme a la valla para contemplar la gran obra del Guadalmedina que nos pone a salvo en las posibles crecidas y riadas de triste recuerdo, decidí echar una carta en el edificio de Correos, tan grande y destartalado como feo. ¡Pero ya no funciona! De momento, me informó un paisano que andaba por allí, está protegido por una malla pero nadie sabe a qué se destinará. Demolerlo, me dije, no sería un error.

Y dirigí la vista al cauce del Guadalmedina con la ilusión de ver canalitos con agua limpia, jardines, bancos, lugares de esparcimiento y recreo... , lo que había visto en los planos del proyecto redactado por el arquitecto José Seguí. ¡Qué desilusión! Nada de aquello tan bonito que se nos vendió en una gran exposición llevada a cabo en el Centro de Arte Contemporáneo se ha llevado a cabo.

Como no estaba cansado físicamente aunque sí profundamente desalentado por la serie de promesas incumplidas me fui andando por la Alameda Principal con dirección al Museo de Málaga, instalado en el antiguo Palacio de la Aduana. Esperaba encontrarme con todo el fondo del antiguo Museo de Bellas Artes, que se desalojó para su conversión en el Museo Picasso. ¡Otra sorpresa! Las obras de adaptación todavía no se han culminado. Tardarán dos o tres años más de lo previsto... o quizás más.

Como no estaba cerca de la Alcazaba pensé que sería interesante subir a Gibralfaro en el funicular o teleférico proyectado y prometido. Me llevé otra decepción: promesa incumplida. Si quiero ver mi Málaga desde Gibralfaro tengo que usar un autobús o el cochecito de San Fernando, un ratito a pie y otro andando.

Aburrido, al ver un taxi libre me subí a él y le dije al taxista que me llevara a los Baños del Carmen, que según todas las informaciones publicadas estaba a punto de ser remodelado con accesos peatonales, un hotel de varias estrellas, arena fina, un restaurante de varios tenedores, cuidada arboleda..., todo hipotéticamente terminado después de un cuarto de siglo de total abandono. El taxista fue muy amable al sacarme de mi error: los Baños del Carmen están como hace un cuarto de siglo... o peor. Bueno, le apunté, al menos podré ver los barquitos anclados en el puerto deportivo de El Morlaco. Y me dijo que no podía satisfacer mi curiosidad porque tan poco se ha construido aún.

Solícito, ante mis dudas, y como era la hora de tomar un aperitivo o incluso comer, se atrevió a proponerme que fuera al Muelle Uno, no lejos de donde me encontraba, y donde podía disfrutar de la belleza y comodidades de un lugar privilegiado. Al preguntarle dónde estaba esa maravilla me aclaró que se habían llevado a cabo unas obras de urbanización y remodelación en una zona del puerto de Málaga. Casi le pedí que me jurara que era verdad después de los fracasos acumuladas en la aciaga jornada de ver y disfrutar de la Nueva Málaga de los sueños que los políticos de todas las tendencias crearon... y no convirtieron en realidad.

«Entraremos por el Paseo de la Farola, me informó, a la mediación se baja usted del coche y en un periquete encontrará lo que le he contado».

Cuando llegamos al Paseo de la Farola no me pude contener y exclamé en voz alta: ¡La Farola! ¡Cuántos recuerdos me trae a la memoria!

El taxista, muy comedido, me adelantó: «Quizás por poco tiempo. He oído decir a gente importante que existe el proyecto de desmontar La Farola piedra a piedra para llevársela a Sevilla porque dicen que tiene aire de bailaora de sevillanas y que debe estar en la capital de Andalucía».

Por si acaso me fui a tomar viento a la Farola, por lo que pueda pasar.

*Guillermo Jiménez Smerdou es exredactor de Radio Nacional de España en Málaga y premio Ondas